Parte 8: El Fracaso

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Subir la escalinata del Templo Twang fue un suplicio para la princesa Nerea y sus compañeros, pues se encontraban doloridos como si acabaran de recibir una buena paliza, que precisamente era lo que les había sucedido.

Amaia era la única que se encontraba en plenas condiciones y fue la primera en cruzar las grandes puertas del santuario. Alegre como nadie y con Bambi dormida en sus brazos, se paró en seco bajo el umbral, hipnotizada por los interiores del templo.

—Buah—murmuró—, es que me encantan las vidrieras de colores.

El resto subieron tras ella, goteando sangre propia y ajena sobre el impoluto suelo de mármol. Alfred, al que le había dado flato y tenía cara de estar a punto de morir por asfixia, se acercó a la pitonisa con la sonrisa que mejor le salió, que era estática, temblorosa y la verdad daba un poco de miedo.

—Molan—dijo, jadeando un poco—, son como luces y se mueven, a veces.

—Sí, no sé...

Los demás decidieron ignorarles y continuaron hasta el centro del vestíbulo donde les esperaba la misteriosa mujer que les había permitido acceder al templo.

Era morena y delgada, se envolvía en un hábito claro que llevaban también otros miembros de la orden twanguista que pululaban por el lugar. Les sonreía con un gesto cariñoso, como si les conociese de siempre, les hubiese estado siguiendo la pista o fueran tres inocentes cachorrillos de gatos que aún ni han abierto los ojos al mundo, en vez de un grupo zarrapastroso cubierto de sangre, sudor y mugre.

—¡Living! ¡Bienvenidos al Templo Twang!—exclamó—. Hace ya tiempo que profetizamos vuestra llegada, que sería justo después de una lucha épica en la que vuestros vínculos como brotps saldrían fortalecidos, y así ha sido, a mí el Agofred me tiene de un blessing que no veas.

Agoney alzó las cejas e intercambió con Nerea una mirada de circunstancias. La princesa se volvió hacia Miriam, pero la joven cabrera aún se encontraba un poco aturdida por culpa de los vapores de la poción somnífera que había inhalado y, para sorpresa de Nerea, estaba riéndose en silencio tanto que le lloraban los ojos.

—Joder—dijo, intentando respirar, le salió una risa desquiciada—, es que joder, me afectó la pócima esa, ¿eh? Me quedé tonta, que ya no entiendo a la gente cuando me habla.

Siguió riéndose sola ante la mirada perpleja de Nerea, Agoney y la sacerdotisa del Templo Twang. La risa nerviosa de Miriam reverberaba en las paredes del templo y asustó a varios de los miembros de la orden twanguista que se retiraron disimuladamente de la sala, al fin y al cabo, una mujer cubierta de sangre y con un hacha en la mano riéndose de esa manera no causa la mejor impresión del mundo.

—Ignorando el desquicie de Miriam—intervino Agoney—, creo que ninguno entendimos nada.

—Ay, lo siento mucho—dijo la mujer, que seguía mirando a Miriam pero ya no tan sorprendida, más bien con un aire enamoradizo—, es que se me olvida que la gente de fuera de la orden no usa la jerga del futuro.

—Del futuro—repitió Miriam y soltó una carcajada muy escandalosa, Nerea se agarró al brazo de Agoney.

—Miriam, cielo, seguro que estás un poco estresada por el tema de la batalla a muerte que habéis tenido ahí abajo—la mujer le cogió las manos—. No os preocupéis, la Gran Sacerdotisa me ha pedido que os guíe hasta ella. Soy Laura Andrés Profecía y os admiro un montonazo a todos. Me caigo al suelo, eh. Y me vais a dejar el templo hecho unos zorros, pero da igual, luego os acompañaré hasta las aguas termales. Seguidme, por favor.

Tiró de la mano de Miriam y así las dos, y la risa de la joven, se alejaron hacia las escaleras que había al final del vestíbulo y ascendían hacia la planta superior.

Siempre reinarás (o no)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora