9. Kyoto 1970

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En la primavera, en Kyoto los cerezos se cubren de delicadas flores de un color rosa pálido. La flor del cerezo, también llamada sakura, eclosiona por un tiempo muy breve, pues a los pocos días sus pétalos se van desprendiendo. La tierra entera se cubre entonces de un manto rosado. Árboles, campos y caminos.

-Según dice la leyenda -cuenta el abuelo -cada pétalo que se desprende de un árbol de sakura representa una gota de sangre derramada de un samurai, Aikiko. Su vida es tan efímera como una flor de cerezo.

La niña de cinco años escucha muy atenta a su abuelo. 

-¿Tú fuiste un samurai, oyi-san?

-Yo era un ronin, Aikiko-san. Un samurai sin señor.

-Pero tú no te moriste, abuelo. Tu sangre no se derramó, como los pétalos de las sakuras.

-Sí, yo sobreviví. Pero lo importante es que sobrevivan los recuerdos. Si tus recuerdos se van, tu cuerpo se queda, pero tú te habrás muerto.

Aikiko mira a su abuelo, sin perder detalle de lo que dice. No entiende bien sus palabras, pero decide almacenarlas en su cerebro para recordarlas cuando sea grande y pueda comprenderlas. 

-Abuelo, cuando sea mayor, pintaré con mi pincel todos estos campos de sakuras. Así no perderé los recuerdos. Y los pétalos no se caerán. En mis dibujos, las flores siempre estarán vivas.

-Acuérdate siempre de los campos de sakuras, Aikiko. Podrás olvidar tu nombre, tu patria, a tu abuelo, pero no te olvides nunca de las sakuras. 

-No, abuelo. Siempre las recordaré. Y a ti también, oyi-san. Cada vez que pinte un árbol rosado, con los pétalos de las sakuras, me acordaré de ti y de cuando hacemos hanami juntos.

El abuelo abraza a su nieta con ternura.

-Mi pequeña sakura -murmura.

-Sakura -repite la niña en voz baja -Te quiero mucho, oyi-san.

Identidades perdidasWhere stories live. Discover now