El águila durmiente

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Cuando Alicia se disponía a mordisquear el trozo de seta menguador que había guardado en el bolsillo derecho, un águila despistada tropezó con su mano en pleno vuelo, haciendo que se le cayera el pedazo al suelo.

-Lo siento, discúlpeme, no me había dado cuenta, ¿se ha hecho usted daño? -preguntó la niña.

Pero el ave, lejos de aceptar la disculpa, contestó:

-LADRONA, eres una ROBAPALABRAS.

<<¿Pero es que ninguno de los animales de este mundo ha aprendido buenos modales?>> pensó para sí misma.

-¡Sepa usted que es una maleducada! -espetó Alicia-, le he ofrecido una sencilla disculpa y usted ha comenzado a insultarme. ¿No cree que me debe una explicación?

-Con mucho gusto, ladronzuela -y posando sobre el dedo índice de la niña sus zarpas comenzó a acicalarse las plumas-. Llevo muchas horas de vuelo, estoy exhausta y no he podido evitar echar una cabezadita, con tan mala suerte que he ido a chocar contra un TÓTEM viviente, y para colmo, cuando voy a pedirte disculpas, me robas las palabras antes de que las recite. ¿No crees tú que eso sí es una falta de respeto?

-Pero si yo no tenía ni idea de lo que iba a decir usted, ¿cómo iba a tener intención de robarle? No tiene sentido. Además, ¿por qué me ha llamado tótem?, yo no soy ningún tótem -y recordó con desagrado unas fotografías donde aparecían varios troncos esculpidos con cabezas de animales-, de hecho SU ASPECTO se asemeja más que el mío a un tótem, según mis libros de historia.

-¿Y se puede saber qué eres, según tus libros de historia? -preguntó incrédula el águila.

-Una niña... o al menos eso era antes de llegar aquí.

-Que yo sepa las niñas no miden dieciocho metros de largo -contestó mirándola de arriba hacia abajo -no serías capaz de distinguir si te has puesto los calcetines del mismo color.

-Trataba de recuperar mi tamaño normal, pero justo cuando iba a comerme el pedazo de seta que ha de devolverme mi estatura, ha chocado usted con la mano que lo sujetaba y ha ido a parar quién sabe dónde.

El águila, dubitativa, miró la mano de la niña, miró al suelo, miró otra vez la mano de la niña, miró de nuevo al suelo y se rascó la parte posterior de una de sus alas.

-¿Y qué me dices si te digo que podría decirse que puedo alcanzar el pedazo y devolvértelo? -le sugirió el ave.

-Eso sería maravilloso, ¿de verdad haría eso por mí?

-Por supuesto, querida, lejos de lo que pueda parecer, las águilas no somos tan altaneras. De hecho nos pasamos la vida ayudando al prójimo, cuando no estamos atareadas cuidando de nuestras crías, claro.

Y dicho esto, comenzó un ritual con las zarpas en el dedo de Alicia, igual que hacen los gatos cuando quieren limarse sus pezuñas. Tensó todo su cuerpo en dirección al suelo dibujando una trayectoria en picado y desapareció como una exhalación.

Pasados unos minutos (que para ella fueron horas) el águila regresó con el pedazo en el pico y se lo introdujo en la boca a la niña como hacía con sus aguiluchos; por supuesto la niña no protestó, por respeto al animal.

Una vez hubo tragado, Alicia volvió la cabeza para agradecerle al ave su gesto, pero ésta yacía dormida sobre una de las copas de un árbol.

Con una sonrisa, Alicia se despidió con la mano al tiempo que su cabeza se alejaba, poco a poco, del techo de aquel bosque.

Con una sonrisa, Alicia se despidió con la mano al tiempo que su cabeza se alejaba, poco a poco, del techo de aquel bosque

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Raquel Sánchez

El animalario de AliciaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ