parte única

5.4K 640 206
                                    

Los copos de nieve caen frente a nosotros, sin ser capaces de tocarnos. Quizás chocan con tu nariz y la arrugas con ternura, pero no alcanzan a importarte demasiado, claro que no, porque eres la persona más cálida de este mundo.

Sostengo tu mano con fuerza cuando la nieve me golpea a mí, directamente en el rostro, y tú no dices nada, jamás me reclamas por hacerlo, sino que te limitas a esbozar una enorme sonrisa, tan acogedora como esa mirada que logra derretirme por completo.

No tengo frío, contigo jamás tengo frío.

Me cuentas sobre tu día, enredándote con tus propias palabras, pero no me importa, y lo sabes, ya que el simple hecho de oírte me alegra, y lo demuestro, te sonrío, porque tu voz rasposa me brinda cierta paz que jamás pensé que podría sentir, no antes de ti, claro que no, pues no imaginaba que existiera alguien tan cálido hasta que te encontré, justo cuando mi corazón empezaba a congelarse.

Recuerdo cuánto odiaba el invierno por esos días. No me gustaba el frío, la forma en que entumecía mis pies, en que nublaba mis pensamientos, logrando que fuese aún más consciente de mi soledad. Me sentía tan vacío, destruido, no podía ver más allá de mi propio dolor.

Bastó con hallar tu mirada para volver a encontrar el calor, todo ese cobijo que me envolvió apenas me diste una primera sonrisa, tan sincera como cada una de las que siguieron, tan capaz de hacerme sentir una persona completamente nueva, y valiosa, como si de pronto fuese alguien realmente digno de tener toda tu atención.

¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas el inicio de nuestra historia?

Ese día también nevaba, y hacía tanto frío que me encontré temblando incluso si me había abrigado lo suficiente, luchando por no verme aún más patético que de costumbre. Pero la depresión se había apoderado de mi mente, ¡y de mi cuerpo!, aunque no me di cuenta de que lloraba hasta que te acercaste a preguntarme si todo estaba bien.

¿Por qué lo hacías? Solo era un chico que intentaba olvidar un mal día mientras bebía chocolate caliente, buscando contagiarse un poco de su dulzura, o de su calor, aunque lo hiciste ver como un caso perdido cuando me topé con tu mirada. Era mucho más dulce que aquella bebida, mucho más acogedora, tan intensa que me encontré perdiéndome en ella justo cuando olvidaba por qué me sentía tan mal.

De pronto ya no importaba tanto, porque de pronto ya no dolía tanto, ¿cómo podría? Te habías sentado a mi lado en esa banca que nadie usaba jamás, nadie más que yo, e intentabas hablarme de cosas que no tenían mucho sentido, pero que sabías que me harían reír, y olvidar, me harían recordar que quizás era genial estar vivo, porque me hiciste sentir vivo otra vez, y dichoso, tan feliz de haberte conocido.

¿Por qué te tardaste tanto en encontrarme?

No supe cómo pasó, pero nuestros dedos se entrelazaron por primera vez cuando el invierno estaba llegando a su fin, mientras paseábamos por el parque. Ese día, las flores comenzaron a decorar los árboles de cerezo que tanto amabas, o eso fue lo que dijiste cuando notaste los bellos pétalos que brotaban bajo tu mirada.

Quizá por eso me quedé con la sensación de que puedo encontrar la primavera en tus manos, porque eres tan cálido que me recuerdas a todos los pájaros que empezaron a cantar desde esa tarde, y a los niños corriendo, incluso a esas flores que se veían tan opacas en contraste con tu sonrisa, y con tu alegría, con toda esa felicidad que transmites en cada pequeño gesto.

Ahora de nuevo es invierno y nuestras manos siguen unidas. Tú sonríes como siempre y me das todo lo que tienes, e incluso más, pero sigues diciendo que lo sientes.

¿Por qué lo sientes tú, si yo soy el que no ha dado nada?

Tú me diste todo, absolutamente todo, y no lo notas. Me diste un motivo para seguir viviendo, y para sentirme dichoso, y valioso, tan apreciado como solo tú me haces sentir.

Thank you (고마워)Where stories live. Discover now