Cuento número 2 - Consigna "Operación"

16 0 0
                                    

Tras dos meses de oscuridad y quietud, Lucero finalmente reaccionó. Abrió sus párpados lentamente, debido a que la luz era una molesta novedad y porque no entendía ni sabía qué hacía acostada, boca arriba, adolorida al punto de casi no poder movilizarse y con una arrolladora confusión. Giró su cabeza hacia el costado donde halló una vaga sombra. No era sólo una: eran dos figuras que hablaban exaltadas y cuyas voces eran familiares pero irreconocibles a su vez.Escuchaba sonidos que no distinguía con exactitud. Balbuceaban, murmuraban, comentaban, lloraban; sin embargo, Lucero parecía abstraída de esa situación. No pudo y tampoco sabía si quería conectarse con esa realidad. Se vio a sí misma con un suero en su antebrazo, se miró con más atención y observó que tenía puesto un camisolín y sintió que le dolía todo el cuerpo. Incluso partes que no sabía que tenía. Empezó a oír con más claridad, y a ver todo con más nitidez. Estaba en un nosocomio con sus padres y con una enfermera a su lado, cuya presencia no había visto pero sí sentido.Aturdida, Lucero prefirió seguir con los ojos entrecerrados y no moverse demasiado. Todo era demasiada información para ella, pero nada que no pudiera soportar. Sólo que optó resistir de otra forma. A su manera.Sus padres siguieron animándola a que despierte por completo, a que hable, a que reaccione. La abrazaron y la besaron, pero Lucero seguía con la idea de querer un poco de paz. Y gracias a esas causalidades de la vida, la enfermera notó la hora y el barullo, y les pidió amablemente a sus padres que se despidan de su hija y se retiren de la habitación.Fue como una foto de la historia de su vida. Quería estar acompañada y a su vez no, quería sentir cariño y contención pero a su vez no. Quería estar sola pero a su vez no. Quería y no quería. Lucero aprovechó la soledad para pensar desde lo más profundo de su ser.Hizo el esfuerzo de rememorar, pero no tuvo éxito. El porqué, el cómo y el cuándo no los sabía. Tenía miles de preguntas en su mente, pero no estaba preparada ni entera para recibir respuesta alguna. De pronto, empezó a recobrar el sentido de la visión y comenzó a escuchar con más claridad que antes, pero sin caer totalmente en lo que sucedía. Lucero emprendió el camino hacia recordar por sí misma qué había pasado, muy de a poco.La última imagen presente en su cabeza se trataba de ella misma saliendo del trabajo. Ella, sola, como siempre. Ese día se levantó con el pie izquierdo: discutió con su jefe, peleó con su novio, mandó a la mierda a sus padres. Fue uno de esos que son para olvidar. Porque se supone que carpe diem. Pero Lucero, ese último día, recuerda haberlo desperdiciado por completo. Y después, la nada misma. Un espacio en blanco como si fuera un salto en su historia. Antes, el enojo, el movimiento y la vida misma. Ahora, la desidia, la quietud y una cama de hospital.Lucero quería hablar con alguien, porque estaba completamente sola y porque se merecía saber qué había pasado. Acto seguido, escuchó unos pasos lejanos que segundo a segundo se transformaban en cercanos.¡Por fin despertaste! Le voy a avisar al médico y vuelvo, tranquila. Ya vengo – comentó la enfermera.¡No te vayas! Por favor – dijo Lucero.¿Qué necesitás, corazón? – preguntó con un tono amable y sensato.Saber por qué estoy acá – afirmó.¿Conocés el Hospital Francés? Estás en el Francés. El médico va a hablar con vos en un ratito. Y tus padres vienen mañana, a contarte todo y a darte muchos abrazos. Se fueron recién. Estás recuperándote, va a estar todo bien. Acá te cuidamos desde el primer día que ingresaste. Dejame ir a buscar al doctor para que te revise y charle un poco con vos.Bueno – respondió tímidamente Lucero, con un caos psíquico mayor que antes al escuchar el discurso de la enfermera.De repente, Lucero se desvaneció. Por el cansancio acumulado, por el estrés laboral, por su tristeza, por el agobio que le producía la rutina, por todo. Simplemente se apagó, como si fuera una máquina que se quedó sin batería. Soñó con otra vida. Se imaginó de vacaciones en New York, hablando en inglés con cualquiera, sacando fotos a todo y comprándose una hamburguesa de por ahí en la Quinta Avenida. Soñó, como siempre lo hacía cuando quería escapar de la prisión que le significaba su propia vida.Despertó. Agitada, gritó y lloró al mismo tiempo. Trató de examinarse con la mirada, pero no pudo. Ni siquiera logró mover la cabeza. Inerte, no podía mover sus brazos y apenas podía abrir sus ojos. Todo había sido una espeluznante pesadilla y Lucero jadeó bajito pero lo suficiente como para poder despertar del todo. Lucero supo que lo único que restaba era perecer. Porque volver a vivir significaba la muerte en sí misma.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 11, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Cuento número 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora