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El tren se detuvo un minuto en medio de la nada.

Miré por la ventanilla el campo verde atravesado por las vías del tren, afuera era un día estupendo, el viento soplaba suavemente y las ramas de los árboles se agitaban. Dentro del vagón, hacía demasiado frío por el aire acondicionado y el olor cotidiano de transporte público se sentía por todos lados.

Clavé la vista en el cielo nublado sin pensar en nada en particular.

Aquél día era importante, debía llegar a la reunión de trabajo a horario. De lo contrario, tendría serios problemas.

Hacía casi un año que trabajaba allí y por esa misma razón, tomaba el mismo tren todos los días. En menos de una hora llegaba a mi destino y si tenía suerte, conseguía algún asiento.

El tren continuaba sin avanzar.

Desvié mi vista hacia el vagón. Lo típico, gente moviéndose de un lado a otro cotidianamente. Un señor en traje y corbata, otro en pantalones cortos y chomba, una señora amamantando a su hijo, los guardias de la línea apoyados en la puerta y el clásico vendedor ambulante. Todos yendo y viniendo, en sus propias vidas, pero sin rumbo alguno...

Finalmente comenzamos a movernos despacio y después, tomando velocidad.

El paisaje comenzó a desdibujarse conforme íbamos avanzando. Los árboles pasaban por al lado nuestro como ráfagas, sin embargo el cielo se mantenía igual... constante.

La voz del altoparlante anunció la llegada a la siguiente estación. Algunas personas se precipitaron a pararse y acercarse a las puertas. Sonó un timbre y la masa de cuerpos entró y salió del vagón en un segundo. Con otro sonido se cerró la puerta y el tren reanudó la marcha.

Al levantar la vista me di cuenta de que estaba allí. Sí, era él. Podría reconocerme en cualquier momento.

Era yo mismo.

Había aprendido, con el paso de los años, que lo más importante era no entrar en pánico. Menos en un lugar tan público. Si podía lograr bajarme en la siguiente estación sin que mi otro yo me viese, estaríamos a salvo.

Pero él se encontraba justo al lado de la puerta.

A decir verdad, era bastante diferente a mí. Vestía como los muchachos de la época, con ropa ajustada, zapatillas deportivas y el corte de cabello típico. Con dos grandes aros en sus orejas. Yo, en cambio, parecía un sujeto de los noventa, con mis jeans rectos y zapatillas de lona. Aún así, a pesar de las diferencias superficiales, éramos una copia del otro.

Miré nuevamente por la ventana. Nos alejábamos de la estación en la que se había subido mi doble, ¿Viviría allí?¿Cuántos años tendría?

Volví a mirarlo, allí estaba, escuchando música con sus grandes auriculares, inconsciente de que a metros estaba su doble.

El tren comenzó a reducir velocidad y la voz anunció la siguiente parada. Me dispuse a pararme, como el resto de los que se bajaban allí y caminé lentamente hacia la puerta, mire al piso en todo momento. El transporte se detuvo por completo y las personas empezaron a salir apuradas. Un señor alto y con abundante barriga no dejaba de empujarme mientras las personas en la estación entraban en el vagón. El tipo me dio otro empujón y mi pie no encontró punto de apoyo, caí de costado contra otras personas.

–¿Estás bien?

Su voz. Mi voz.

Me había puesto un a mano en el brazo para ayudar a equilibrarme. Entonces sus ojos se clavaron en mi rostro, su expresión cambió por completo. Abrió la boca para decir algo pero justo en ese momento sonó el timbre de la puerta y me dispuse a salir. Las puerta se cerraron justo en mis espaldas y el tren avanzó. Me quedé perplejo mirando a mi doble. Él también me miraba desde las ventanillas de la puerta.

Me preguntaba cómo no había enloquecido todavía.

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⏰ Last updated: May 13, 2018 ⏰

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