Eternidad

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Las cosas no son siempre como uno se las imagina.

Basta con decir que él imaginaba su vida en soledad, tal vez rodeado de un hermoso, peludo y refinado gatito, pero solo al fin y al cabo. No se imaginaba para nada tener un compromiso serio o siquiera pensando en una pareja estable, le bastaban sus noches en excesos, sus compañeros de placer ocasionales, su trabajo como editor y, por supuesto, seguir al lado de su primer amor a pesar de haber aceptado que sólo serían amigos.

Y eso estaba bien para él hasta que lo conoció.

Hasta que sus ojos se encontraron con unos violáceos que lo desarmaban y parecían ver más allá de su máscara de fingida seguridad y galantería, y le revelaban al verdadero ser que era, aquella persona frágil, insegura, triste y solitaria.

Al Francis Bonnefoy que tiene miedo al amor.

Pero ahora, sentado bajo la copa de un frondoso árbol luego de un delicioso picnic acariciando unos suaves cabellos dorados de un hermoso canadiense dormido en su regazo, solo puede pensar en lo agradecido que está de haberse equivocado y de lo mucho que ha disfrutado de la compañía de Matthew durante los dos meses en que comenzaron con pequeñas citas en la casa de campo de los Kirkland.

Era increíble incluso pensar que con solo entrelazar sus manos se sintiera completo e inmensamente feliz, era inaudito para él, alguien que solo pensaba en desahogarse en placer, que con un beso en su frente, un simple abrazo o la forma en la que Matthew le acomodaba el cabello detrás de la oreja con delicadeza, abrigara su corazón de una forma tan única y sublime que no había espacio para sentirse en soledad, y por mucho que halla temido, y no podía negar que aún temía, estaba disfrutando plenamente el sentimiento de estar enamorado.
El amor inmensurable que su corazón albergaba y que por fin se le veía devuelto con la misma intensidad e incluso mucho más al ver los gestos amables de Matthew con él.

Sin duda alguna no se arrepentía de nada.

—Francis—Escuchó la voz somnolienta del canadiense en su regazo que giraba para abrazarlo por la cintura.

Porque después de mucho tiempo podía por fin poner esas palabras en su boca que con tanto miedo evitaba decir. Por fin podía dedicarle a alguien amado todo su tiempo y su ser. Al fin podía decirlo claramente y sin temor alguno a ser rechazado.

—Te amo Matthew
—Y yo a ti Francis

—Te amo Matthew —Y yo a ti Francis

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—Te veo feliz
—Lo estoy

Apoyó su rostro sobre el hombro de su acompañante envolviendo sus brazos alrededor de su delgada cintura. Fijó su mirada azul en aquello que los hermosos ojos verdes de su amado observaban con felicidad.
Desde la terraza de la habitación del inglés hacia el jardín hay una hermosa vista y claramente entendió el porque de la alegría de Arthur.

Buscame cuando cumplas 18Où les histoires vivent. Découvrez maintenant