Hacia mi nueva vida

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El día soleado está delicioso. Tenía años sin venir a un turicentro en la playa. Hoy es mi cumpleaños, la navidad, así me siento. Junto con mis hermanos decidimos salir a disfrutar. Tenía tantos años de no verlos, ni a mis sobrinos. Sí, lo sé, ellos no soportaban ver el hombre en el cuál me había convertido. Y yo, yo no quería escuchar críticas, ni quería que me dijeran cómo llevar mi vida, mi hogar. Hasta que dejaron de buscarme y yo a ellos pero hoy, hoy todo es felicidad.

Me animan a meterme a la piscina con ellos. El agua está deliciosa y cae bien después del calor del viaje que hicimos para venir aquí. Han sido 3 días maravillosos que he disfrutado con ellos y como para cerrar con broche de oro se nos ocurre venir a la playa como cuando éramos jóvenes.

Es una celebración, me dan la bienvenida a mi nueva vida. Tuve por fin a mis casi 50 años le valor de cambiar, de no ser aquél que tantas veces fue señalado por sus malas decisiones, por su actuar.

Me animan al tirarme del trampolín. Hace años no lo hago, pero lo bien aprendido nunca se olvida. Subo decidido, pienso si haré un clavado sencillo o incluiré alguna voltereta. Doy un salto con seguridad y me zambullo. Cuando mi cuerpo entra en contacto con el agua, siento como a través de mi piel, la vida entra en todo mi ser. Veo la luz del sol desde el fondo de la piscina. Empiezo a subir.

Cuánto he perdido de mi vida y por fin hoy revivo esos años que dejé abandonados. Se busca el perdón, dicen, para que uno se sienta mejor, pero nunca imaginé que perdonarme a mí mismo me haría recapacitar y decidir un cambio.

Me casé joven con la chica que supo llenarme el corazón. Todo iba bien pero cuando vino nuestro hijo algo cambió. Ella se convirtió en una mujer diferente. Su embarazo fue difícil emocionalmente. Quizás estaba deprimida, pero yo de eso qué sé. La maternidad la cambio físicamente, y su carácter también. Nuestro hijo requería tanta atención, a veces tenía berrinches de horas, era realmente desesperante. La abrumaba cuidarlo, cuidar la casa. Lo reconozco,  no me gustaba el cambio, pero no sabía qué hacer. La casa y nuestro hijo eran su trabajo. El mío era proveer. Yo me metía de lleno en mi trabajo porque en casa era desagradable estar. Yo ya no quería tocarla porque no sentía que era la misma persona. Nuestras comidas se volvían silencios eternos o peleas. Me acomodé al nuevo estilo.

Sin embargo, esos días me fueron marcando, de pronto me doy cuenta que han pasado meses, años en ese círculo vicioso. Un día estamos comiendo en silencio, nuestro hijo hace un berrinche y como un reflejo automático el cincho sale del pantalón y vuela en el aire para chocar contra su piel: un cinchazo, otro y otro. Siento cólera, siento que la sangre se me sube a la cabeza, pero no puedo pararlo. Ella grita y grita;  su voz me es muda.  Ese fue el primer día del infierno que se volvió.

Las peleas en las comidas, los fines de semana en casa se volvieron más difíciles. Gritos, cinchazos, insultos. Hoy pienso ¿cómo pude ser así? ¿Por qué no me di cuenta en lo que me estaba convirtiendo?

Empecé a salir con amigos los fines de semana, algunas bebidas se convirtieron en borracheras  de quedarme tirado en la banqueta y amanecer allí. Por supuesto ella no tardó en reclamarme  que me gastaba el dinero de la casa, ¿y ella qué? Yo pensaba, pero si tiene techo y comida nos les falta nada, soy responsable en mi trabajo. Peto los reclamos continuaron hasta que un día se salió de control, sus gritos, mis gritos... y empezaron los golpes. ¿En qué me estaba convirtiendo?

No era de esperase que nuestro hijo tomara las decisiones equivocadas. Siendo un adolescente empezó a drogarse, abandonó la escuela. ¿Era culpa de su madre o era la mía o la de él? Hoy sé que es mía; yo y mis decisiones erradas. Yo,  ese hombre al que no quiero recordar.

Los golpes con nuestro hijo subieron de tono. Algunas veces hasta con la plancha caliente, dejándole marca es su cuerpo, pero ni eso no hizo que parara. Los golpes siguieron y nuestro hijo comenzó además de drogarse a robar y después de sus robos se cortaba como expiando su pecado.

Su madre y yo totalmente extraños durmiendo en la misma cama. ¿Cómo podíamos dormir juntos cuando pasaba todo eso? Violencia familiar, física ,psicológica, económica, porque también el dinero empezó a escasear. También empecé a ser irresponsable con mi trabajo. Hoy me pregunto por qué ella siendo tan infeliz no se había largado ya, porque nuestro hijo ya en ese momento adulto no tomaba sus cosas y escapaba de esa locura. Sé que él no podía dejar a su madre porque  tenían un vínculo irrompible y ella lograba con sus llantos hacerlo sentir que estaban juntos en su odio hacia mí. No los juzgo, yo ya no debía de ser llamado ni esposo, ni padre.

Me quedé casi sin clientes, sin amigos, mi familia me desconoció. Solo aquellos con los que reunía a beber eran lo que me acompañaban. Llegué al nivel más bajo a pedir limosna entre nuestros vecinos para ir a beber. Y no sé por qué razón algunos a veces me daban hasta comida. A pesar que mi esposa en su depresión les contaba las barbaridades que podía sobre mí, quizás para desahogarse, quizás tratar de pedir ayuda.

En algún momento le he de haber pedido ayuda a Dios. Esos días de borracheras son espejismos en mi memoria.  Sin saber cómo llegué a Alcohólicos Anónimos un día, caminé entre las asistentes, llegué al podio y con lágrimas en mis ojos y de rodillas les dije: " No soy sólo un alcohólico, soy un mal padre y esposo que permitió que la violencia entrara en mi casa, que permitió una vida infeliz para los tres".    Reconocí ante esas personas que yo bebía porque la ira me consumía, porque no encontraba otra manera de aplacarla. La ira era mi demonio.

Tal como el salto en la piscina ese día había tocado fondo pero logré ver la luz. A partir de ese momento decidí que un día a la vez controlaría mis deseos de beber y me reincorporaría a la vida laboral. Traté de evitar a toda costa la violencia, aunque esta era la piedra con la que tropezaba aún.

Mis hermanos me contactaron de nuevo, y me dijeron que dejara todo atrás, que empezara una nueva vida y que dejara que mi mujer y mi hijo rehicieran la suya propia. Ellos también estaban en el fondo y necesitan encontrar su luz, pero conmigo en sus vidas creo que no podrían,

Mis hermanos llegaron hace unos días a mi casa. Me hicieron dejar todo y llevarme solo unos trapos. Me llevarían a mi nuevo hogar, con ellos. Me llevaría a esa vida que yo, por muchos años me negaba  tener, nos negué  tener. Estos últimos tres días son de celebración por el nuevo comienzo, en otra casa, en otro lugar.

Mientras subo a la superficie siento un dolor en mi pecho, me duele pero estoy feliz, me siento vivo a pesar que mi corazón dejó de latir. Nunca había sentido tanta feliz y quizás no cupo en mi pecho.

Como lo deseé me voy a una vida plena y llena de paz. Ya no recibiré más golpes ni gritos, ya no me sacarán de mi casa a dormir a la calle. Ya no me quitarán todo mi sueldo. Espero que mi hijo un día también frene los cinchazos, los palazos,   las quemaduras de la plancha que su padre no pudo evitar que su madre le diera. Tuve enojo tuve ira, y me convertí en un monstruo .Sí, un monstruo, porque yo permití que eso nos pasara por casi 3 décadas. Pudo más mi miedo que la ira que sentía al no ser capaz de frenar la mano de mi esposa hacia mi hijo y hacia mi. Tanta vergüenza de admitir que era un hombre violentado y preferí quedarme allí como si fuera una penitencia, con mis los golpes a mi cuerpo y a mi alma.

Los años de violencia y miedo se ven tan lejos en este momento. No me lloren hermanos, me dieron una nueva vida. Hoy soy libre y feliz

Hacia mi nueva vidaWhere stories live. Discover now