573

6 0 0
                                    

En la parada de Yrigoyen y Alvarado se despidió de ella con un beso en la mejilla y se alejó para aguardar la llegada del próximo transporte. Junto a él había cinco mujeres también esperando. Un par con los celulares, otra con una revista y las otras dos charlando entre ellas sin más. Normalmente él solía detenerse a analizar estos detalles, a pensar sobre la gente que se apartaba de la realidad con esos auriculares, con los teléfonos. Pensar en cómo antes sus padres, quizás, solían llegar a una parada y podían charlar con los demás sobre la actualidad o hasta llegar a tener alguna discusión política. Esta vez no lo hizo. Esta vez solamente observó sin pensar. Todavía estaba procesando lo que había pasado durante el día. Esta vez estaba pensando en descansar mientras observaba. Sus ojos tendían a cerrarse pero él todavía podía aguantar. Al cabo de unos minutos, una de las mujeres extendió el brazo, y el 73 frenó lentamente delante de ellos. Haciendo un leve gesto con la cabeza dejó pasar a las mujeres aparentando caballerosidad, mientras buscaba la tarjeta entre el revoltijo de cosas que tenía dentro de la mochila. Su mano pasó entre llaves, una botella de agua vacía, una bolsa con un contenido dudoso, hasta por fin llegar a una billetera de cuero vieja. La guardó en su bolsillo y cerró la mochila rápidamente. El colectivo arrancó justo en el momento en el que recién pudo apoyar un pie sobre el primer escalón. Agarrado de la baranda amarilla tironeó con fuerza y logró subir sin ningún problema. De su boca salió un pequeño: "Buenas Tardes" que no tuvo respuesta alguna. Él también solía pensar en eso. Le gustaba mucho recibir una respuesta a su intento de gesto amable, pero muy pocas veces tenía una de parte de un chofer.

El momento más tenso asechaba. Era la hora de apoyar la tarjeta en el lector. En este momento salía a la luz toda esa inseguridad que él nunca tenía. Esta vez, estaba seguro que sí la había cargado y que nada malo pasaría. Recordaba que antes de pasar a cargarla se había cruzado con un local de esos que venden sándwiches enormes y compró uno antes de ir. La comida era lo mejor para recordar las cosas. La pantalla indicó saldo disponible: 3,13. Suspiró aliviado. Ya había pasado por lo peor. Solo faltaba encontrar un lugar donde sentarse y poder descansar en el largo camino que restaba hasta llegar a su casa. Miró desde el centro del pasillo. Estaban todos los asientos ocupados y la gente apenas entraba parada en lo que restaba del colectivo. Se quedó unos largos minutos parado en la entrada del 73. El conductor lo miraba de reojo mientras esperaba a la gente que acababa de subirse para poder cerrar la puerta. De a poco, cada vez que el colectivo frenaba, él daba un paso y se agarraba de las barandas. Así, repetidamente, hasta que se estableció al lado de una chica que estaba sentada en el cuarto asiento. La chica escribía en su teléfono a velocidades que él pensaba nunca llegaría. Intentaba mirar para otro lado, pero un impulso curioso lo llevaba a observar sus conversaciones. Al parecer, hablaba con una amiga de una fiesta que había pasado hace una semana. El chat avanzaba tan rápido que apenas podía llegar a leer algunas partes. Alan había tomado tanto que no se acordaba siquiera de haberse acostado con la chica del teléfono y su amiga había perdido la virginidad esa misma noche. Su cara empezó a enrojecerse al leer eso, por lo que intentó desviar su mirada. Después de unos segundos cedió. Ahora hablaban de dimensiones y tamaño y se reían de Alan. No pudo evitar soltar una pequeña risa. La chica lo miró y se corrió a un costado para escribir más escondida. Él aparentaba mirar por la ventana mientras intentaba seguir leyendo. Ahora estaban hablando de él. No pudo evitar ponerse nervioso y empezar a transpirar. Unos segundos después, ella se levantó. Él miró rápidamente hacia el pasillo para disimular y se corrió a un costado dejándole el paso. El asiento ahora estaba libre. Disimuladamente miró a los costados analizando a la potencial competencia. La mayoría de los que estaban parados eran relativamente jóvenes y no alcanzaban ese mínimo de edad que él siempre tenía pensado para ceder el asiento. Se descolgó la mochila de sus hombros y de un saltito casi infantil se sentó, poniéndola entre sus piernas.

Antes de acomodarse miró una vez más hacia el fondo del colectivo. El 73 ya había pasado por un par de lugares por donde la gente suele bajarse toda junta. Ya no estaba tan lleno como antes, pero aun así no había asientos libres y solo había un par de personas paradas. Notó que uno de ellos lo miraba fijamente y, al parecer, desde hace un rato ya. Era un viejo de cuello duro, con un ramo de margaritas en una mano. Las flores eran exactamente iguales a las que le había dado a ella antes de llegar a la parada. No pudo evitar pensar que algo malo había pasado y que este viejo lo seguía desde que había subido. Volvió a mirar hacia adelante intentando ignorarlo. Su respiración empezaba a acelerarse. Cada tanto miraba para atrás a escondidas. El viejo se mantenía igual y con una sonrisa cada vez más macabra. Un par de calles más adelante, el anciano desapareció entre un grupo de personas que bajaban. Intentó calmarse mientras se acomodaba para dormir. En otras ocasiones, el acolchado del asiento le parecería incómodo y desagradable, esta vez lo sintió casi como su propia cama. Estuvo unas cuantas calles intentando no pensar en lo que hacía pasado para poder descansar. Finalmente, dejándose llevar por los cabeceos provocados por el sueño, cayó hacia atrás, golpeándose con el respaldo del asiento.

Se despertó por una tos inquietante. De a poco forzaba los ojos mientras estiraba sus piernas contra el asiento que estaba en frente de él. La señora sentada allí se dio vuelta un instante y, con una cara que parecía a punto de gruñir, miró sus piernas y volvió a girarse. Él un poco asustado y con la fiaca de recién nacido, se acomodaba y miraba para los costados a la gente que había entrado mientras dormía. El 73 había llegado a la avenida y sabía que a partir de allí la gente entraba en manadas. Cuando el colectivo frenó, pudo ver la lentitud de una mujer mayor desde la distancia. Decidió ceder su asiento mientras miraba el individual que estaba al fondo. Al pararse junto con su mochila, pudo verlo. Un hombre inmenso, fornido, parecía que recién salía del gimnasio y que estaba yendo camino a otro. El musculoso pidió permiso a la mujer que estaba sentado a su lado para pasar y sus ojos rápidamente apuntaron al asiento individual vacío que estaba al fondo del 73. Sus pasos, lentos pero agigantados, se acercaban cada vez más al objetivo. Él con su mochila en los hombros, caminaba casi corriendo por el largo pasillo desierto. Chocaron. El gigante miró su brazo como si una mosca se hubiera posado en él. Con su voz aguda y temblorosa, pidió disculpas y pasó de costado entre la piedra y los asientos individuales de la derecha. Gracias a sus habilidades escurridizas, había llegado a conseguir otro lugar donde recostarse, pero esta vez no fue tan sencillo. El musculoso se paró en frente de él, agarrándose de la baranda que atravesaba el asiento de adelante. Serio y con el puño cerrado, lo observaba. Empezó a temblar mientras disimulaba mirando por la ventanilla que daba a una noche tranquila. Por un par de cuadras permaneció así. Hasta que pudo ver el cartel de la calle Bolívar, su destino. Tomó firme su mochila y se levantó, pidiéndole permiso al que antes lo tenía tan asustado.

Su mano rodeaba perfectamente al caño y con su dedo pulgar en el botón esperaba el momento indicado para presionar. El timbre alertó al chofer pero él, siempre con esa inseguridad incurable, volvió a apretarlo un par de veces más para asegurar su bajada. Mientras pisaba esos tres escalones que parecían eternos, miró hacia atrás: el hombre musculoso estaba sentado en el asiento que solía ser suyo. Sonrió y bajó despreocupado al cordón de la calle.

Pasadas dos cuadras ya estaba en la puerta del departamento. Abrió y subió las escaleras hasta el quinto piso. Una vez arriba, con la llave en la mano, se dirigió al "F" y pasó silenciosamente hasta llegar a la habitación que buscaba. Al unísono se descolgó su mochila y saltó a la cama para finalizar con el día que venía cargando.

Se despertó por una tos inquietante. De a poco, mientras se estiraba, dejaba abrir sus ojos para llegar a verlo. Un hombre fornido, corpulento. Una voz grave que le irritaba y el sonido de una escoba deslizándose por el piso. De a poco se dibujaba la cara de un hombre a punto de gruñir quien, de una palmada en la espalda, lo invitó a retirarse. Se restregó sus ojos mientras se levantaba y caminaba lento hasta la salida. Cuando estaba a punto de bajar las escaleras, el hombre corrió hacia él y le acercó la mochila que se había olvidado. En medio de un bostezo, agradeció y se colgó la mochila en los hombros. Una vez abajo, caminaba lento, escuchando el ruido de la calle nocturna. Nunca se lo había preguntado pero le pareció interesante saber que el mismo que manejaba el colectivo, era también el mismo que limpiaba los largos pasillos del 73.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 22, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Historias desesperadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora