Capítulo XV: Karma

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Son las tres y media de la madrugada y Lali conduce sola en mitad de la noche sin muchos autos rodeándola en la ruta. Con las manos sostiene firmemente el volante y pestañea varias veces seguidas porque los párpados le pesan después de haber estado encerrada grabando durante diez horas. De vez en cuando se suena el cuello moviendo la cabeza de un lado al otro y tiene que ajustar la vista al mirar la hora en la radio que está encendida. Una canción de Madonna empieza a sonar para que, según el locutor radial, logren despabilarse aquellos que recién están regresando a casa o los que están levantándose para comenzar la jornada laboral. Al edificio llega después de veinte minutos, guarda el auto en el garaje y arrastra los pies hasta el ascensor. Sube los doce pisos y tarda un poco en embocar las llaves en la cerradura pero después de un par de puteos –por el cansancio acumulado– la abre. Primero enciende la luz y después cierra la puerta. Saca el celular del bolso para después dejarlo colgado en el perchero. Se saca las zapatillas y las deja a un lado del sillón de camino a correr las cortinas del balcón que olvidó cerrar a la mañana antes de salir. Y luego arrastra todo el peso del cuerpo hacia el baño en donde primero gira las canillas de la ducha para regular el agua y después se desnuda bajo el vapor. Se baña no solo para limpiarse el cuerpo, sino también las culpas. Con un toallón blanco se envuelve el cuerpo y el rosa lo usa de turbante para la cabeza. Deja un sendero de gotas de camino al cuarto y enciende la luz de un velador que ilumina un tercio de la habitación. Entonces se viste con la bombacha y una remera. Se esparce una crema en las piernas y después se seca el pelo violentamente con la misma toalla del turbante. Pero no se levanta para peinarse porque ni siquiera tiene fuerzas para agarrar un peine. Ya son casi las cinco de la madrugada y Lali recién se deja caer sobre la cama. Hunde la cara en la almohada, exhala un montón de aire y aunque quiere cerrar los ojos para dormir, no puede. En realidad no puede y no quiere porque si los cierra, a su mente van a caer las imágenes de la secuencia de ese beso al que se entregó con Peter. Y si después no avanzaron más allá de lo carnal fue porque los mismos cuerpos se los prohibieron y porque un productor regresó al edificio para buscarlos porque tenían que sumarse a la mesa para comer algo. Lali estira un brazo para agarrar el teléfono que dejó sobre la mesa de luz. Todavía tenía notificaciones de algunas redes sociales que no pudo responder y que tampoco tenía ganas de hacerlo ahora. Pero en realidad solo se está enfocando en la foto de fondo de pantalla en la que está ella junto a Santiago. La observa por tiempo indeterminado y después de que se muerde el labio, se le desprende una lágrima que cae del ojo izquierdo y se desliza por el borde de su nariz hasta quedar estacionada en el labio superior. Entonces bloquea la pantalla y deja caer el celular otra vez. Junta mucho aire en los pulmones y se cubre la cabeza con la almohada como si fuera una sándwich. Se la presiona al punto de pegar un grito ahogado de enojo. Es el remordimiento de estar cometiendo el mismo error por tercera vez y con una persona a la que ya involucró.

−Buenísimo –Ana Laura entra a la habitación de Lali a las doce menos cuarto del mediodía. Ella está acostada en el centro de la cama tapada hasta el cuello y sin la opción de levantarse. Patricio aparece por detrás de su hermana mayor porque él llegó antes y fue quién le tuvo que ir a abrir cuando tocó timbre– cuando Pato me dijo que estabas ocupada no me imaginé que tu ocupación era invernar.

−Todo lo que quieran hacer, háganlo sin mí –gira hasta quedar de costado y cierra los ojos– ya saben dónde está todo, muévanse como en su casa.

−Desde que llegué lo único que dijo fue “hola” –le cuenta Patricio y se va a sentar a un banquito de colores– ¿Puedo poner música? –pregunta y Lali lo mira con un ojo.

−¿Me estás jodiendo? –pero él se ríe– ¿Por qué no vas a comprar unas pizzas o llamas a algún delivery?

−Que humor de mierda tenés cuando no dormís –la acusa, se levanta y se va. Ana le sigue los pasos e inclina un poco el cuerpo hacia atrás para corroborar que se haya ido, y después cierra la puerta fuerte lo que hace sobresaltar el cuerpo de Lali.

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