Vientos de Invierno.

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IV


Como a nadie pareció importarle, me mudé a esa celda que me vio llorar toda una semana entera. Dormir solo, sin las miradas del par de enfermos con los que había estado viviendo, fue tranquilizador. Incluso para estar en el infierno podría decir que era casi glorioso. Salía solo para comer, regresaba y dormía el resto del día, en una que otra ocasión iba afuera para hacer ejercicio, eso después de que me acostumbré a los vientos fríos y pesados de invierno. Escuchaba los rumores que estos mismos trían consigo, acariciando bruscamente las paredes mohosas. La ventisca de nieve pasaba furiosa y si te daba de frente provocaba pequeños cortes que se coagulaban al instante. Parecía haber sido rasguñado por un gato, pero no me importaba. Casi comencé a sentir que la costumbre se hacía menos miseria, pero como todo en esta vida, no duró más que para cagarse en mí, dejando claro así quien mandaba.

Parecía estar en otro día más de mi rutina diaria, listo para salir a comer, seguía comiendo acompañado de Moe y Curly, a pesar de que los odiaba. Ellos elegían siempre la misma mesa, me encaminé hacia ella cuando uno de esos guardias grandulones se interpuso en mi camino, mi cara se estrelló contra su enorme pecho. Llevaba una macana, miré hacia arriba y en su rostro pude ver esa malicia que ya había visto antes. Esa sonrisa de mierda no indicaba nada positivo. El primer golpe vino sin avisar ni pronunciarse. La macana impactó contra mí quijada, que pude sentir como se desencajaba de su sitio, provocando un dolor insoportable el cual me mandó al suelo, agonizante. Pero no paró ahí. Comenzó a impactar su pie contra mi estómago, piernas, cara, y todo lugar donde pudiera poner su bota. Una de las repetidas patadas me dio en la cara, justo en la nariz, que se desvió, esta empezó a sangrar, haciendo que me fallara la respiración. Los ojos se me llenaron de lágrimas, el estómago recibía casi todos los impactos, lo cual provocó que escupiera todo lo que tenía. Entre saliva, comida regurgitada, llanto, miedo y sangre supe que mi fin estaba por llegar. Al igual que la de tantos desgraciados mi muerte sería tan patética, dolorosa, y llena de rabia. Golpeado por un guardia hijo de puta después de haber vivido un infierno en esa prisión. Por mi cabeza pasó una mezcla de sentimientos, entre ellos alivio de que todo estuviese tan cerca de terminar, furia de no poder defenderme a pesar de que quería morir, lo cual provocó tristeza de descubrir esos deseos suicidas, también se presentó el temor de descubrir que habría luego de la muerte, lo que sabía con certeza es que nada podía ser peor que ese lugar maldito. Entonces lo sentí, un golpe más en la boca del estómago y sería todo, El Señor Muerte vendría para liberarme del infierno, estaba listo, emocionado incluso. Miré al techo, las vigas parecían estar a punto de derrumbarse sobre mi cabeza.
EL ALIVIO ESTABA A SOLO UN GOLPE EN EL ESTÓMAGO.
Moe fue el primero en intervenir, sacando la navaja hecha del dedo de Larry. La clavó en la parte trasera de la rodilla del guardia, pero no hizo mucho daño, por lo que este volteó rápidamente sin gesto de dolor alguno, estirando un brazo con el cual propinó un fuerte puñetazo en su rostro. Curly llegó igual de rápido, regresando el golpe que había recibido su compañero. El guardia se tambaleó un momento hacia atrás, desconcertado por el puño en su cara que ni siquiera había visto venir. Los presos comenzaron a pararse de sus mesas, se avecinaba un motín, guardias y reos intercambiaban puñetazos además de palabras duras que supuse se trataba de insultos. Todos los que tenían alguna clase de arma hecha de huesos o madera las blandieron, acertándolas directo en las gargantas de uno que otro guardia. Me levanté, vomité lo último que me quedaba de comida y sangre para unirme la trifulca. Si había un momento para escapar sería cuando los presos terminaran con los guardias. Moe me ayudó a ponerme en pie, puso una mano sobre mí nariz la cual acomodó con un movimiento brusco, el dolor me escaló desde los pies hasta el culo, pero pude continuar y juntos derribamos a un cabrón enorme que golpeaba a Curly.
Los pateamos en el suelo entre los tres hasta que dejó de moverse, ya casi no quedaban guardias, a lo mucho unos tres.

Un estruendo. El suelo comenzó a temblar con cierto compás. Los ventanales de la bodega retumbaban, parecía que se iban a quebrar en cualquier momento. Las tarimas de acero desde donde nos vigilaban se movían bruscamente. El sonido de sus botas quebrantaba todo espíritu de rebeldía u osadía. Más de cincuenta guardias nos rodearon desde las alturas. Todos armados con rifles más viejos que cualquiera de ellos. Se hincaron sobre su rodilla derecha, cargaron los rifles y apuntaron en nuestra dirección, el guardia que me había propinado la golpiza se paró del suelo junto con otros cuatro, que subieron las escaleras tan rápido como pudieron. Sin seña ni previo aviso, abrieron fuego. Moe y Curly estaban junto a mí. La sangre que salpicó al momento de que las balas impactaron contra sus cabezas me cubrió la cara, cayeron como piezas de ajedrez, el miedo me invadió, aunque había estado a punto de morir a golpes segundos antes, no quería que una bala me reventara los sesos. El pesado cuerpo de Moe calló sobre mi, tirándome al suelo. El peso muerto de su cadáver me sofocaba, vi más reos caer en una especie de efecto dominó provocado por balas que sin tregua perforaban cabezas, piernas, brazos o el pecho y abdomen de cualquier persona que se interpusiera en su camino. De los setenta que éramos pude notar que solo nos movíamos diez, la ronda de fuego había terminado. Los guardias comenzaron a bajar de las tarimas, aproximándose a los que aún respiraban. Pensé que nos darían el tiro de gracia. Rápido, limpio e indoloro. Bendita muerte, esta vez mis compañeros no podrían protegerme de ella.
Lo único que recibí fue un duro golpe con una macana detrás de la cabeza, lo cual hizo que me desmallara al instante.
Para mi asquerosa desgracia desperté. Era de noche cuando lo hice, aunque no estoy seguro de que día. Estaba en mi antigua celda, sin cobijas, sin colchón, ni ropa, tampoco había luz aparte de la que se filtraba por el techo proporcionada por una luna que apenas se notaba. Me dolía todo, algo apestaba muy fuerte, sentí la sangre seca en todo mi cuerpo, mía y de mis compañeros, sin duda. La boca aún me sabía a vomito, hierro, pero sobre todo a mierda y orgullo destrozado. Aquel olor a podrido me produjo nauseas, al no ver nada no supe que era hasta la mañana. Con la luz azul de las primeras horas matutinas, desde el techo comenzó a iluminarse un poco la habitación. Me había recluido en una esquina cuando noté dos siluetas de unos cuerpos sentados, al principio creí que se trataba de dos guardias, dispuestos a esperar la mañana para propinarme otra golpiza. Pero entonces la luz comenzó a ser blanca, las siluetas empezaron a tener más sentido, al igual que la peste. Moe y Curly, con los cráneos reventados por las balas yacían sentados y desnudos junto a la puerta. Los habían orinado, sus brazos estaban cruzados sobre el pecho, a ambos les faltaban los dedos, reposaban espalda con espalda. Gateando me aproximé a ellos, en las bocas tenían sus miembros cercenados. Cada dedo, y sus respectivas vergas. Les habían sacado los ojos. Retrocedí aterrado hasta el otro extremo de la habitación. El frío era insoportable, al igual que el olor y la imagen que los guardias habían diseñado para mi. Esos infelices, psicópatas de mierda.
Lloré por horas, incluso cuando uno entró a mi cuarto, sonriendo como todo un desgraciado. Tomó un dedo de la boca de Moe, se acercó, apretó mi quijada la cual seguía mal acomodada por el golpe que me había dado el hijo de puta que comenzó todo, provocando un dolor casi insoportable, presionó mis mejillas hasta que separó mis labios y mis dientes. Acto seguido, introdujo el dedo cercenado en mi boca, riendo alto, disfrutando de su estupidez. El sabor a podrido de la carne, junto a otros que acompañaban al miembro, me produjo arcadas, haciendo que mi cuerpo, cabeza incluida, se inclinaran al frente, lo que causó que el dedo se introdujera hasta mi garganta. Esto al guardia le hizo tanta gracia que se paró soltando enormes carcajadas. Se dirigió a la puerta y miró hacia afuera, hizo una señal con el brazo para que entraran otros tres a la celda. Entre los cuatro se llevaron a mis compañeros desmenuzados. Reían mientras decían unas cuantas palabras en su idioma de mierda y yo vomitaba los jugos gástricos que me quedaban. Más tarde me llevaron ropas rasgadas, pero continué sin colchón.
No abrieron mi celda sino hasta tres días más tarde, lo primero que hice fue dirigirme de inmediato al comedor, solo éramos ocho presos ya, los guardias ni siquiera se molestaban en pararse entre las mesas. Comí aquella sopa con sabor a gloria y mierda. Que en todo caso eran la misma cosa.
Salí al patio, esperando recibir la fuerte ventisca en la cara, con la nieve provocando cortes sobre mi piel. Pero en lugar de eso pude ver que comenzaba un leve deshiele. El piso podía verse, y había charcos de agua helada por todo el lugar. Por fin había terminado aquella estación. Habían cesado los vientos de invierno.

Aventuras Sobre Valoradas: Viajar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora