4. Heridas que no cierran

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Pasaron meses desde que mi madre nos descubrió, ella me puso una clase de reglas que parecían de la marina de guerra, incluyso si estaba en la cocina y ellos llegaban debía irme, por lo menos de los gemelos no me pudo alejar, porque la señora Elizabeth prácticamente le rogó y no tuvo otra opción que dejarme, solo debía mantenerme lo más lejos posible, especialmente de Izrael.

Aunque después de que mi madre nos encontrara el trató de hablar conmigo, ella siempre nos interrumpía, parecía tener poderes mentales y detectar cualquier posible encuentro entre nosotros, pero el día de su cumpleaños 18, el comenzó a tratarme con desprecio y me frustraba no saber por qué.

Ese día me levanté antes que todos para darle el regalo que le había comprado y que guardé en el cuarto de los gemelos para que mi madre no lo encontrara, era una cadenita, como la que él me había regalado, claro mucho más barata y tenia nuestras iniciales, cuando entré a su cuarto estaba rendido durmiendo, le di un pequeño beso en la frente y despertó, pero su reacción no fue la que esperaba.

-¿Qué haces aquí?- dijo levantándose rápidamente de la cama

-Te traje esto, por tu cumpleaños- Le entregue la cajita, pero sin mirarla la tiró al piso -¿No, qué haces?- pregunté desconcertada

-Sal, no quiero nada de ti, recoge esa basura barata y sal de mi habitación- tomé la cajita del suelo y salí de la habitación llorando, no podía creer que él me había tratado de esa forma, no entendía que pude haber hecho para que se portara así conmigo, me sequé las lagrimas y volví a mi cuarto, mi madre ya estaba despierta.

-¿Dónde estabas?- preguntó

-Fui al Jardín- le contesté sin mirarla, para que no notara mis ojos rojos

-No me digas- ella no pareció creerme –Tenemos mucho trabajo es el cumpleaños de Izrael y su madre le hará dos fiestas, una con los amigos y otra con los de ella, esa Elizabeth aprovecha el mínimo motivo para hacer un evento.

No le respondí, pues la verdad no me sentía de ánimo para hablar de la señora, ni de nada, fui a buscar mi café antes de que los gemelos despertaran.

La primera fiesta pasó y yo estaba totalmente agotada, debía usar zapatos altos "por protocolo" y los gemelos me hacían correr tras ellos, luego la señora me mandaba a buscar toda clase de bebidas y aperitivos como si no hubiera mayordomos, para el mediodía todo el mundo se fue y los señores, Adam, los gemelos se preparaban para ir a la casa en la playa a otro compromiso familiar, yo iría a cuidar los gemelos, en fin la casa estaba sola para que Izrael compartiera con sus amigos.

-Vi estás ahí?- Adam toco la puerta de mi cuarto, mientras me quitaba esos incómodos zapatos.

-Sí, pasa

-¿Estás bien?- Pregunto mientras cruzaba la puerta

-Un poco cansada, que necesitas, no deberías estar aquí- Adam parecía olvidar que la señora Elizabeth no permite a sus hijos venir a esta parte de la casa y de lo que piensa mi madre ni hablar.

-Vine a decirte que le pedí a mi madre que Liz y yo cuidáramos a los niños en la casa de la playa, le dije que queríamos pasar tiempo con ellos, pero en realidad es para que descanses.

-¿Enserio Adam?-Dije sorprendida y feliz- De verdad harías eso por mí, no sabes cómo te lo agradecería, necesito un descanso- le dí un abrazo 

-Lo sé, has tenido un día fuerte- besó mi frente de una forma muy tierna y salió de la habitación, me recosté en la cama y me quedé dormida.

-Vivian, Viviana despierta- Era Gina, una de las señoras de limpieza

-¿Que pasa Gina? - dije aún aturdida por el sueño, miré el reloj y eran las 11 de la noche.

-Izrael quiere que tú atiendas a sus amigos- susurraba para que mi madre no la escuchara.

-Ese no es mi trabajo- Giré mi cabeza al otro lado dejándole saber que no había nada más que hablar.

-Viviana, ven por favor, no quiero que se moleste conmigo-Mire la cama de mi madre y estaba durmiendo profundamente, me levanté y me lavé la cara, me había quedado dormida con el uniforme, pero de ninguna forma me pondría de nuevo esos zapatos incómodos, busque mis flats blancos con negro y me dirigí a la sala donde había un grupo de unas diez personas, ya conocía a algunos.

-Vi querida Vi!- era Víctor, uno de los amigos de Izrael, olía a alcohol y su actitud confirmaba lo embriagado que estaba.

-Hola Víctor- lo saludé mientras el posaba sus brazos en mi hombro.

-Mi amigo Izrael quiere algo de ti- Miré hacia él y estaba riendo, al igual que los otros dos chicos que estaban a su lado, se veía que estaban muy embriagados.

-¿Ah sí? ¿Y qué quiere?- dije un poco molesta, Izra se paró del mueble en el que estaba y me tomó fuerte del brazo, tanto que me estaba lastimando, podía ver como los que estaban en el mueble al igual que Víctor seguían riendo, me llevó hasta el cuarto debajo de las escaleras y cerró la puerta.

-Izrael me estas lastimando ¿qué te pasa? - Le dije enojada, me soltó y pude ver las marcas en mis manos, me empujó contra la pared y había algo en sus ojos que no me gustaba, mostraba algo de maldad, como si no estuviera pensando lo que iba a hacer, comenzó a besarme de una forma muy agresiva, traté de quitarlo, pero volvió a tomar mis dos manos, me giró hacia la pared y comenzó a besar mi cuello, me sentía realmente mal y la pared molestaba en mi cara.

-Izrael, déjame ir- Le suplicaba, pero él no decía nada, solo seguía tocando mi cuerpo mientras me besaba, tomé un poco de fuerza y lo empuje, casi cayó al piso, pero cuando vio que iba a abrir la puerta no me dejó - ¿Eso haces ahora, me vas a forzar a estar contigo?- le dije mostrándome molesta.

-No tengo porque hacerlo ¿o sí?- Por fin decía una palabra, pero no era lo que esperaba - ¿Acaso no es eso lo que quieres? que por fin te haga el favor- No podía creer lo que decía, era una persona completamente diferente, podía ver que estaba borracho y que no sabia lo que hacía o decia.

- Vamos, tú no eres así- repetía una y otra vez tratando de que cediera, pero el parecía no ponerme atención.

-Mira - volvió a hablar -no tienes otra alternativa, sabes que no importa lo que digas, serás la única perjudicada- Sus palabras terminaron de hundirme, entendí que era una miserable sirvienta a la que nadie le iba a creer, perdí todas las fuerzas que tenia, el se dio cuenta que ya no me iba a defender y volvió a besarme, yo no respondía, solo pensaba en quien era él y donde estaba mi mejor amigo y el chico tierno del que yo estaba enamorada.

Sus caricias eran cada vez más dolorosas, dolía porque era a quien yo quería, pero la forma incorrecta y más me dolía saber que después de esto nunca más seria su amiga y mucho menos su novia. Después de unos minutos comencé a sentir su miembro presionado mis glúteos, subió la falda de mi vestido, seguía tocando todo mi cuerpo,  yo no podía creer lo que estaba pasando y justo cuando puso sus manos en mi ropa, la suerte se puso de mi lado.

-Vamos viejo, déjala tranquila- Víctor entró al pequeño cuarto salvándome de lo que fue el peor momento de mi vida– No voy a dejar que hagas algo de lo que te arrepientas- le dijo mientras lo separaba de mi, el seguía sin decir nada, se abrocho el pantalón, me quedé en el piso llorando, mientras bajaba mi falda, mas tarde llegó su amigo para ayudarme a levantarme.

-Lo siento mucho Viviana, no pensé que se iba a comportar así- me levantó para llevarme hasta mi cuarto, el ya estaba abrazando a una chica cuando pasé por la sala, todo esto era tan doloroso para mi, entré al baño y me di una ducha, lloraba como Magdalena y en silencio para que mi madre no despertara, me acosté para tratar de dormir pero fue imposible y cuando pude lograrlo todo era pesadillas.

VivianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora