NUEVE

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          Al otro día, temprano, estaba ya parada frente a la puerta de entrada de las oficinas de T. Entraron todos los empleados, pero ella no apareció: era claro que no trabajaba allí, aunque restaba la débil hipótesis de que hubiera enfermado y no fuese a la oficina por varios días.

          Quedaba, además, la posibilidad de la gestión, de manera que decidí esperar toda la mañana en el café de la esquina.

          Había ya perdido toda esperanza (serían alrededor de las once y media) cuando la vi salir de la boca del subterráneo. Terriblemente agitada, me levanté de un salto y fui a su encuentro. Cuando ella me vio, se detuvo como si de pronto se hubiera convertido en piedra: era evidente que no contaba con semejante aparición. Era curioso, pero la sensación de que mi mente había trabajado con un rigor férreo me daba una energía inusitada: me sentía fuerte, estaba poseída por una decisión y dispuesta a todo. Tanto que la tomé de un brazo casi con brutalidad y, sin decir una sola palabra, la  arrastré por la calle en dirección a una plaza. Parecía desprovista de voluntad; no dijo una sola palabra.

          Cuando habíamos caminado unas dos cuadras, me preguntó:

  ―¿A dónde me llevas?

―A la plaza que queda aquí cerca. Tengo mucho que hablar contigo ―le respondí, mientras seguía caminando con decisión, siempre arrastrándola del brazo.

          Murmuró algo referente a las oficinas de T., pero yo seguí arrastrándola y no oí nada de lo que me decía.

          Agregué:

―Tengo muchas cosas que hablar contigo. 

          No ofrecía resistencia: yo sentía como un río crecido que arrastraba una rama. Llegamos a la plaza y busqué un banco aislado.

  ―¿Por qué huiste?―fue lo primero que le pregunté. Me miró con esa expresión que yo había notado el día anterior, cuando me dijo "la recuerdo constantemente": era una mirada extraña, fija, penetrante, parecía venir de atrás; esa mirada me recordaba algo, unos ojos parecidos, pero no podía recordar dónde los había visto.

―No sé―respondió finalmente―. También querría huir ahora.

          Le apreté el brazo.

―Prométeme que no te irás nunca más. Te necesito, te necesito mucho ―le dije.

          Volvió a mirarme como si me escrutara, pero no hizo ningún comentario. Después fijó sus ojos en un árbol lejano.

          De perfil no me recordaba nada. Su rostro era hermoso, pero tenía algo duro. Físicamente, no aparentaba mucho más de veintiséis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho tiempo; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quizá la mirada, pero ¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?; quizá la manera de apretar la boca, pues, aunque la boca y los labios son elementos físicos, la manera de apretarlos y ciertas arrugas son también elementos espirituales. No pude precisar en aquel momento, ni tampoco podría precisarlo ahora, qué era, en definitiva, lo que daba esa impresión de edad. Pienso que también podría ser el modo de hablar.

  ―Necesito mucho de ti―repetí. No respondió, seguro no esperaba algo así de otra mujer.

          Ella seguía mirando el árbol. ―¿Por qué no hablas?―le pregunté. 

          Sin dejar de mirar el árbol, contestó:―Yo no soy nadie. Eres una gran artista. No veo para qué me puedes necesitar. 

          Le grité brutalmente:

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⏰ Last updated: Jun 03, 2018 ⏰

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EL TUNEL - CAMRENWhere stories live. Discover now