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Estoy nerviosa.

Por instinto me encuentro caminando arriba y abajo de la colina cerca de mi casa, indecisa a entrar, mordiendo mis uñas hasta llegar a la cutícula; derramando sangre a falta de unas manos que me detengan como lo hacían las de él. No tengo idea de muchas cosas de la vida, aún menos cuando se trata de entender cómo es posible que la muerte sea causa cuando es consecuencia también; pero, sobre todo, no cuento con ninguna palabra en mi vocabulario lo suficientemente descriptiva como para captar el sentimiento que ahoga en este momento a mi corazón. Pero aquí estoy. Gastando la suela de unos tacones viejos.

No sé qué discurso dar.

Aún recuerdo las primeras vacaciones que pasamos papá y yo solos, cuando mamá se fue. Yo usaba un bonito vestido azul mientras el cielo se tornaba naranja, y la tristeza en el rostro de papá desentonaba con su soledad; estaba triste porque ella se había ido, pero estaba solo porque él tampoco la quería más. Ese día él llevaba su cabello despreocupado, por no decir que se notaba el abandono en su apariencia, y en sus manos sentí la poca fuerza que llevaban sus convicciones después de que la puerta que se acababa de cerrar hizo temblar sus fundamentos; creí que en cualquier momento se derretiría con el sol, y mis manos no serían suficientes para sostenerlo. Pero yo estaba equivocada, y en poco tiempo se congeló dada la falta de aliento en sus labios, y fue cruzando sus brazos, olvidando su suerte, convirtiéndome en realidad más que en un motivo y, sobre todo, perdiendo la causa. Así fue como su último deseo fue haciendo espacio en su boca: "quiero que me escribas un poema y me vuelvas arte, porque tu madre nunca pudo verme como un lienzo y el espejo era la prueba de que yo no era semental. Eres mi última oportunidad de recuerdo."

Y ahora debo demostrar que no había alguien más fuerte que él; que sí fue alguien frío cuando forzaron su invierno, pero que, al ser roca, soy capaz de hacer con él una escultura.

Y es que papá también se fue. Sus ojos ya no están para brillar con Mozart y su boca ya no está para reírse de mí. Mamá nos hizo esclavos y erró en su libertad falsa, y odio que en este cielo naranja la luz del alba ilumine este suelo y retumbe gritando: "que, en tu madre, tu padre fue sólo obstáculo, y en tu padre, tu madre fue toda circunstancia, y no cabía otro nombre en su mente, y no cabía otro cuerpo en su cama, y está descansando en paz."

Y seguro que mi madre está en paz con sus pecados, con otros nombres y otros cuerpos en la cama; ninguna dama tiene su rostro y ningún lugar habría nunca para ella en mi paisaje; que, si alguna poesía llegó a tocar su memoria, habrá sido sólo como sinónimo de algunas maldiciones y metáfora de otras porquerías: que yo nunca la querría, porque el odio es un arte, y por eso es que puedo escribir. Que en mi sabiduría se encuentra una única lección, y es que, en el amor y la guerra, el primero es causa y el segundo efecto, y por eso, al no comprender el primero, las suyas fueron mierdas de lucha y nunca revolución. Papá sí sabía de verdades y, por lo tanto, apreciaba ambas cosas; pero nunca pudo luchar porque sabía que, para amar de verdad, hace falta más que uno mismo.

Y es que papá ya no está. Y lo extraño, lo extraño muchísimo, y no sé si pueda cumplir con su último deseo cuando el mío no se cumplió: tenerlo para toda la eternidad.

Pensar en la eternidad mientras visto de negro es la peor burla que me han hecho; caminar arriba y abajo de la colina es evadir el poder comenzar de nuevo; el tiempo que paso imaginándome algo diferente me hace aún más consciente de la situación actual; no puedo volver sobre mis pasos hacia el pasto recién mojado de nuestra casa en la ciudad; y las luces que alguna vez me iluminaron sólo sirven para opacar mi presente; la gente está presente y sus voces inundan lo que antes el océano humedecía, pero mis mejillas... éstas no se han podido secar desde hace dieciséis años.

Mi papá no estará para mi próximo cumpleaños. No podré soplar las velas sin desear tenerlo en mis brazos. Le dedicaré todo mi llanto y acentuaré su nombre; cada vez que alguien lo recite, gritaré más fuerte: ¡poesía eran tus lágrimas, belleza era tu amor paternal, sonetos eran tus ojos, versos nacían de tus besos, vuelve, vuelve! Porque no hay peor forma de extrañar, que hacerlo sola.

Y sin él, sí estoy sola, porque yo conocía otro tipo de soledad.

CORAZÓN QUE SIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora