Capítulo 16: Dani y Gina

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Capítulo 16

Despierto de la siesta de mal humor, culpa del coche que toca el claxon. Pita de malas formas. Una vez, y otra, y otra. Se oye frente a mi casa. Tiene que ser Gina, a quien le escribí anoche para que viniera a buscarme en cuanto pudiera.

Ha llegado antes de lo que esperaba. En el móvil tengo un montón de notificaciones suyas y de Dani. Salgo de la cama de un salto, sin tiempo para leerlas. Reviso mi aspecto en el espejo y me peino un poco con las manos. Todavía estoy metiendo unos recambios en la mochila cuando vuelve a pitar. Si sigue así, mi madre —o peor, Álex— saldrá a ver qué pasa, y no me hace gracia que Gina, que es tan radical, hable con ellos.

Bajo los escalones de dos en dos y aviso con un grito de que me voy a Barcelona unos días, segura de que a mi madre no le importa en lo más mínimo.

—¿Dónde vas a estar? —pregunta, asomándose al recibidor.

—En casa de Gina —le digo, mientras me pongo las zapatillas.

—Me has hablado de ella, ¿no? Me suena.

—Sí —contesto, aunque en realidad no lo sé—. Bueno, me voy.

—¿Cuántos días?

—Ay, no sé, mamá. —Cojo las llaves del cenicero de la entrada—. ¿Dos? Tres, a lo mejor.

Noto que mira alrededor buscando a Álex. Debe de querer asegurarse de que él está de acuerdo. Señalo con la cabeza hacia las escaleras.

—Ya le he preguntado —miento—. Le ha parecido bien.

—¿Le has preguntado?

—Sí, sí. —Vuelve a sonar el claxon. Gina me pone de los nervios—. Bueno, mamá, ya me han venido a buscar. Adéu!

Adéu —se despide, con una mueca que no sé leer—. Cuídate.

Cruzo el jardín a toda prisa; si sigue pitando llamará la atención de los vecinos, y bastante mala fama tengo ya como para que además me vean con estas pintas, toda desaliñada, subiéndome al coche de alguien que no es del pueblo.

El Seat azul de Dani —de tercera o cuarta mano, por lo menos—, está aparcado cerca de la entrada. Gina y Dani nunca se prestan los coches.

—¿Gina no ha podido venir? —pregunto, sentándome a su lado.

—Hoy trabajaba. ¿Se puede saber qué era tan urgente?

No le presto atención, tengo la excusa de estar concentrada en hacer sitio para mi mochila entre toda la porquería del suelo.

—Cómo tienes el coche, tío.

—Yo también me alegro de verte —responde—. ¿No me das ni dos besos?

A decir verdad, he estado evitando mirarle. Nunca imaginé que estaría a solas con Dani en una situación así. Haberle hecho venir hasta mi pueblo ha sido egoísta, una estupidez. El mensaje que les envié estaba fuera de lugar.

—¿Pasa algo? —pregunta.

Sonrío con cara de tonta, con una disculpa atrapada en los labios.

—Ay, perdona —consigo decir, ofreciéndole un abrazo torpe.

Dani me da unas palmaditas en la espalda como para indicarme que ya es suficiente. No está acostumbrado a mis demostraciones de afecto.

—Me gusta tu gorro —le digo tras separarme.

—Eh... ¿gracias?

—Va muy con tu estilo —me apresuro a aclarar.

Se trata de un gorro de lana, lo que me parece un sinsentido con el calor que hace, sobre todo en su coche, que sigue sin aire acondicionado.

Aunque me odies (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora