Vicio compartido

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Entramos de la mano en mi casa y dejé las llaves en el mueble de la entrada. Sabía que mis padres iban a estar fuera hasta después de cenar con lo que tendríamos la casa para nosotros. Podríamos hacer lo que quisiéramos pero los dos teníamos muy claro en lo que queríamos emplear nuestro tiempo a solas.

-Amaix, ¿haces palomitas mientras yo lo preparo todo? -le pregunté mientras me quitaba la chaqueta y recogía también su abrigo para colgarlos en el perchero del recibidor.

-Vale -respondió jovial-. ¿Están donde siempre?

Asentí con la cabeza y me fui para mi cuarto. Después de una locura de agenda con Eurovisión y los conciertos de la gira, teníamos unos días de descanso que ambos habíamos decidido aprovechar para trabajar en nuestros discos. Yo lo tenía muy fácil porque estaba grabando maquetas yo solo en un estudio de Barcelona, pero ella desde Mendillorri lo tenía mucho más complicado. En Pamplona no hay estudios de grabación ni productores musicales como los que se merecía una artista como ella, alguien que trabajaba con Universal como discográfica y que era probablemente la cantante revelación del panorama actual.

Por eso la había convencido para que pasara esos días conmigo en mi casa, desde donde podría asistir a reuniones para hablar de su proyecto o acudir a estudios de Barcelona que sí trabajaban con la discográfica.

Pero esa tarde no queríamos pensar en maquetas, composiciones o singles, sólo queríamos pasar todo el rato que pudiéramos haciendo una de las cosas que habíamos descubierto que nos gustaba más.

Me fui para mi cuarto y encendí el ordenador. De fondo escuchaba el crepitar de las palomitas de microondas y desde la cocina me llegó ese inconfundible olor a cine. Mi sistema operativo arrancó un poco a duras penas pero por fin pude abrir el navegador y entrar en la página que Amaia y yo habíamos metido en favoritos desde el día que la encontramos.

Twitter es como una jungla, tienes que entrar armado de mucha paciencia y un machete bien afilado, sobre todo si eres una figura medianamente pública como Amaia y yo. Ninguno de los dos nos consideramos personas influyentes, ni muy famosas ni, mucho menos, referentes de la música, no tenemos ni diez minutos de carrera musical fuera de la Academia, por Dios. Pero hemos estado en un programa de televisión que ha reventado todas las audiencias de este país y que ha reinventado el fenómeno fan, por lo que, nos guste o no, somos dos de los personajes más mediáticos, por lo menos hasta que se pase el efecto OT.

Por eso ninguno de los dos entramos mucho a las redes. Bueno, ella no entra nada en absoluto, no importa cuántas veces su familia y yo le digamos que sería bueno que pusiera un tuit (uno solo) de vez en cuando para cuidar a sus fans, que son muchos a pesar del abandono en que tiene todas sus cuentas sociales. Pero la que sí que entra casi todos los días es mi madre, quién me lo iba a decir a mí. Se hizo la cuenta cuando empezó el programa y la ha usado sobre todo para apoyar mi paso por el concurso y los inicios de mi carrera, así como los de Amaia.

Tiene que leer auténticas barbaridades que solo soporta porque sabe la verdad de cómo soy yo y porque es el ser humano más tranquilo y pacífico que camina de pie sobre la tierra, salvo quizás mi padre. Pero al margen de las burradas que la gente sin oficio publica todos los días, la mayoría de lo que se encuentra son fans muy entregados que nos siguen por nuestra música y que están deseando escuchar nuestros próximos trabajos. Y de vez en cuando se topa con cosas verdaderamente curiosas como aquella página web que nos enseñó a los dos cuando apenas llevábamos un par de semanas fuera del concurso.

Cuando Amaia y yo la vimos nos miramos el uno al otro levantando una ceja, incrédulos de que algo así hubiera podido aparecer en Internet, "no es posible", nos decíamos con la mirada, "esto debe de ser una broma". Pero no lo era, y todavía no sabemos cómo, pasamos el resto de la tarde navegando por aquel mar inexplorado del que nos costó salir.

Vicio compartidoWhere stories live. Discover now