Phobia (I)

59 0 0
                                    


"Sentía como sus dedos suavemente rozaban mis piernas, iban deslizándose lentamente hasta mis nalgas, donde, con ambas manos las apretó haciendo que mi cuerpo reaccionara, sintiendo como un escalofrío me recorriera de pies a cabeza, tanto su entrepierna como la mía ya estaban ya algo duras, erectas, entonces me arrancó la ropa, pues por lo visto comenzaban a serle molestas. Sentí como se iba acercando poco a poco a mi cuerpo, rozando ambos sexos, haciendo aquello que la excitación fuera en aumento, me dió un empujón algo brusco, el cual me hizo caer boca abajo sobre la cama, se sentó sobre mi trasero, rozando toda la extensión de su erección entre mis nalgas quitándomelos después de un simple tirón, algunos jadeos salían de entre mis labios perdiéndose en el eco de aquella habitación, y algunos otros de entre los suyos. Apretaba los dedos sobre mi cintura, y de una simple pero brusca estocada introdujo su miembro en mi entrada."

Y entonces desperté.

Abrí los ojos con fuerza, notaba todo mi cuerpo algo tenso, estaba completamente excitado, mis manos incluso temblaban muy levemente, entonces lo vi, estaba erecto. Completamente erecto. Mi corazón empezó a latir fuerte, demasiado fuerte, siempre me pasaba lo mismo, tenía sueños húmedos y al despertar ale, erección. ¡A LA AVENTURA! Por que desde luego, siempre que aquello pasaba era una aventura. Agarré el cojín más cercano y lo tapé, cerré los ojos con fuerza, era horrible, no podía aguantarlo, necesitaba que bajara como fuera. Mi piel se volvió blanca, el corazón me latía más rápido de lo normal, gotas de sudor rodaban por mi frente, pensé que me desmayaría. Pero al pensar sólo en que aquello se pasara, bajó, por suerte, miré debajo del cojín que tenía sobre la entrepierna "¡Gracias a Dios!" pensé, sí, soy extraño, pero es una enfermedad, o eso me dijo el médico, yo he llegado a pensar que estoy loco, o que soy anormal, no lo sé la verdad.

Sí.
Le tengo miedo a los penes.
Concretamente a los penes erectos.
Soy medortofóbico.

En ese preciso instante me di cuenta, necesitaba ayuda, ayuda urgente. Que mi pene se pusiera erecto no lo decidía yo, y tener un ataque de ansiedad cada vez que me pasaba o que lo veía no era precisamente agradable. Así que lo decidí, pensé en in a un sexólogo, no podía existir un lugar mejor para un tema como ese ¿no? Bueno, eso pensé yo. Me daba apuro ir y decirle a un completo desconocido "Hey! Hola amigo, me dan miedo los penes tiesos." probablemente rompería en carcajadas al escucharlo. ¿A qué hombre normal le da miedo SU PROPIO pene erecto?

Me levanté de la cama, todavía sentía que mis piernas se doblegarían en cualquier momento ante aquél ataque, me encaminé hacia el baño y me lavé la cara con agua fría, bien fría, para que todo aquello que había sentido minutos atrás se esfumara lo antes posible y mi entrepierna no volviera a aquél estado. Poco después me tomé un café delante del ordenador donde busqué algún buen sexólogo apartado de la ciudad, por si acaso, no quería problemas de rumores.

Por cierto, mi nombre es Peter, Peter Sullivan.

*****

Acaricié con delicadeza aquellas finas piernas que tenía frente a mí, deslizando ambas manos lentamente hacia su prieto trasero, el cual apretujé con ganas. Intentando contener a la bestia que luchaba por salir, lo acerqué poco a poco a mi cuerpo; tanto él como yo estabamos duros, deseosos de despojarnos de la poca ropa que nos quedaba. Comencé a frotarme contra él, como si fuera un perro en celo, lo cual hizo que ambas erecciones crecieran notoriamente; ese fue el no va más. Le empujé de manera que quedó boca abajo sobre la cama, aquel trasero redondo estaba volviéndome completamente loco. Me subí sobre él, apoyando las manos sobre su espalda y, la entrepierna sobre su trasero. Bruscamente, empecé a follármelo por encima de la tela de la ropa interior, la cual no demoré en quitar, maldiciendo entre gruñidos por oglibarme a perder tiempo. Escuché sus gimoteos, eran como música para mis oídos, aunque resonaban lejanos y perdidos, siendo apagados por aquella voz en mi cabeza que repetía una y otra vez "¡Fóllatelo, fóllatelo de una vez!". Había intentando no hacerle caso, al menos no inmediato, pero llegados a ese punto, fue completamente inútil. Arrodillado sobre la cama, bajé las manos hasta llegar a su cintura, sosteniéndole con firmeza para evitar cualquier accidente, ya que segundos después, le embestí con brutalidad, entrando en él de una sola estocada. La estrechez de su cuerpo hizo que mi vista se nublara y mis caderas comenzaran a moverse por si solas. "¡Para, por favor. Para!" gritó el muchacho, pero fui incapaz de escucharle, fui incapaz de reaccionar, como si yo ya no fuera dueño de mis propios actos, de mis propios movimientos, ni siquiera de mis pensamientos. Aquella voz se había apoderado de todo mi ser... como cada vez que follaba con alguien.

Sí.

Soy adicto al sexo.

Soy ninfómano.

Cuando volví en si, mi respiración iba descompasada, mi corazón latía tan rápido que parecía que se iba a salir de mi pecho, y mi entrepierna estaba a punto de estallar en llamas. Busqué al muchacho con la mirada; no estaba. Las sábanas estaban manchadas de blanco, pero también de rojo. Bufé. Me enfadé. Grité. Golpeé el colchón con las manos. Luego la pared, seguida de la puerta del aseo. Rompí con el puño el espejo, el sentimiento de odio que sentía hacia mí mismo era más grande que el loft en el que vivía, incluso. Miré el reflejo de mi rostro sudoroso en el trocito que quedaba del espejo, y lo analicé detenidamente. "Te has lucido de nuevo, ¿eh? ¿Hasta cuándo piensas seguir así? Tienes 25 años, pedazo de subnormal. Despierta de una puta vez."

Fue entonces cuando me di cuenta; necesitaba ayuda. Necesitaba ayuda urgente. La adicción al sexo me había hecho perder trabajos, amigos, parejas. Me obligaba a gastar un montón de pasta en copas para tíos a los cuales poder llevarme a la cama, y si no caía ninguno, en putas. No era capaz siquiera de salir a tomar un café, pues pensamientos obscenos con la camarera, el chico del al lado, o incluso con mi propia mano azotaban mi cabeza como si de un esclavo se tratase. Bueno, aunque técnicamente, lo era. Un esclavo de mi propio sexo.

Por cierto, mi nombre es Brian. Brian Reed.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jun 24, 2018 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Sick and destroyed.Where stories live. Discover now