~7~

14 3 3
                                    


Desperté, con unas sacudidas... Y no, no había un terremoto, era mi querido hermano mayor... Nótese el sarcasmo.

-Ey, enano, despierta.

-Joder, Marco... Podrías haber esperado más... - Dije, abriendo los ojos lentamente.

-¡Si es tardísimo! ¡Ya es la una! ¿Se puede saber a qué hora te acostaste anoche y que cojones estuviste haciendo? Fui a tu cuarto de madrugada un momento y no estabas. ¡No te encontré en toda la casa!

-Te prometo que te contaré todo, ¿sí? Pero ni una palabra a nadie. Deja que me vista y nos vamos de aquí.

Caminamos hacía un Foster's Hollywood con vistas al mar. Ya era hora de comer. Y tenía que revelar muchas cosas. Quizás demasiadas.

Antes de empezar a hablar, tiró dos cartas sobre la mesa. Todavía estaban cerradas y sin sello.

-Una es para ti, otra para los dos. ¿Por qué Jennifer nos está hablando y quién diablos es "tu diosa"? ¿Ana?

-No exactamente... - Dudé.

-Joder, hermanito. Necesito ponerme al tanto de las cosas que no me cuentas por teléfono, ¿eh? - Rió, contagiándome su risa.

-Bueno... Jen me habló ayer por la mañana, en el instituto. Me dijo que jamás se había acostado contigo, simplemente nos lo hizo creer y que todo fue por una razón que no me puede decir.

-Miente. - Le miré. - Oh, por favor. ¿En serio te crees eso? ¡Por dios, es Jennifer!

Suspiré.

-Tú no la viste, Marco. Si lo hubieses hecho, si hubieras visto su mirada. Era sincera, créeme. La conozco, sé cuando miente. Y esta vez no lo estaba haciendo. Pero no sé que es lo que pasa y no voy a convencerme de nada hasta que no confiese...

Ahora, el que suspiró, fue él.

-Cuéntame sobre Ana, anda. Y sobre "tu diosa". - Asentí y empecé el relato.

-Llevo con Ana casi un año, y me gusta mucho, pero solamente eso. Sí, sigo siendo virgen y sí, sigue con el trauma, pero no es por eso por lo que no quiero. Es que quiero hacerlo cuando me enamore, pero se que no será de ella. Cuando rechacé su propuesta de acostarnos, se puso histérica y sus palabras me dolieron. Desde entonces ya nada es lo mismo, intentamos obviarlo, pero es imposible. Ana ya no es mi chica perfecta. Sinceramente, nunca lo fue. - Mi hermano me miró fijamente, pero no habló, esperando que continuara. - El mismo día que tuvimos la disputa, me acordé de que, aquellos años que no pudimos vivir en la casa de papá porque el tío regresó, fuimos a esa casa y siempre me escapaba al tejado para estar solo. Y eso hice. Sin embargo, el plan no salió bien, puesto que las tejas colindan con la casa de al lado, cómo si fuera una sola, por lo que estaba una chica allí echada. Era muy extraña y me preguntó​ por qué lloraba. Me llamó ángel y dijo que eso era lo primero que había pensado al verme. Y me insistió en saber cuál fue mi primer pensamiento hacía ella, que fue: parece una diosa. Y de ahí el nombre. Ella es especial, ¿sabes? Siento que a su lado puedo ser yo mismo, me siento bien, en paz. Los silencios no son incómodos y cuando estoy con ella todo lo demás desaparece. Sinceramente, no se si me gusta. ¡Joder, ni siquiera se su nombre!

-¿Has pensado que tal vez podrías estar enamorándote de ella?

-Te vuelvo a repetir que ni siquiera se su nombre. ¿Cuánto tiempo lleva desde que nos conocimos? ¿Una semana? Ahora que lo pienso, sí, una semana justa.

-¿Y qué? ¿Has oído hablar alguna vez de los flechazos? - Creo que en ese momento mi cerebro dejó de funcionar. Colapsó. Y me llevó a mí con él.

La chica del tejadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora