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Al volver a la sala, encontraron a Dylan de rodillas en el sofá mirándolos muy serio.

—¿Ahora sí son novios? –preguntó. Como respuesta, Paige se echó a reír, y caminó de vuelta a la cocina para seguir con su cena. Esteban quedó a solas con el niño, que lo miraba inquisitivo.

—No le pegaré a tu mamá –dijo Esteban, intuyendo que era eso lo que le preocupaba.

—¿La harás llorar? –eso lo dejó allí, clavado en su sitio. Sí, seguro que la haría llorar. Guardó silencio, y Dylan suspiró sentándose de nuevo en el sofá—. Todos siempre la hacen llorar. No eres el primer novio que tiene, pero ella siempre termina llorando.

—¿La has visto?

—La escucho, por las noches. Cuando ella cree que estoy dormido, ella llora, pero yo la escucho. Sé que a veces es mi culpa, pero a veces me porto bien, y aun así ella llora—. Esteban respiró profundo y se sentó al lado de Dylan en el sofá.

—Tal vez... se siente muy sola, o agobiada.

—Tal vez –dijo Dylan, pasando el canal con el control remoto. Esteban miró la pantalla, y escuchó los movimientos de Paige en la cocina. Si iba allí, sería un estorbo más que una ayuda, pero se moría por estar otra vez cerca de ella, así que pasados unos minutos no lo pudo resistir más y fue a ella. Paige no fue tímida y lo puso a lavar papas, o a picar cebolla, cosa que hizo fatal. Luego lavó trastes y sacó y metió cosas de la nevera.

—Parece que nunca hubieses hecho nada en una cocina.

—La de mi habitación está en completo desuso –sonrió Esteban—. Escasamente sé agarrar bien un cuchillo.

—¿Y cómo haces cuando tienes hambre?

—Pan y mantequilla de maní.

—¿Siempre?

—No necesito cocinar para hacerlo.

—Qué horror. Por eso estás tan delgado—. La sonrisa de él se borró—. Perdona, no quise ofenderte—. Él apretó sus labios sonriendo y sacudió su cabeza. En el pasado, él había tenido pectorales y una tableta de chocolate en el abdomen. Brazos musculosos y cintura perfecta. Todo eso se había perdido al tener que alimentarse con lo que ganaba.

La cena estuvo lista pronto. Pollo, patatas en puré y ensalada. Todo olía demasiado bien, y el estómago de Esteban rugió. Hacía años no comía nada tan bien preparado, y agradeció que Paige no pudiera escuchar su estómago gruñir de anticipación.

Se sentaron a la mesa y Esteban observó que ellos daban gracias antes de tomar los alimentos. Bajó la mirada en respeto y escuchó la oración. Paige agradecía por la comida y pedía por los niños que no tenían para cenar hoy. La miró. Ella estaba tan hermosa ahora, rogando por los pobres del mundo... En su pobreza, ella pedía por los demás, y agradecía por lo que tenía.

Qué bonita, qué buena, qué dulce...

Vaya, por primera vez en su vida, Esteban Alcázar se estaba enamorando. Esa angustia en su pecho, ese palpitar en su corazón, ese ardor en su alma... no podía ser otra cosa, se estaba enamorando.

Y al comprenderlo, quiso salir corriendo de allí. Pero se contuvo. Sentía miedo, pero a la vez, paz. Estaba aquí, con estas dos personas a las que les faltaba todo en la vida, y que a pesar de eso, eran capaces de hacerlo sentir a él completo. Al menos mientras estaban cerca.

Observó la dinámica de madre e hijo al comer. Ella servía el pollo y la ensalada mientras Dylan repartía el puré de papas. Paige no tenía vino, así que sirvió un jugo de frutas. Jugo de frutas, pensó Esteban, no era costumbre en casa de su padre, pero era lo más delicioso ahora mismo.

EstebanWhere stories live. Discover now