Parte 2

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-¡Mas rápido escoria, esas rocas no se moverán solas!- gruñó con dureza uno de los guardias, dándole a Legolas un corte en la espalda con el látigo nervado en su mano.

Las facciones de Legolas se apretaron mientras luchaba con la furia que ardía hacia estas personas. Manteniendo el silencio a pesar de las burlas de sus captores, Legolas levantó otro gran trozo de roca y lo llevó hasta el pequeño carro, que se estaba llenando rápidamente.

Decenas de esclavos trabajaban en estos campos de rocas, esclavos del rey Melèch y condenados a mover piedra y grava para el uso de Dorolyn hasta el día de su muerte, lo que sería muy pronto porque las tasas de mortalidad en las canteras eran altas. Flotas de esclavistas crueles los vigilaban, conduciendo a las pobres almas sin descanso; pero de todos ellos, Legolas era el único esclavo que tenía la dudosa distinción de tener sus propios guardias personales. Por otra parte, era el único esclavo cuya vida entera no estaba ligada a esta única y ardua tarea. Al rey Melèch le gustaba tener su trofeo favorito a mano, sin embargo, Legolas no había sido más que un problema para sus captores desde el día en que lo llevaron.

La fuerte voluntad del elfo se negó a romperse y no pudo ser movido, ni por el dolor ni por la coacción, a romper su promesa de nunca reconocer al malvado Rey como su Maestro o Señor. Las tres semanas que Legolas había sido esclavizado por Melèch habían sido un infierno para el elfo, su último descaro le había valido una semana y media de trabajo forzado en las canteras de piedra como castigo.

Los guardias que Melèch le asignó eran responsables tanto de asegurarse de que el prisionero no escapase, como de asegurarse de que trabajara el triple en un intento de drenar parte del espíritu de su esclavo rebelde; pero con lo que Melèch no contaba era con la fuerza y la resistencia élfica.

Legolas podía seguir por mucho más tiempo que los guardias que lo observaban, lo que enfureció a los hombres que tomaban turnos mientras el elfo se veía obligado a trabajar duro tanto de día como de noche. Los elfos necesitaban poco descanso y tenían sus propias formas de recuperar su fuerza incluso mientras estaban de pie y moviéndose. Entonces, durante los primeros tres o cuatro días de su sentencia, Legolas no había mostrado ni la más mínima señal de fatiga; sin embargo y a medida que avanzaba la segunda semana, el trabajo duro e inquebrantable que estaba especialmente mal adaptado para un elfo del bosque comenzó a hacer mella en el cuerpo y espíritu del joven príncipe.

No ayudaba que los hombres que lo protegían se deleitaran en hacer la vida del elfo una miseria; como no podían encontrar una queja legítima sobre su trabajo, recurrieron a crearlas y nada de lo que Legolas hiciera era lo suficientemente rápido o bueno para satisfacerlos. Pesadas cadenas de hierro conectaban las muñecas y los tobillos de Legolas entre sí con el grueso collar de hierro alrededor de su cuello. En conjunto, las feas esposas debieron pesar más de treinta libras y arrastrar su peso todo el día no ayudaban a aliviar el trabajo del elfo.

Utilizando las herramientas que le proporcionaron, Legolas astilló otro bloque de piedra de la roca en la que estaba trabajando con repetidos golpes de una púa de bordes apagados. Rodando la gran roca que había creado a lo largo del suelo con una cantidad considerable de esfuerzo, la llevó al carro y la levantó sobre las demás. Estaba respirando pesadamente por el esfuerzo y la transpiración cubría su cuerpo, haciendo que su ropa desgarrada y sucia se le pegara mientras se movía. Los largos dedos del elfo estaban llenos de cortes y sangrando por más de una semana de manipulación y acarreo de pedazos de piedra afilados y dentados; el elfo se había envuelto una tela alrededor de las palmas como hacían quienes trabajaban co el en las canteras en un intento de protegerse, pero aun así no pudo evitar los cortes y ampollas adquiridos en su tiempo allí.

Cautivo en la OscuridadWhere stories live. Discover now