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Suspiro pateando la piedrita que reposaba en el suelo. Ya, ni que caminara. Y es que no había mucho que hacer aquí en pleno desierto, sin contar qué tal vez pronto moriría de hambre. ¿Momento de entrar en pánico? Supongo, pero me hallo muy cansada como para hacerlo.

Y es que no fue el mejor de mis días. Se podría decir que fue el peor.

Me hallaba disfrutando de la vida en mi avión privado: estábamos únicamente el piloto y yo. Volvía desde Perú a reunirme con mis padres en Francia, más impaciente no podía estar. Y es que los dos años que estuve estudiando de intercambio en aquel país me separó de ellos.

Ya dolía el simple hecho de estar cumpliendo dieciséis ese mismo día y recién poder verlos cuando cayera la noche.

Miraba por la ventana. ¿Qué había de especial en un montón de nubes? Definitivamente, no podía entender lo que le veían mi padre y su amigo a este paisaje. Claro, debo incluir también a mi piloto.

—Señorita Nora, estaremos llegando a Francia en aproximadamente...

—No lo digas. Lo sé, falta mucho —interrumpí cerrando los ojos.

—Aún más de lo que piensa, tomamos el camino pasando por África. Vi las condiciones más favorables.

—Ajá —respondí sin mucho interés.

De un momento a otro, el avión comenzó a sacudirse terriblemente.

—Marcus, ¿qué está pasando? —me sostuve del asiento—. ¿Marcus...?

El mencionado apareció entrando a la cabina en la que me encontraba, cargaba una extraña mochila en sus manos y otra la llevaba puesta.

—Sobre el clima... —rascó su nuca—. Sí, me equivoqué.

—¡Marcus! —grité desesperada.

Uy, quería golpearlo...

—Tenga —me puso en pie y me colocó adecuadamente esa mochila.

—¿Qué se supone que haga con una mochila? Marcus, estamos en plena turbulencia y tú deberías estar solucionando esto en la cabina. ¿Para qué una estúpida mochila? —lo empujé.

—Es un paracaídas, señorita —habló algo nervioso—. Necesito que hale de esta cuerda cuando estemos en el aire.

—¿Cuerda? —busqué la cuerda y la alcé—. ¿Esta? ¿Marcus...? ¡Marcus!

El señor ya había saltado. Me acerqué corriendo a la puerta.

—¡¿Tengo que saltar?!

—¡Hace rato señorita!

—¡SE SUPONE QUE LO HICIERAS DESPUÉS DE MI!

Supongo que dijo algo, pero no lo escuché, ya estaba muy lejos y el ruido del fuerte viento impactando directamente contra mi rostro no ayudaba. Lo perdí de vista.

Con el corazón en la boca, salté.

BITCH, PLEASE.

—¡¿Qué se supone que haga ahora?! ¡MARCUS!

Caía rápidamente, veía todo pequeño. El suelo parecía cada vez más cerca y no estaba muy preparada que digamos para una caída.

—¡La cuerda, cierto!

Tiré la condenada pita y con un fuerte golpe me sentí elevar un poco hacia arriba. Seguía cayendo, solo que ahora no tan rápido. ¿Esto es un desierto? Oh, no.

¿Cómo se supone que caiga?

—¡AHHHHHH!

Mis piernas apenas tocaron la tierra y me fui de cara al suelo. Fui arrastrada unos metros y comencé a rodar; quedé envuelta entre el paracaídas y choqué contra un enorme montículo de arena.

Ya, al menos paré de rodar.

—¡Pero ahora soy una jodida oruga! ¡Arsh! —me revolví lo más que pude.

Inútil, sí. Al final, de todas formas ya se hacía de noche. Al menos no tendría frío.

Ya mañana vería cómo me las arreglaba para salir de esta.

En eso, me puse a pensar: no tengo agua, comida menos. Marcus no está y no hay forma que regrese. ¡Estoy en pleno desierto, Dios! Sin poder evitarlo, lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. No era posible, moriría. Tarde o temprano, lo haría. No podía escapar de este enredo, literalmente, hasta estaba atrapada en un paracaídas.

—¡Mi vida es un ascooooo!

—¿Por qué tu vida es un asco? —una voz habló.

Pero si las voces no hablan. Abrí los ojos, me encontré con unos azules. Un chico, de cabellos azabaches.

Caí en África (EL PRINCIPITO, FANFIC)Where stories live. Discover now