Oportunidad

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No ha pasado ni una semana desde que conocí a Agoney. Y no hubo un solo día que un recuerdo suyo no me cruzara por la mente. Ésta última aprovechaba mis momentos de mayor debilidad para hacer que mi pensamiento tomara un desvío hacia alguno de los atributos entre los tantos con los que contaba. Su voz, su mirada, esa forma que tienen sus rizos de descansar sobre su frente... Es decir, todo él, a falta de conocer su personalidad, sus gustos, sus... ¿ya he tomado otro desvío verdad? Esto ya empieza a ser un suplicio.

Pero echad el freno, no vayáis a ser como Nerea. No es obsesión, no es que esté pensando en él 24/7. Es solo que, muy a mi pesar, el chaval había dejado huella en mi. Uno no se replantea todos los días sus creencias por cualquiera. Y empiezo a sospechar que ese Agoney no será un cualquiera para mi. Aunque no le vuelva a ver, siempre será el chico que me hizo pensar que creer en el amor es posible.

Pero no con él, cortad el rollo. Ya he asumido que volver a verle es una posibilidad remotamente ínfima.

Volvamos a mi rutina.

Porque sí, la vida había vuelto al mismo vaivén monótono de siempre. Y, sorprendentemente, le estaba empezando a coger un poco de asco. Sin embargo, el trabajo da dinero y el dinero da comida. Y os preguntaréis dónde quedó aquel "el trabajo me hace feliz". En Indonesia al parecer. Como las pelucas que dice Nerea que vuelan cuando la gente me oye cantar.

Y así nos encontramos un viernes, nuevamente en medio del ajetreo de un turno de tarde, esta vez en el nivel 'intermedio' de atención, haciendo referencia a la gravedad de la urgencia con la que se acuda.
En resumidas cuentas, no estaba siendo una tarde tranquila y prometía un cierre de día de caos absoluto.

Hoy no compartía turno de trabajo con ninguno de mis amigos. Ni Alfred, ni Thalía, ni Juan Antonio. No disponer de su compañía no ayudaba a mejorar mi estado de humor.

Me regaño mentalmente. Que mi mundo haya dado un giro de 180 grados y mi interior se sienta a punto de estallar, no se debe reflejar en mi trabajo. Por lo que, una vez más, ya tengo dibujada una (o lo que pretende ser una) de mis mejores sonrisas en la cara.

Que no dura mucho, porque de repente:

- Tenemos un aviso chicos, uno de vosotros tiene que pasarse conmigo al box vital - nos dice uno de nuestros compañeros que está hoy en triaje.

*Joder, hoy no*

- Hoy le toca a Raoul- tres pares de ojos se centran en mi.

Suspiro y acompaño a ¿Luis se llamaba? al dichoso box.
Si tuviera que describir el trabajo que realizamos en el vital en una sola palabra sería "adrenalina".

- ¿Sabemos qué es? - le pregunto al compañero.

- Lo habitual, un tráfico, pero no sabemos muy bien en qué condiciones viene. Solo sabemos que es un hombre joven y que llega estable - me responde.

Se reúne con nosotros el equipo médico y el auxiliar y procedemos a esperar. Estoy nervioso, hoy especialmente, pero es que nunca me han entusiasmado las urgencias vitales. Demasiado estrés, y actualmente mis niveles de estrés están aumentando sin que yo pueda controlarlo.

Me doy un paseo nervioso por el box, salgo a la calle, echo un vistazo y cuando veo que aún no hay movimiento vuelvo a entrar. Dos minutos después se oyen las sirenas de la ambulancia.

Tengo que centrarme, así que me dirijo hacia el carrito donde se encuentra el material de más uso y empiezo a preparar, anticipándome a la situación.

Entra el personal extra hospitalario arrastrando una camilla, a lo que yo sigo de espaldas cogiendo un suero y medicación analgésica.

Los compañeros le cambian a nuestra camilla y mientras unos médicos empiezan a valorarle, otros recogen el parte de lo sucedido en la calle y de la situación actual de nuestro misterioso paciente.

Urgencias RagoneyWhere stories live. Discover now