2. La torre y el oso.

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-Y esto es lo último.- 

Para acabar la montaña de cosas que me había entregado el guardia de recepción, había recibido una daga. Le sonrío con una expresión algo confundida; la mejor opción que tengo es seguir la corriente. Al fin y al cabo, esta región es pacífica. Ser guardia aquí solo significa tener cama, comida y sueldo sin dificultades... ¿Verdad?

Dejo el equipamiento sobre el catre que será mi cama para esta noche, y probablemente para algunas más. Con un corto aviso, el guardia abandona la estancia:

-Avisaré a alguien de mayor rango para que te enseñe la ciudad. Cuando puedas, vuelve a recepción. -

Con un pesado suspiro, cierro los ojos para acto seguido ojear mi equipo. Una tarja de madera seca y cuero, un gambesón roído y... algo maloliente, un tabardo con el escudo de armas de Ermodia, y la "daga", si esto se puede considerar como tal. ¿Es un pedazo de hierro atado a un palo, o un palo atado a un hierro de madera? Es mejor que nada si algo inesperado ocurre, pero hace que cuestione la cantidad de fondos que la aristocracia regional desvía a salvaguardar a sus ciudadanos. 

Con lentitud y las fosas nasales bien cerradas, pongo el gambesón sobre la ropa con la que tanto tiempo llevo viajando. Amarro el escudo a mi antebrazo izquierdo; la sensación de llevar uno es algo completamente nuevo para mi. La daga... mejor dejarla donde nadie pueda verla. La coloco entre mi antebrazo y las correas de cuero del escudo. Escondo mi bolsa de viaje bajo el catre y me dirijo de vuelta a recepción, no sin dudar unos segundos sobre si lo que estoy haciendo es lo que debería estar haciendo. ¿Qué estaba escrito en esa carta? Puedo hacerme a una idea, pero... ¿Porqué?

Antes de que tenga tiempo de llegar al final de esa linea de pensamiento, ya me encuentro en recepción, donde un sujeto me observa. A su lado, se encuentra el guardia de la recepción, quien lleva la mano con la palma abierta hacia el cielo frente al individuo a su lado:

-Ella es la Sargento III Vanesa. Estará a cargo de mostrarte la ciudad. -

... ¿Ella? ¿Esa torre es un "ella"? Observando de arriba a bajo lo que tengo delante, sin duda alguna no me parece una ella. Sobre sus hombros, lleva un gran casco cerrado, dejando espacio para poco más que sus ojos. A la derecha de su pescuezo se apoya una hombrera metálica, y más abajo, una gran placa de metal cubriendo la zona del pecho. Por el resto, parece vestir el mismo tabardo que yo... con lo que parece ser cota de malla debajo, unos pantalones de cuero; seguramente estén acolchados, las piernas de una mujer no pueden adquirir esa envergadura. No, no pueden. 

Dirijo mi mirada sobre su hombro, donde encuentro la cabeza de un martillo de guerra. Parece bastante rudimentario, pero blandido por esos brazos debe ser peligroso, como mínimo disuasivo. Mientras observo hipnotizado sus bíceps, veo que su brazo se mueve hacia mi. Sin percatarme, encojo mis hombros un poco. Me estaba tendiendo la mano, pero no quiero que me la aplaste. Tampoco puedo negar un saludo.

Tras dudar unos segundos, extiendo mi mano hacia ella. Ambas palmas se tocan, y cerramos las manos. Eh, no duele. No, empieza a doler. Vale, vale, parece que no va a apretar más. De todas formas, noto mi mano estrujada como si un oso estuviera abrazándola.

-¿Nombre? -

Su voz no era menos poderosa que su físico. Tensando mi espalda, miro a sus ojos, que quedaban a la altura de los míos.

-Con voz entrecortada - Athel. -

- Bien. Conmigo. -

Y así finaliza este glorioso intercambio de palabras. Por alguna razón, me siento más hombre tras hablar con ella. Es como quien enfrenta a un bisonte a un combate con las manos desnudas y sobrevive; no podría estar más orgulloso de mi mismo. 

Un brazo para proteger.Where stories live. Discover now