Capítulo 2:

777 106 42
                                    

La reacción de un cuerpo es directamente proporcional a la fuerza que se le aplica. 

Dedicado a:  Mi amor platónico Eva. Y a mis dos cómplices Vicky y Aurora. 

******************

—Nigel. —Escuchó su nombre susurrado por la voz de su esposa—. ¿Nigel? —No, esta voz era más dulce, sin esa pizca de sensualidad que caracterizaba a Gaby. "Nigel". Escuchó con más fuerza, acompañado de una palmada en el rostro. Abrió los ojos de inmediato, maldiciendo en rumano y buscando su arma en el cinturón, deteniéndose únicamente ante los encantadores ojos azules que de inmediato se ubicaron sobre la ventana detrás del sofá.

¿El muchacho le había dado una palmada en el rostro? Nadie en su vida se había atrevido a algo remotamente parecido, sin esperar salir vivo de la situación o con un mínimo de huesos rotos, pero ahí estaba ese joven desvergonzado y en absoluto intimidado.

Nigel frunció el entrecejo, incorporándose lentamente en el sofá donde el chico lo había acomodado. El paño mojado, ahora seco, cayó de su frente hasta sus muslos mientras Adam se alejaba para tomar asiento en una silla de madera bastante lejos de él.

—¿Acabas de abofetearme? —preguntó aún aturdido.

—Sí —dijo Adam sin una pizca de remordimiento.

—¿Por qué?

—Por lo general, cuando una persona tiene pérdida de conciencia es sólo momentáneo. Si se mantiene por más tiempo debe llamarse a emergencias. Me aseguraba que no tenía un traumatismo mayor por lesión craneoencefálica. Tal vez deba recibir atención médica especializada.

Nigel lo miró perplejo. Una sonrisa se paseó por sus labios. Ni siquiera él sabía por qué sonreía ante una situación tan absurda y sin embargo las comisuras de su boca se replegaron, mostrando sus afilados incisivos.

—He tenido suficiente de jodidos médicos para lo que resta de mi jodida vida. ¿Acaso eres doctor?

—No. Soy ingeniero en microsistemas —dijo de manera monótona.

Les siguió un repentino momento de silencio. En la habitación sólo podía sentirse el rechinido plástico de Adam moviendo los pies aún dentro del traje espacial, con la mirada perdida en la computadora portátil sobre el escritorio del otro lado de la habitación. Por lo regular, Adam podía comunicarse adecuadamente con personas mayores, salvo con ese hombre, tal vez porque había un raro sentimiento que no sabía cómo interpretar. ¿Pena, incomodidad, miedo? Ninguno de esos parecía coincidir, la definición de las emociones de las personas era ambigua e inservible cuando se trataba de él mismo.

—¿Qué hacías afuera colgado de los cables? ¿Nadie te ha dicho que es jodidamente peligroso? —Nigel interrumpió sus pensamientos.

—No estaba colgando intencionalmente, arreglaba la conexión de internet. El cable se rompió. Y no, nadie me lo había dicho porque no he preguntado sobre eso.

El rumano se giró para mirar por la ventana, comprendiendo la perspectiva. Antes de que soltara cualquier otra iniciativa para conversar, vio al joven levantarse e ir hacia la ventana. Afuera dos hombres con monos naranja realizaban trabajos sobre el cableado de fibra óptica, elevados por una grúa con canastilla.

Alguien tocó a la puerta y Adam dio un pequeño brinco sobresaltado. No esperaba a nadie. Se acercó a la entrada despacio, su traje espacial le hacía verse pequeño y adorable ante los ojos de un depredador como Nigel, quien casi se sintió culpable tan sólo de pensar en aquel joven como objeto de su deseo. Con aquel perfecto perfil, pestañas rizadas sobre esos ojos de jodido venado indefenso, piel pálida y suave como un melocotón y esos labios rosados tan delicados que seguramente lo llevarían a la gloria con un beso y una buena ma...

Escrito en las estrellasWhere stories live. Discover now