6. Rompecabezas

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—Quiero que todos mantengan la calma—indicó Giuliana, mirando a cada uno de los jóvenes, y luego detuvo su mirada en el corazón—. Voy a buscar a Alfredo. Quédense aquí y ni se les ocurra tocar nada...de eso...

Salió del living y se dirigió escaleras arriba. Sus pasos firmes resonaron contra cada escalón.

Luna estaba aferrada a la mano de Matteo. Lo observó de reojo, algo nerviosa. No quería ni pensar que el chico fresa pudiera tener algo que ver con todo eso. No. Estaba segura que él no estaba involucrado.

— ¿Quién haría una broma así? —inquirió Pedro, visiblemente preocupado. Miró a los demás. Nico y él intercambiaron una mirada, y luego clavaron la vista en Gastón y Matteo.

— ¿Qué? No creerán que fuimos nosotros—dijo Gastón, frunciendo el ceño —. Que seamos demonios no quiere decir que tengamos la culpa de nada.

—Además, ¿para qué rayos dejaríamos aquí un corazón? —Matteo negó con la cabeza. De verdad que aquello era demasiado extraño. Aun así, sintió una leve tranquilidad al darse cuenta de que no todos los problemas estaban causados por él y la ridícula Marca en su espalda.

Giuliana regresó de inmediato, acompañada por el abuelo de Luna. Le había explicado rápidamente toda la situación.

— ¿Qué haremos?—dijo al final, estresada y un poco asqueada—. ¿Simplemente limpiamos y lo tiramos a la basura?

—Lo más lógico será comunicar esto a la Alta Comisión—respondió Alfredo, evidentemente consternado—. Ya sea que se trate de un corazón humano o de cualquier animal, esto es claramente una amenaza. Y para dejar esto ahí, alguien tiene que haber entrado a la mansión—Se alejó unos pasos, seguido por Giuliana y tomó el teléfono inalámbrico.

Al escuchar la palabra "amenaza", Simón se acordó de los mensajes que Ámbar había estado recibiendo. ¿Estaría todo relacionado?

—Es Benicio. Tiene que haber sido Benicio—dijo de repente. Todos los demás lo miraron—. Llegó apenas ayer, no lo conocemos bien. No lo hemos visto en toda la mañana.

—Puede ser—concordó Matteo, pensativo—. Anoche me lo crucé en el pasillo. Quizás estaba tramando esta broma de mal gusto.

—No podemos acusar a alguien sin pruebas—dijo Luna, jugueteando con su medallita—. Aunque es cierto, su llegada es sospechosa.

—No creo—dijo Jim—. Tampoco tiene motivos para ponerse a hacer un chiste así, mucho menos cuando recién llega a vivir aquí.

—Tal vez Benicio es simplemente un idiota —dijo Simón—. Y debe estar pensando que esto es gracioso.

— Qué divertido, un humano inservible se atreve a llamarme idiota —Benicio acababa de llegar a donde estaban todos. Tenía las manos en los bolsillos, de forma despreocupada— ¿Qué pasó?

—Pues tal vez tú deberías explicarnos—soltó Ramiro directamente, señalando el corazón—. ¿Tienes algo que ver con esto?

El chico nuevo pareció de verdad sorprendido.

—No, por supuesto que no—dijo, arqueando las cejas —. Vaya, cuánta sangre. Qué desastre.

—No te hagas el desentendido—Simón se cruzó de brazos.

—Yo no hice nada—afirmó el italiano, en tono altanero—. Además, aquí falta gente, ¿no? ¿Por qué mejor no sospechan de la rubia y sus dos amigas? ¿O mejor aún, de los demonios aquí presentes?—señaló a Matteo—. Anoche llegaste con sangre en las manos.

*Moondust*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora