Hank Mc Coy

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Observaba al mar agitarse con fuerza mientras daba rienda suelta a sus pensamientos. El sol estaba a punto de ocultarse, pero aún no tenía intenciones de volver a casa. Aun podía recordar aquella tarde en la que visitó esa misma playa junto a él, su "koala", como solía llamarlo cariñosamente.

Habían caminado por la orilla durante algunas horas, o mejor dicho, Hank caminó cargando en sus hombros al menor, riendo y hablando tonterías mientras contemplaban aquella vista. Ese joven había sido el único capaz de sacarle una sonrisa incluso en los peores momentos.

Encendió un cigarrillo y suspiró, esbozando una sonrisa amarga. "Seis meses", se dijo a sí mismo. Habían acordado que su relación duraría "lo que tenga que durar", pero había sido muy poco tiempo para lo que había llegado a sentir: en tan solo seis meses, Hank se había enamorado de Ethan como un idiota. Y ahora, él se había marchado.

Gruesas lágrimas corrían ahora por sus mejillas evocando recuerdos felices. Cada risa, cada beso, las veces que el menor se escabulló por las noches a su habitación para robar horas en su cama... Ahora sólo se limitaban a ser sólo eso: recuerdos. Pero Hank Mc Coy no quería resignarse a ello... al menos por ahora.

Volvió a dar una bocanada a su cigarrillo y frunció el ceño ¿Cómo fue que había comenzado todo aquello? Nunca lo había notado, hasta esa noche. Estaba reunido con otros profesores de la universidad en la que impartía clases de Álgebra. El ambiente era relajado, y la música a todo volumen invadía sus oídos mientras observaba al grupo conversar animado. No había notado que el menor se había sentado a su lado hasta que éste decidió hablar.

— Wow, no imaginé que sabía divertirse — le dijo en tono burlón arrancándole la cerveza de sus manos y dando un sorbo.

— ¿Qué? — el mayor se sobresaltó — ¿Pierce? ¿Qué haces aquí?

— Saludando a los amigos — Ethan rió divertido —. Veo que me extrañó, profesor Mc Coy — agregó poniendo énfasis en la palabra "profesor".

Como respuesta, el mayor hizo un gesto reprobatorio disimulando el rubor en sus mejillas y fue a buscar otra cerveza. No notó que el joven lo seguía con una sonrisa maliciosa en sus labios rojizos.

— ¡Vamos! ¿Cuál es tu maldito problema? — gruñó Hank, pero luego su tono se suavizó —Deberías divertirte con alguien de tu edad.

—Hey, deja de tratarme como a un niño — protestó el menor haciendo pucheros —. No es culpa mía que seas un anciano.

— ¿Anciano yo? — no sabía si era por el efecto del alcohol, pero la discusión comenzaba a parecerle divertida. — ¿Cuántos años crees que tengo?

— Mmm... — el joven pensó por unos instantes. A simple vista, parecía que se había tomado la pregunta con seriedad, pero contrario a eso lo miró con una sonrisa — Deben ser unos... ¿cincuenta?

— ¡Demonios Pierce! — Ahora quien reía era Hank, no podía evitarlo — ¿Alguien te dijo alguna vez lo irritante que eres? Mira que cincuenta, estoy a punto de cumplir los veintinueve.

— Vaya... ¿Veintinueve, de veras? Entonces tienes que ser una especie de... Nerd, ¿cierto? Es decir, con veintiocho años eres uno de los más prestigiosos profesores de la... — el menor calló un momento y lo miró. — Lo siento.

—Eh... ¿gracias? — el color subió a las mejillas del profesor, no estaba acostumbrado a recibir halagos de ese tipo, menos viniendo de un alumno... Y mil veces menos viniendo de Ethan Pierce, uno de los jóvenes más rebeldes de todo el campus.

— Por favor — protestó el menor haciendo una mueca de disgusto —. No seas modesto, sabes que es así.

— Tienes razón, aunque me cueste admitirlo — reconoció Hank, bostezando: de golpe se sentía agotado — Creo que es hora de irme.

— No es mala idea, creo que también me iré — Ethan miró a sus amigos y sonrió sincero —. En cualquier momento, empezarán a cantar, y no quiero estar aquí cuando suceda.

— Creí que serías el primero en cantar — el ojiazul lo miró, un poco más relajado y se levantó del sofá —. Bueno, supongo que puedo llevarte a tu casa.

— ¡Gracias profe! — al decir esto, el joven saltó sobre la espalda del docente y se sujetó de sus hombros con fuerza, enredando las piernas en su torso — ¡Vámonos!

En aquel momento pensó que era porque se encontraba bajo el efecto de todo el alcohol que había consumido, pero de algún extraño modo no opuso resistencia y cargó al menor hacia donde había estacionado su motocicleta.

— Hasta aquí, no soy un medio de transporte. — gruñó mientras Ethan volvía a poner sus pies en el suelo.

— Es cierto, pero tampoco te quejaste — respondió, con una sonrisa traviesa mientras tomaba el casco que el contrario le daba —. No, úsalo tú. Tu expectativa de vida es mucho más baja que la mía.

— ¿Piensas seguir con eso? — protestó Hank y rechazó el casco —. Debes usarlo tú, no quiero cargar con la responsabilidad si algo sucede — soltó una carcajada al ver la cara de espanto del muchacho —. Sólo bromeo, conozco estas calles como la palma de mi mano. Ahora sube.

Riendo, el menor subió detrás del mayor y se sujetó de éste con fuerza — Seguro sabes conducirla, ¿cierto?

— Calla mocoso, o volverás caminando — amenazó el castaño antes de poner la moto en marcha y recorrer a toda velocidad el corto trayecto hacia el campus.

Mientras conducía, no pudo evitar sentirse extraño ante aquellos brazos rodeando su cintura. Casi podía sentir que el menor tenía su cabeza apoyada en su espalda y por un momento aquello lo hizo estremecer. Hizo a un lado esos pensamientos y mantuvo la vista al frente. Claramente, la bebida le estaba jugando una mala pasada. Sí, eso era. Sería mejor que se concentre en el camino, para evitar accidentes.

— Llegamos — susurró cuando se detuvo en la puerta del complejo. Bajó de la moto y aprovechó para estirarse mientras Pierce se quitaba el casco.

— Muchas gracias viejo — saludó éste haciendo una mueca burlona y luego adoptó un semblante serio —. Conduce con cuidado.

— Lo tendré — el mayor sonrió y tomó el casco que el contrario le entregaba —. Buenas noches, Ethan.

— Wow, tienes que estar realmente borracho para llamarme por mi nombre — el menor se carcajeó —. Oye, en serio. Pasa la noche aquí, James no está y... Si te llegara a pasar algo yo...

No pudo terminar la frase. Jamás supo quién fue el que tomó la iniciativa, pero en una fracción de segundo sus labios estaban unidos en un beso cargado de sentimientos reprimidos. Ninguno de los dos dijo nada, esa noche sólo se limitaron a descubrirse el uno al otro sin restricción alguna. Para la mañana siguiente, Hank comprendió que toda su vida había cambiado a causa del joven de ojos verdes.

Y durante los siguientes seis meses no volvieron a separarse. O al menos hasta un par de semanas, cuando inesperadamente el menor se marchó. Antes de hacerlo le dejó una confusa carta llena de excusas que sólo sirvió para que viejas inseguridades se apoderaran del profesor en cuestión de segundos. Leyó esas líneas tantas veces que prácticamente podría recitarlas de memoria y, aunque creía que nunca iba a saber los verdaderos motivos, la única certeza que tenía era que estar lejos de su koala le dolía, y demasiado.

— Mierda Ethan, cómo quisiera que estés aquí... — murmuró aún con lágrimas en los ojos, sin despegar la vista de aquel paisaje.

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