uno.

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j.jk

Recordaba a Eunji como una chica linda de coletas altas y vestidos lindos, sonriente y cariñosa. Bonita, porque ella era bonita sí, tierna y amable. Así era como yo la recordaba.
Pero de eso hacía años, ahora me había encontrado con alguien que vestía pantalones cortos hasta la cadera que le moldeaban perfectamente los glúteos, una playera vieja de the cure que le subía sobre el ombligo si se movía demasiado y aunque era demasiado holgada, podía ver el tamaño perfecto que tenían sus pechos; el cabello largo lacio y azabache cayendo por debajo de los hombros. El rostro inanimado igual que su hermano, y tácita.
Sin ni una sola palabra para decir más que hacer gestos de somnolencia. Y hermosa, jodidamente hermosa, tanto que provocaba no poder apartar los ojos de ella, y aún así, me daba miedo. 

Yoongi me había dicho que Eunji había cambiado mucho después del divorcio de sus padres y que era preferible simplemente darle espacio porque a la linda chica de coletas altas que yo solía recordar, ya no le iba la interacción con la vida humana. 

Los hermanos Min se habían convertido en mi familia desde mis primeros años de escuela porque mis padres siempre estaban ocupados.
Y si hablábamos de padres, los suyos eran increíblemente fantásticos, siempre llevándonos al parque de diversiones, a la librería o al golfito.
Su madre era escritora, y su padre un fotógrafo de índole determinada, al hombre le iba cualquier cosa. Podrías darle un pedazo de pan y una cámara y él lo convertiría en arte.

Si yo tuve una infancia feliz fue gracias a la familia Min.
Sin embargo, sorpresivamente la señora Min abandonó el sitio que le correspondía en la fotografía familiar de cada año, ya no había más zapatillas altas en el estante junto a la puerta ni mucho menos había galletas cuando regresábamos de clases.
Y un papel de divorcio apareció sosteniéndose con un imán en la nevera.

Yo era demasiado tonto y obstinado para entender lo que traía consigo la separación de sus padres, que a pasar del tiempo también fueron como los míos.

Dejé de ver a Eunji cuando cumplimos 13, después de mi fiesta de cumpleaños ella tomó un tren a Busan y no volvió a poner un pie en Daegu. Ni siquiera para navidad o año nuevo.
Los primeros años, solía enviar cartas de disculpa por su ausencia en nuestros cumpleaños y enviaba obsequios pequeños, con el tiempo las cartas desaparecieron y los regalos gigantescos hacían aparición cada 9 de marzo y 1 de septiembre correspondientemente, siempre a las 7:00 am. Ni un minuto más, ni un minuto menos. 
Llamaba a Yoongi de vez en cuando, pero tampoco era como si esos dos fueran demasiado habladores. A mí había dejado de escribirme a los 16 y también de tener ganas de verme o escucharme.
Me desplazó sin siquiera tener las agallas de decirme que no quería volver a hablarme o que me odiaba, ella simplemente me ignoró. 
Luego nos mudamos a Seúl para la universidad y después de un año ella hizo acto de presencia, como si fuera tan sencillo. 
Se quedaría en la habitación al final del corredor y estudiaría en el mismo lugar que nosotros.
Traté de no sentirme incómodo, pero pasé toda la noche dando vueltas en la cama pensando en como iba a lidiar con esto.

Y ahora, Eunji estaba ahí leyendo un libro en el costado del sofá más alejado del salón como si nada mientras yo sudaba hasta por las orejas. 

—¿Quieres o no?—Aera frunció el ceño mientras sostenía el plato lleno de pastel de fresas. Y yo volví en mí. 

Estuve a punto de negarme porque verdaderamente no quería morir, pero Eunji al fin abrió la boca. Dejándome escuchar su linda voz mientras andaba hasta la cocina.

—Jungkook es alérgico a las fresas. 

—¿Eres alérgico a las fresas?—mi novia frunció el ceño todavía más. 

sᴡɪɴɢ|ᴊ.ᴊᴋWo Geschichten leben. Entdecke jetzt