II

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Todas las miradas de las criaturas que transitaban la plaza, quedaron fijas en el centro de la misma, donde Eldar, el elfo revoltoso con cierta obsesión hacia las mariposas, estaba siendo regañado por la misma Titania, la reina de la hondonada. Junto a ella, estaba Oberón, su marido, el cual no dejaba de soltar carcajadas por cada golpe que le propinaba a Eldar a modo de castigo por sus actos.

―¡Espero que te hayas disculpado correctamente por haber destrozado los puestos de los mercaderes!

Eldar trató de guardarse las palabras, sin embargo no puedo evitar murmurar algo.

―¿¡Qué has dicho!? ―gritó Titania, aproximando su rostro al de Eldar.

Sonrojado por lo cerca que se encontraba la reina de él, apartó la mirada con brusquedad e hinchó los carrillos.

―Hacía tiempo que no veía una mariposa así... ―musitó.

―¡Me dijiste eso el otro día! ―gritó una vez más, esta vez golpeando de nuevo a Eldar―. ¡Ya van cinco veces en menos de tres días que destrozas los puestos por estar brincando de toldo en toldo persiguiendo mariposas!

Esta vez, Eldar permaneció en silencio, quejándose alguna que otra vez de los golpes que recibía. Aunque no fueran del todo fuertes, resultaban algo molestos; tampoco decidió guardarse las palabras para evitar que Titania continuará con su reprimenda, sino porque Oberón no cesaba sus carcajadas, haciéndole sentir humillado. Finalmente, el rey soltó un suspiro a la vez que se secaba la lágrima que se escurría del rabillo del ojo.

―Titania, no deberías ser tan dura con él ―añadió Oberón, tratando de calmar a su esposa―. Creo que todos están acostumbrados a sus destrozos, si no destruyera todo a su paso no sería el Eldar que todos conocemos.

Titania miró a su alrededor y, tras ver como todos los mercaderes afectados ya fuera esa misma mañana como días anteriores, asentían, dándole la razón a Oberón, se destensó.

Eldar, algo desconcertado, se puso en pie y dio dos pequeños pasos hacia atrás. Tenía intención de huir a pesar del temor que sentía hacia Titania además de admiración. Tras mirar a su alrededor buscando una vía de escape segura, se percató de que tanto la reina como su esposo, sonreían de una forma espantosa. No tardaron en darse cuenta de qué pretendía hacer Eldar tras la riña que había tenido.

Casi al instante, Oberón y Titania posaron su mano sobre cada uno de los hombros y, sin dejar de sonreír, se acercaron al joven.

―Tenemos que hablar contigo, cazador de mariposas ―dijeron al unísono.

Ante aquello, lo único que pudo hacer Eldar fue soltar una leve carcajada nerviosa. Se olía que algo iría mal, muy mal.

―Me dais miedo ―dijo entre dientes.

Al instante, ambos reyes cogieron a Eldar de cada brazo y lo llevaron a rastras hasta el carruaje real. Era un transporte precioso, mayormente de madera, decorado con piedras preciosas, multitud de coloridas flores y oro. En cuanto subieron a él, el elfo que manejaba el carruaje, agitó las riendas y ambos unicornios, tan blancos como las perlas, relincharon y pusieron en movimiento la estructura.

Eldar nunca había subido a un carruaje y menos para dirigirse a palacio. Dependía únicamente de sus piernas y su capacidad de salto; era bastante ágil y no le sobraba resistencia, por lo que solía ir por sí mismo a cada lugar. Tampoco había salido nunca de lo que era la capital de la hondonada, siempre que se encontraba con los reyes era en la plaza o en su propia morada.

Pasó todo el trayecto sin apartar la mirada de los huecos que había a cada lado del carruaje, disfrutando de cómo el viento le golpeaba el rostro y agitaba el cabello. El paisaje le sorprendió, el río era cristalino y gigantescas ranas habitaban en él, la cantidad de insectos aumentó y, por ende, había muchas más mariposas que distinguía excitado. A medida que avanzaba, sus ojos brillaban con mayor intensidad y su sonrisa cada vez se hacía más amplia.

Como un niño pequeño, miró a ambos reyes emocionado, listo para indicarles el nombre de cada una de las mariposas que lograba avistar, sin embargo, los rostros de ambos expresaban de todo salvo felicidad. Aquello, disipó la dulce sonrisa que había mostrado hasta ahora. Se dio cuenta de que la situación era grave y, tras aclararse la garganta, se reincorporó en el asiento, tratando de imitar la elegante postura de Oberón.

―¿Qué ha pasado?

Titania y Oberón intercambiaron miradas.

―Verás... ―comenzó Oberón―. Supongo que sabrás qué mariposa es la Pura claritas.

Al escuchar aquel nombre, Eldar se puso alerta, tensando todo el cuerpo. Tragó saliva. La adrenalina comenzó a recorrer sus venas con brusquedad, hacía años que leyó sobre esa mariposa: albergaba el poder de los sueños. Nunca antes la había visto en persona, pues era un mito. La recordaba brillante como el sol y casi tan diminuta como una polilla. Ansioso, se impulsó hacia adelante, aproximándose a ambos reyes. Deseaba saber qué había ocurrido.

―¿La conoces? ―preguntó Oberón, con tal de asegurarse de ello.

Eldar asintió con ferocidad, provocándose un ligero mareo. Se mordió los labios y abrió sus rasgados ojos tanto como pudo.

―Ha escapado al mundo humano ―continuó Titania―. Tiene un poder muy peligroso, si se...

―Si se posa sobre cualquier objeto o mundano, le otorgará la capacidad de llevar a la realidad cualquier sueño o imagen imaginaria, ya sea una historia o aquello que se cruce por su mente ―interrumpió Eldar, continuando las palabras de Titania de memoria.

Estupefacto, Oberón añadió:

―Queríamospreguntarte si podrías viajar al mundo de los humanos y atraparla.    

El cazador de mariposasWhere stories live. Discover now