Capítulo veintinueve

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Subí los doce pisos del estúpido edificio que me llevarían con Justin. Me acerqué a una chica, al parecer la secretaria de Justin. Era morena, un poco más que yo, cabello negro, largo y lacio, pecho redondo y voluminoso, llevaba un mini vestido negro con unos tacones color crema. Traía un gafete con su nombre: Jasmine Villegas.

– Hola, disculpa, ¿se encuentra el señor Bieber? – pregunté amable.

– Por supuesto. ¿Desea que le llame? – me preguntó.

– Por favor.

– ¿Quién lo busca? – dijo alzando la bocina del teléfono.

– Una amiga.

Asintió con la cabeza y presionó el botón rojo que haría llamar a Justin. Disfruté el momento en el que la chica colgó u me sonrió de oreja a oreja con un poco de disgusto.

– Puede pasar – me invitó mientras le daba la espalda y me dirigía a la gigante oficina de Justin.

– Gracias, Jasmine – dije provocativa.

Golpeé un par de veces la puerta de madera hasta que escuché el grito sensual de Justin detrás de ésta invitándome a que pasara. Abrí la puerta y entré tan despacio como un gato. Lo vi con su traje negro de espaldas a mí, por un momento no quise que volteara para poder salir corriendo e irme de ese lugar, pero otra parte de mí me pedía que me quedara, que dejara atrás todo mi orgullo y aceptara de una vez que Justin me gustaba y que me gustaba muchísimo.

– Te dije que no Robert – dijo al teléfono. – Su padre es un hígado – siguió hablando. – Después te llamo ¿sí?, tengo asuntos que resolver. Adiós.

Se dio vuelta y se quedó helado cuando me vio. Lo miré directo a los ojos y después bajé a sus labios.

– Hola – lo saludé tímida.

Le dio vuelta al escritorio para quedar frente a mí.

– ¿Qué haces aquí? – me recorrió con la mirada y luego tocó mi rostro, justo debajo del labio inferior, donde había quedado una marca de sangre después del golpe que me había soltado papá. – ¿Qué te pasó? – me preguntó con un tono preocupado.

– Solo vengo a pedirte una sola cosa.

– Dime – me ofreció continuar.

– ¿Tienes alguna propiedad que no estés usando?

– Sí.

– ¿Qué posibilidades habría de que me la rentaras? Si fuera un apartamento sería mejor – le pedí.

– ¿Puedo preguntar por qué? Robert...

– Él no hizo nada – lo interrumpí. – Fue mi padre.

– ¿Él te hizo eso? – señaló la herida debajo de mi labio.

Asentí con la cabeza.

– Robert acaba de decirme lo que pasó entre ustedes.

– Bah. A puesto que te dijo que nada era lo que parecía – bufé.

– Está devastado. Deberías de hablar con él.

– ¿Ahora eres mi psicólogo o qué? Yo solo vine a pedirte un espacio donde pueda quedarme. Te pagaré la renta, no te preocupes – dije algo enojada.

– Hey, hey, hey, tranquila ¿quieres? Está bien que estés alterada pero eres menor que yo chiquilla.

– ¿Qué tiene eso? A decir verdad, soy más madura que tú.

Empezó a balbucear muchísimas cosas que no pude entender. Dios mío, eso me prendía muchísimo.

– Mira, no tengo las llaves del apartamento, están en mi pent-house. Si quieres podemos ir allá y te doy las llaves – me ofreció.

Justin, tú, en un pent-house, solos. ¡Ni pensarlo!

– Está bien. Te espero en la esquina. Mercedes negro...

– Recuerdo exactamente el auto que llevabas cuando lo hicimos por primera vez.

¡Se acordaba maldita sea!

Rodeé los ojos. Odiaba infinitamente recordar ese momento, ese momento en el que me hizo sentir en la novena nube.

Me di vuelta y salí de la oficina encaminándome al ascensor. Presioné el botón del estacionamiento y esperé a que éste llegara. Varias personas bajaban y subían del ascensor, todos realmente bien vestidos. Algunos jóvenes, otros más grandes. En el piso dos no quedó nadie, solo mi alma y yo. El ascensor se detuvo en el sótano. Cuando iba a salir las llaves del auto se resbalaron de mi mano haciendo que cayeran y como consiguiente, tener que levantarlas del suelo.

Me agaché para tomarlas y cuando me levanté sentí un severo golpe en la cabeza.

– Perdón. ¿Está usted bien? – me preguntó una voz masculina.

– Auch. Sí – me quejé.

Levanté la mirada y me encontré con un rostro conocido. Joseph.

– ¿Joseph? – enarqué la ceja.

– ¿______? – hizo la misma acción. – ¡Dios mío! Cómo lo siento.

– Me pregunto por qué tenemos que encontrarnos de esta manera.

– Espero que para la próxima no tenga que golpearte para captar tu atención – dijo mientras se metía al ascensor y yo bajaba.

Sonreí y me encaminé a mi auto.

Me metí al auto y salí del estacionamiento tan rápido que las llantas provocaron un estruendo horroroso.

Me detuve en la esquina y esperé al Audi gris que conducía Justin. Cuando lo capté por el retrovisor, lo dejé pasar y empecé a seguirlo por entre las calles hasta llegar a una autopista. Estaba repleta de árboles. El camino era realmente relajante; ningún otro auto más que el de Justin y el mío.

Justin se metió a un sendero repleto de hojas caídas. Entramos al bosque. A lo lejos alcancé a ver una especie de mini edificio casi escondido.

– ¿Acaso quieres raptarme? – dije para mí misma.

Justin detuvo su auto enfrente del edificio y se bajó de éste para acercarse al mío. Hice lo mismo que él. Cuando vi, ya había abierto mi puerta esperando a que bajara.

– Gracias – dije cuando estuve fuera del auto. – Dijiste un pent-house.

– Es un pent-house – aclaró. – O al menos con ese nombre lo compré.

Sacó las llaves de su abrigo negro, que la verdad le encontraba caso omiso a que lo usara en temporada de calor.

Metió las llaves en la cerradura y abrió la puerta. Me dejó pasar primero. Lo primero que hice al entras fue husmear con la mirada cada rincón de la casa de Justin.

– ¿Quieres algo de tomar? La cocina está justo arriba – me ofreció.

– Gracias – dije mientras subía las escaleras. – Tienes una casa hermosa – lo adulé.

– La diseñé yo mismo.

Le sonreí y seguí subiendo. En cuanto pisé el último escalón admiré una gran sala con una enorme pantalla de plasma con vista al bosque. Las paredes eran ventanales, ventanales enormes que mostraban el fondo del bosque y una pequeña laguna a lo lejos. Era perfecto. La cocina estaba junto a la sala; enorme y realmente bien diseñada. Todo era pared de mármol negro y toque de madera y granito.

Justin se acercó a mí hasta poder poner sus manos en mi cintura. Acarició mi abdomen y empezó a hacer movimientos circulares con la yema de sus dedos.

– Déjame hacerte mía de nuevo – me pidió pegado a mi oído.

– Dame una buena razón para dejar que lo hagas – lo tenté.

– Puedo hacer que subas a las nubes y que nunca bajes – susurró.

– No es suficiente.

– Te deseo ______.

– Aún no es suficiente – la sangre empezaba a correr más rápido por mis venas.

– Lo necesito.

Con esas simples palabras sentí mi corazón helarse y mi sangre hervir. Me sentía en un horno. Si no hacía algo ahora, no calmaría esa sensación en mi cuerpo nunca. Me di vuelta y besé sus carnosos labios. Los lamí y recorrí cada parte de ellos mientras empezábamos a desnudarnos.

Lo necesitaba. Él me necesitaba.

Sex Instructor. Primera temporada (ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora