Primera Parte

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Porristas. Algunos los ven como la punta de la pirámide social de esta escuela. Ahí están ellos, el equipo de fútbol y los chicos que son populares por ser atractivos o porque sus padres tienen mucho dinero... o sólo estaban ahí por alguna estúpida razón. Pero mientras el resto de los alumnos de Sunset Hills los ve como celebridades, yo veía al escuadrón de porristas como gimnastas fracasados; personas que se dieron cuenta de que nunca podrían cumplir sus sueños sin importar lo mucho que se esforzaran y bajaban sus expectativas olímpicas por un mundo en el que sólo importa tener una brillante sonrisa, agitar pompones en el aire y saber gritar porras pegadizas para levantar el espíritu escolar.

Pero como todo lo que hay en la ciudad de Los Ángeles, era falso. Y no me refiero solamente a los uniformes de mala calidad (hace un par de años una chica se quejó con la escuela porque la tela del uniforme le provocó asquerosas erupciones en la piel. Hasta entonces cambiaron los uniformes), me refiero a todo lo que implica ser un estudiante de la escuela Sunset Hills. Desde la fundación de la escuela, los estudiantes han tenido esta «afición» por etiquetar a los estudiantes destacados como: Las Excepciones. Aquellos que saben qué tendrán éxito más allá de lo que hagan en la escuela. En otras palabras, aquellos cuyo único logro en la vida no será ser coronado como Rey o Reina del baile de graduación.

Pero con el paso de los años comenzaron a escoger a los estudiantes que serían Las Excepciones con base en su popularidad. Y lo que se convirtió en una etiqueta que de alguna manera reconocía a los estudiantes sobresalientes de Sunset Hills, se convirtió en un concurso de popularidad. Si tan solo alguien se tomara la molestia de revisar los anuarios escolares.

Lo odio.

Este lugar no tiene un verdadero espíritu desde hace años, y tal vez sea porque el equipo de fútbol no ha tenido una buena temporada o porque las porras que canturrea el escuadrón de porristas durante los partidos o a la hora del almuerzo durante la Semana del Espíritu eran robadas de escuelas en el lado este de la ciudad o de otros estados. ¡Por Dios, incluso algunos pasos de las rutinas eran robados!

Pero por desgracia formo parte de esta farsa que se encarga de alimentar el poco espíritu escolar que queda, pero no porque yo lo hubiera querido.

—¡Andrew! —llamó una de mis compañeras de equipo, agitando sus pompones frente a mi rostro— ¡Despierta! Necesitamos repasar la rutina.

—Ya la hemos repasado seis veces. Estoy cansado, me voy. —Tomé la maleta que estaba al pie de las escaleras y comencé a caminar hacia las puertas del gimnasio. «Ella no va a estar feliz por esto –pensé–, pero tengo hambre»—. Hasta mañana.

Me despedí sin mirar atrás. Ella comienza a gritarme y se detiene al darse cuenta de que la estoy ignorando. Me coloqué los audífonos y comencé a caminar hasta la parada del autobús, lamentándome por el día en que me dejé convencer por esto.

El atardecer es agradable; la brisa es fresca. Es relajante ver por la ventanilla del autobús y darse cuenta del juego de luces y sombras que forman los edificios del centro y el cielo cálido que cubre a la ciudad y a las personas que caminan por la playa con las sandalias cubiertas de arena, respirando el viento salado del océano.

Ahora soy parte de ellas.

Bajé en la parada de siempre y caminé un par de calles hasta llegar al edificio con bonitos árboles al frente, plantas creciendo a lo largo de los muros y herrería negra. Hay un camino de gravilla, casi siempre está húmedo porque los aspersores no están bien colocados y mojan más el camino que el césped; los muros son blancos y el piso está cubierto de baldosas que imitan la textura de la madera. El lugar es lindo y la renta no es muy alta, eso es algo difícil de conseguir en una ciudad como esta (aunque tal vez debería conseguir un empleo de medio tiempo para ayudar a pagarla).

cheer meWhere stories live. Discover now