UNA ORACIÓN BAJO LA ARENA

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 DAVID SARABIA

No sabía hacia dónde lo llevaban, pero sí lo que le iban a hacer. Primero, lo más probable: una salvaje golpiza, acompañada de unas descargas eléctricas en los testículos, y por último, cuando se cansaran de molerlo, un disparo en la sien. Una bala. Eso sería misericordioso. Una sola y todo terminaría, tendría suerte y se despediría del mundo un segundo antes del fogonazo. Antes del disparo, trataría de pensar en algo agradable, pero dudaba que lo consiguiera... sería imposible.

Afuera, la gran luna plateada sonreía malignamente a la Cherokee que se internaba en un desolado paraje del desierto a las afueras de la ciudad, enfilándose en un camino que serpenteaba y que se perdía hacia un lugar siniestro. Un lugar, donde no cabía sitio para la esperanza y la salvación... una salvación que esperaba Kalotas como un milagro que en realidad no merecía.

En medio de un nerviosismo al límite y con la vejiga a punto de reventar por el miedo, Kalotas viajaba en contra de su voluntad con el rostro cubierto y un sicario sentado a cada lado. Por momentos, cuando la Cherokee daba un brinco imprevisto debido al terreno arenoso, sentía cómo la culata de la semi-automática se encajaba en su costilla izquierda. Mientras que el sicario que tenía a su derecha, le daba golpes en la frente con la punta del cañón de la nueve milímetros.

-Ya mero llegamos, tú ya te vas– le susurraba sin dejar de golpearlo con la pistola.

Kalotas se removía inquieto. La culata se hundía de nuevo con otro brinco. El sicario de su derecha seguía golpeándolo como si la boca del cañón fuera el manipulador de un antiguo telégrafo. Ese golpeteo insistente, lo estaba volviendo loco.

Denme un solo un balazo y ya estuvo... imploraba en su pensamiento. Se engañaba, sabía perfectamente que eso no sucedería. Estaba en manos de los enemigos, y la crueldad de estos para con sus víctimas era inenarrable. Tuvo una vaga idea, una sensación que le vino de la nada. Una profunda necesidad espiritual: pedirle a Dios su divina intervención. No que lo rescatara, pero sí que entrara en las mentes de sus verdugos -en caso que tuviera tal suerte- para que éstos eligieran una vía rápida de ejecución. No quería sufrir.

Después, como un señalamiento, recordó las palabras de un extraño sacerdote que caminaba por la calle predicando con biblia en mano y un crucifijo en alto: esos criminales ya están olvidados por Dios... y él, era un criminal...Dios cerraría sus oídos, miraría hacia otra dirección, hacia los sicarios para decirles con una voz sorda, grave y condenatoria: córtenlo despacio, mátenlo lento, que sufra por haber sido mal cristiano.

Kalotas casi se orina al imaginar aquello, pero apretó la entrepierna. Sus piernas temblaron involuntariamente y un largo escalofrío recorrió su cuerpo helando su ser. Era una señal, la muerte viajaba junto con él en la Cherokee, sonriéndole y afilando su guadaña al compás de la música de narcocorridos que tronaba siendo escupida por las bocinas de alta fidelidad.

...Mota, perico y hielo, -entonaba un cantante con acento sinaloense -junto con un trago de Buchanans, me siento cabrón... mato, descuartizo y entierro, bien viajado, me siento chingón, con mota, perico y hielo... salud.

En la parte de enfrente de la Cherokee, tras el volante, un hombre regordete, con poblado mostacho y sombrero texano, se empinaba una botella de Buchanans, a la vez que cantaba con voz aguardentosa la canción junto con el intérprete. Mientras, el copiloto sólo seguía el compás con la punta de la bota, al tiempo que acariciaba intranquilo la escopeta de corredera, la cual descansaba sobre su regazo como si fuera su gato favorito.

La Cherokee dio una vuelta repentina y cerrada al final del camino, adentrándose entre las gobernadoras del desierto. Aceleró con potencia arrollando varios arbustos. El vehículo vibró y se metió en un claro. Allí se detuvo: El destino de Kalotas se aproximaba como una inminente tormenta, sin perdón ni redención. Las puertas se abrieron y sintió cómo unas fuertes manos lo tomaron por los hombros y lo sacaron casi en vilo de la unidad

UNA ORACIÓN BAJO LA ARENAWhere stories live. Discover now