El que se enamora pierde

487 41 14
                                    

Corrí con todas las energías que pude, pero cuando llegué era demasiado tarde, Vida se me había adelantado. 

Aquel pequeño ciervo había nacido y no pude hacer nada para detenerlo. Fruncí levemente el ceño, mientras miraba como Vida sonreía con emoción al ver a la cría. No se había percatado de mi presencia, por lo que seguía en lo suyo como si nada. Qué torpe era... Nunca estaba alerta, así que cualquiera podía atacarle. Incluso yo si quería.

 -¡Muerte! –Me nombró al notar mi presencia-. ¿Cómo estás? Llegas justo a tiempo... ayudé a este ciervo a dar a luz, ¿No te parece lindo?

En tanto Vida decía aquello, me extendió su blanca y brillante mano con aquella eufórica actitud que le caracterizaba. Qué irritante era... Siempre arruinando mi trabajo.

-Es horrible –Respondí, apartando su mano con brusquedad-. Lárgate de aquí y déjame trabajar en paz.

Vida asintió bajando la mirada hacia su mano, sorprendentemente esta había cambiado a los mismos tonos oscuros de la mía. Parecía que ese cambio de color le dolió, pero restándole importancia le di la espalda, dejándole a solas con el pequeño recién nacido.

Tras aquel desagradable encuentro con Vida, decidí ir a Inglaterra, donde la muchedumbre salía al pueblo a hacer los recados y algunas compras. Entre esas personas había una mujer que vestía un harapiento vestido oscuro. Se veía débil y muy sola, estaba incluso tan delgada que las costillas se notaban a través de su vestimenta. Esa mujer había descuidado su sonrisa, y hoy le tocaba su turno de partir...

En el momento en que la toqué, algunos de los presentes se voltearon a mirarla, y un niño de unos cinco años no tardó en arrodillarse a examinar a quien parecía ser su madre. Pero ya era tarde, ella había perdido su luz, y ni siquiera con el llanto más desconsolado podrían revivir a esa mujer. Nadie puede... incluyendo a Vida, porque como dice nuestra regla: "Solo podemos trabajar una vez por cada ser vivo". Pero a pesar de que pude realizar mi labor sin interrupciones, algo no me hacía sentir bien. Mientras observaba al niño que lloraba junto al cadáver de la muchacha, algo me impedía estar conforme... Ese pequeño era el único que estaba preocupado por la vida de esa chica. Al resto de la gente le era indiferente su muerte... Les daba igual mi trabajo.

Apreté los puños con fuerza y me mordí los labios, realmente me frustraba esta situación.

-Qué triste... -Reconocí la voz de Vida a mis espaldas-. ¡No puedo ver esto!

-¿Qué haces aquí? –Le interrogué, intentando mostrarme neutral ante el comentario de mi compañero.

-Te seguí para evitar que cometieras una locura –Explicó mi brillante camarada-, pero al parecer he llegado tarde.

-¡Es mi trabajo! –Grité-. Lo que haga no te importa.

-¿Quién te asegura eso? –Preguntó Vida, alzando una ceja-. Nos necesitamos, Muerte. Si nos lleváramos mejor, quizás nuestra organización sería buena.

-¿Eh? ¿De qué hablas? –Pregunté, sin estar realmente de acuerdo con la idea.

-Seamos amigos –Me ofreció Vida, estirándome su mano-. Si logramos entendernos, evitaremos desagradables situaciones como esta.

Al decir aquello, giré la cabeza hacia el niño que lloraba desconsoladamente en los brazos de su madre. La idea me parecía extraña, pero tras vacilar unos segundos, acepté, afirmando levemente con la cabeza.

-¡Genial! –Celebró Vida, estrechando su mano con la mía, provocando que la mía cambiara a brillantes tonos, solamente por el tacto de Vida sobre mí.

Ambos comenzamos a pasar tiempo juntos, claramente a duras penas por parte mía. Vida me mostraba los nacimientos de los bebés y yo le enseñaba las muertes, algunas eran esperadas y otras no tanto. Al igual que en el trabajo de Vida, todo era inexplicable para mí. Las cosas eran confusas... Vida y yo éramos un misterio sin resolver, pero, aunque me costara admitirlo, cada vez me agradaba más.

Nos organizamos para llevar a cabo nuestras funciones, todo estaba resultando de maravilla, excepto por una cosa... Me estaba enamorando de Vida. Sabía que estaba mal y no pude alejarme, me costaba dejar atrás a quien me iluminaba y me hacía sentir vivo... ¡Vivo! ¿Pueden creerlo? Alguien me hacía sentir completo, lleno de buenas vibras, algo sumamente contradictorio a mí. Sin embargo, tras unos días no pude contenerme. Y lo abracé, provocando que las manchas oscuras se le impregnaran en el torso. Cada vez que le tocaba, marcas oscuras aparecían en su cuerpo, y si Vida lo hacía, pintas blancas surgían en mi piel.

Poco a poco me fui dando cuenta de que lo mejor sería alejarme, pero mentalicé aquello demasiado tarde... Vida había sido consumido por la oscuridad, hasta el punto de desaparecer...

No podía creerlo, quien había sido lo más cercano a un amigo que pude tener ya no estaba conmigo. Ambos éramos dos caras de la creación completamente opuestas, pero ahora solo uno de los polos seguía a cargo de sus funciones: Yo.

"Los muertos no deberían interferir con los vivos" pensé, mientras analizaba aquello sin decir palabra alguna. Ese tipo de silencio era uno de los gritos más poderosos que pude dar ante la rabia. Todo estaba acabado, mi trabajo había colapsado y poco a poco los humanos dejaron de existir, dejándome sin una labor que hacer. Y en ese punto me di cuenta de la ironía de que dos polos opuestos insistan en atraerse, y que Vida era la persona perfecta, pero en una distancia equivocada a la mía...

Cuando la muerte se enamoróWhere stories live. Discover now