8.

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Ese domingo Lucas se quedó hasta tarde en la iglesia para hablar con el padre. Había fila y su madre le dijo que lo esperaba en la casa. Esperó de pie en la fila ensayando lo que iba a decir y exactamente qué iba a preguntar. Le sudaban las manos y tenía un sentimiento de culpa y nervios que no sabía exactamente de dónde venía o por qué. Comenzó a perderse en el nudo de sus pensamientos y no despertó hasta que una señora le dio una palmadita en el hombro para decirle que era su turno. Entró al confesionario con pasos cortos, se sentó y cerró la puerta a su lado.

— Cuéntame tus pecados hijo.

— Es una pregunta más que nada, padre.

— Dime.

— ¿Es malo sentir cosas por otro hombre? Cosas... del tipo... que se sienten por una mujer.

Hubo un silencio. Le  seguían sudando las manos.

— Sí. Dios te manda a amar a la que será la madre de tus hijos. No a otro hombre.

Lucas se quedó callado. Jugaba con sus pulgares. La respuesta del padre se había sentido como mil kilos cayendo sobre su espalda. Y sin decir nada más. Solo oyendo como el padre seguía hablando y con un nudo en la garganta comenzando a molestar, salió de ahí.

Caminó a su casa con la sonrisa de John manifestándose en su mente. Se sentía mal ¿Por qué él? ¿Por qué de pronto se sentía así por John? No tenía sentido. Se calmó, no permitiendo que su garganta lo asfixiara, tallando sus ojos para disipar las lagrimas, marcó su número y a los tonos contestó.

— ¡Lucas!

— Quiero hablar contigo, de algo urgente.

— ¿Qué pasa?

— Es importante, te veo en la cancha junto a mi casa.

Se cambió rápidamente de ropa por algo más cómodo y salió a la cancha a unas casas de la suya. Botaba el balón de basketball sin hacer mucho. Luego vio como John se acercaba y le sonreía.

— ¿Qué pasó? Me asustas.

Lucas se sentó en las gradas fuera de la cancha con el balón entre las piernas y John hizo lo mismo. Lucas estaba en pantalonera negra con rayas blancas a los lados y playera blanca. John llevaba pantalón negro y una camisa azul con estampado de hojas y flores y las mangas recogidas. Un estilo que gritaba a mil kilómetros lo que era cada uno. 

Lucas era desconfiado, asustado del mundo, le gustaba estar en su zona de confort y pasar desapercibido mientras que John no tenía ningún problema de mostrarle  los demás quien y como era. Y se frutró más pues a pesar de los intentos de John para que hiciera cosas nuevas y se desinhibiera, ahí estaba, abrazado al balón con la ropa más discreta y común que encontró, aguantando las lagrimas junto al chico más increíble que había conocido. El de la mirada arrogante que tan pronto lo veía se volvía amable y se grababa en su mente para que cada que cerrara los ojos a la hora de dormir fuera en lo último que pensara.

— Habla Lucas ¿Qué carajo pasa?— dijo John.

— Es...

— ¿Es malo?

— Sí.

John se quedó callado. Lucas lo miró mordiéndose el labio y luego bajó la mirada al balón.

— Me gustas, John. Mucho.

John no dijo nada. Su corazón latía con fuerza y en su rostro se dibujaba una sonrisa.

— Pero, no deberías de gustarme.

John seguía sin decir nada y esta vez su sonrisa se borró y el brillo en sus ojos se disipó.

— Está mal y no debo sentir eso por ti.

— Por supuesto.

— ¿Entiendes?

— Sí, claro. No te condenes.

— John...

— Lucas, todo bien.

John se puso de pie y se fue. Se fue dejando a Lucas solo porque sentía las lagrimas picarle los ojos.

Shy BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora