Sherlock (primera parte)

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Los resultados no coincidían.

Sherlock estaba frustrado. Ni siquiera era un caso interesante, no llegaba ni a un tres, pero estaba aburrido. Lestrade le había colgado un par de veces antes de apagar el celular e ignorarlo por completo, intentó hackear su computadora, pero Lestrade dejo un video absurdo de un gato bailando en bikini en repetición y Sherlock pronto se enfadó y lo dejo en paz.

Molly no era opción, estaba molesta con él por entrar a robar (otra vez) a la morgue. La Sra. Hudson estaba de un humor bastante alegre que Sherlock no pudo hacerla enojar por más que lo intentó.

Y aún no se sentía lo suficientemente desesperado como para llamar a Mycroft.

Por eso revisaba casos viejos, por eso había puesto a calentar muestras de agua de diferentes lugares sólo para darse cuenta de que no coincidían con el patrón que había sacado meses atrás.

Si tan sólo John estuviera con él.

Como invocándolo la puerta de la calle se abrió, los pasos en las escaleras eran veloces y pronto un muy sonrojado John se encontraba frente a él.

Sherlock hace mucho había dejado de deducirlo, no tenía sentido, en parte porque se sentía como violar la intimidad de John (algo que no le había importado antes) y además, porque había algo de interesante en descubrir poco a poco a su amigo y compañero de aventuras.

— Que bueno que llegaste —  se apresuró a hablar, no quería los detalles de la cita, eran más de las once, era un poco obvio lo bien que había salido, normalmente John regresaba antes de las diez o no lo hacía en absoluto —  necesito más muestras de…

— No.

Sherlock sin despegar la vista del microscopio le parpadeo confuso a los lentes.

— ¿Disculpa?

Pero John no dijo nada más, se quedó parado frente a él, con la chaqueta en la mano y el cabello despeinado, como si alguien hubiera pasado sus manos continuamente por él, eso hizo enojar considerablemente a Sherlock.

Y al fondo de su cabeza pudo escuchar una voz que sonaba a una mezcla de Mycroft y la Sra. Hudson que no dejaba de repetir ¿celos?

Pronto el aire se hizo irrespirable. John no se había movido de su sitio, seguía con los ojos azules puestos en Sherlock, quien, a su vez, no podía no notar la ropa desacomodada, el fuerte olor a bar y a dos perfumes diferentes, tenía las mejillas rojas y el cabello, antes pegado a su cuello y frente, ahora se secaba formando pequeños rizos; había corrido, algo había fallado, pero ¿qué? Tal vez las cosas salieron mal, tal vez una de las mujeres tenía un marido y… no, no había señas de pelea en John, ¿Qué era?

Tan absorto estaba en sus pensamientos que Sherlock no notó que John estaba hablando, hasta que…

— Necesito saberlo —  los hombros habían caído, los ojos viajaban de su rostro al piso para terminar posados en el refrigerador, las manos le temblaban, una nueva y fina capa de sudor tomaba lentamente su lugar en la frente de John. Algo había cambiado, ya no estaba molesto sino inseguro. Sherlock se tambaleo, no creyó vivir lo suficiente para ver al soldado John Watson perder el valor.

Y sin embargo aquí estaban.

— ¿John?

— Sé sincero, ¿lo estás?

— No lo sé, no puedo responder, no entendí que preguntaste —  la cara de John se distorsiono, las manos viajaron rápidamente hacia arriba y se perdieron en el cabello rubio cenizo, John dejo escapar un sonido frustrado, algo muy cercano a un sollozo.

— ¡A la mierda, Sherlock!— el detective alzó la mirada, John se había recobrado un poco, los hombros estaban cuadrados otra vez, los pies firmes, el John Watson de siempre. — ¿Estas enamorado de mí?

EpifaníaWhere stories live. Discover now