PRÓLOGO.

3 1 0
                                    


  Las advertencias de una guerra que se acercaba eran innumerables e intangibles. El mar que cubría el territorio de las sirenas, estaba indomable cual potrillo joven de los linkas. A veces, las mujeres-pez se veían acorraladas en las oscuras profundidades del turbio oeáno e incluso hasta los Oceous, bellezas creadas con el mar, no lograban navegar el amplio Auka. 

  Porque, como un joven con ojos color tierra dijo alguna vez, cuando la  naturaleza  olía a guerra, el miedo hacía temblar al mar. 

  El querido viento de los prados de Kerem ya no jugaba como antes, no reía luego de soplar tan fuerte como para tirar a las pequeñas colas-largas (quien en la antigua tierra se llamaron ardillas), ni tampoco susurraba poemas inentendibles pero dulces a las mujeres keremitas.

  Porque, como alguna vez Nuriel dijo, cuando la naturaleza olía guerra, el viento no callaría el terror, ni aunque los elfos sufrieran las consecuencias. 

  Las tierras Ayllú vibraron más que nunca. Ni la magia, ni los habitantes, ni su rey puedieron encontrar una razón, mejor dicho, nadie pudo entenderla. 

  Porque alguna vez, un brujo y la naturaleza sintieron miedo, y la tierra no se quedó quieta. 

  Por último, el fuego quemó todo a su alcance. La última comunidad de los Antares, hombres capaces de controlar el fuego, sorpresivamente perdieron el control. Ellos olieron la guerra, si, pero ellos formaban parte de lo que alguna vez fue guerra, así que, callaron. 

  Cuando el fuego no dejó ni siquiera una ceniza, cuando la tierra no quiso quedarse quieta, cuando el viento dejó de reír, cuando el mar Auka no quiso callar, cuando un brujo advirtió las consecuencias, cuando la naturaleza olió la guerra, cuando nadie creyó, cuando ya era tarde.

El final del día.Where stories live. Discover now