PROLOGO

21 6 2
                                    

Aquella tarde me encontraba en la puerta de mi casa, esperando por el taxi que me llevaría al aeropuerto, estaba decidida a irme. La monotonía que había invadido por completo nuestro frágil y perfecto mundo de cristal había terminado destruyéndolo por completo, acabando con todo lo que había ahí, destrozando hasta el más bonito recuerdo que había quedado de aquella hermosa relación. Por fortuna, él estaba de acuerdo conmigo, no valía la pena seguir intentando salvar algo que los dos ya dábamos por perdido, algo que ya no tenía remedio ni reparación. Los dos nos lastimamos mutuamente, y nada en el mundo nos haría cambiar de opinión con respecto a la gran decisión que acabábamos de tomar. Él estaba dentro, sentado en la sala solamente observando cada detalle del día que nos marcaría de por vida, sabia por instinto que tenía la vista fija en mí, observando cómo me alejaba para siempre de su vida, y el ahí, sentado, sin hacer nada, no estaba en sus planes detenerme, ni en los míos quedarme. Cada segundo que pasaba ahí afuera parada, esperando, me convencía más a mí misma de que esto era lo correcto, de que todo de ahora en más mejoraría y de que el no haría nada para impedir que me fuera, no, esto no era una telenovela, ni una película, ni un libro, ni un musical, ni ninguna comedia romántica, no, esto era la vida real y el simplemente se quedaría ahí mirándome hasta que ya no pueda hacerlo más, hasta que me aleje de el para siempre; cada segundo me convencía mas de que el estaría bien sin mí y eso era lo que yo quería, que él estuviera bien, porque lo quería, más que a nada en el mundo, pero él no me amaba lo suficiente, o tal vez, no éramos el uno para el otro como yo creía. No lo miraba, no tenía sentido hacerlo, no ganaba nada con volver la vista atrás y encontrarme con aquel rostro con el que solía despertar cada mañana, aquel rostro que esperaba no volver a ver nunca más.

El taxi llego por mí, tome mis maletas y baje las pocas escaleras que quedaban de distancia entre la casa y el suelo, el taxista abrió el maletero e introdujo mi equipaje, yo observe la acción que hizo detenidamente, pude notar como se alteraban todos mis sentidos, no sé en qué momento pero me puse demasiado susceptible, me exalte con el estruendo que hizo la puerta del maletero al cerrar, luego con el ruido de la puerta del chófer abrirse y cerrarse, lo más sorprendente de todo fue dar una última mirada a mi antiguo hogar y encontrarme con Pablo ahí afuera parado, en el mismo lugar en el que yo estaba minutos antes. Ninguno de los dos dijo nada, solo basto con mirarnos un par de segundos a los ojos y decirnos el último adiós. Me subí al auto en la parte de atrás y cerré los ojos muy fuertemente, sentía como me ardían, como que quemaban, como luchaba por no dejar salir aquellas lagrimas que ya no quería retener, mi corazón estaba acelerado, las manos me temblaban y sentía un nudo en el estómago, un nudo en aquel lugar donde antes solo podía sentir mariposas cada vez que lo veía. Quería llorar, solo quería hacer eso, pero no podía, debía mantener la compostura, o al menos frente a él, no podía permitir que me viera de aquella manera, tan débil y vulnerable, debía ser fuerte, porque eso podría cambiar algo y no quería que nada cambiara. El taxi arranco y fue la última vez que observe aquellos ojos verdes que antes me mataban de amor.

Se acabó, así de simple, se acabó, se acabó nuestro hermoso amor, se acabó aquella linda relación, se acabó para siempre, se acabó nuestra maldita felicidad.

Aviones De PapelWhere stories live. Discover now