2. "Vehemencia"

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❝Incluso los ángeles tienen planes malévolos y tu llevas eso a nuevos extremos❞ 

. . .

Dante

Sentí una ligera presión en el pecho cuando sostuve su cuerpo casi inerte entre mis brazos. Sentí rabia y temor. Era tan delgada y lucia tanto como un pequeño ángel que debía ser cuidado. Sentí angustia y desahucio. Lucia indefensa y hermosa. ¡Era tan jodidamente hermosa que odiaba reconocerlo! Así, de ese modo, vulnerable y frágil. ¡Maldita sea! Era tan fácil amarla, era tan fácil quedarse atrapado en esa belleza que hipnotiza y engaña. Ni siquiera la muerte podría mermarla.

Me moví cuidadoso a través del cuarto de baño. Su cuerpo sufría apenas cortos espasmos y se estaba introduciendo a ella misma en la somnolencia. Me tembló el pulso y, por una fracción de segundo, mi corazón dio un frenético golpe desesperado dentro de mi caja torácica. Sus pequeñas esferas azules bajo aquellas pobladas pestañas, se abrían y cerraban. Estaba en un limbo, la realidad estaba muy lejos de ella.

Deposité su cuerpecito encorvado sobre la cama, sin embargo, en un intento desesperado se aferró a mí. No tenía ni siquiera fuerzas, pero sus puños se envolvieron como pudieron alrededor de mi camisa mojada. No supe como sentirme.

»Necesitaba que me soltara... Deseé que no lo hiciera. «

—Llévame contigo—Susurró en el adormecimiento, hundiendo su cuello en mi pecho—. Llévame, Alessandro, te lo suplico...

Apreté los dientes y los ojos con mucha fuerza.

Rabia.

Fervor

—Yo no soy él.

Supe que debí haberme mantenido callado porque en ese instante, fui preso de mis propias emociones: Coraje y odio.

. . .

Di un sorbo largo al vaso de Macallan. Había perdido la cuenta de cuanto de ello había bebido ya durante la madrugada, lo cierto era que no me importaba. A mis veintiocho años, la vida me estaba sabiendo un poco amarga.

Akab era un hervidero de gente que bailaban, bebían y se drogaban bajos luces parpadeantes y una estela de humo que los rodeaba. Cuerpos sudorosos, embriagados y acelerados se movían con la música electrónica que contrastaba. Había ido al lugar perfecto para escapar de mis ruidosos pensamientos, sin embargo, ellos eran más fuerte que la música que escandalizaba.

Di el último sorbo al vaso y pedí que me lo llenaran.

—Dante Napolitano. —Una voz suavemente perversa se escuchó por encima del escándalo—. ¿No me invitas una copa?

Le di un vistazo por encima del filo del vaso. Una rubiecilla de escote que mostraba descaradamente sus exuberantes atributos me sonrió con descaro y yo, le devolví el gesto observándola de arriba hacia abajo con esa faldita ajustada que dejaba suciamente a la imaginación.

— ¿Al menos puedo saber tu nombre? —De una seña, el barman le sirvió un trago de lo mismo.

— ¿Y si te lo digo en la suite de uno de tus hoteles?—Mordió su labio inferior con malicia.

—Tentador.

Si el sexo salvaje y duro con aquella rubia perversa iba a callar mis malditos pensamientos, pues que bienvenido sea.

Los ojos grandes de —quien sabe cómo se llame—, se iluminaron al abrirse las puertas del ascensor que daba entrada a la suite. Una sonrisa ganadora se dibujó en sus labios. Ya podría imaginarla cuando se reuniera a cuchichear con sus amigas. ¡Había conseguido la suite con Dante Napolitano!

Camelia +18 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora