Azure

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Sus ojos se abrieron, mas no vieron nada, la oscuridad se presentaba frente a ella y a su alrededor. El lugar no era más que negrura, sin embargo una luz podía ver y era la de ella misma. Tenue pero allí estaba, podía ver sus manos y pies, inclusive su fino y ligero vestido blanco, a pesar de estar en medio de la oscuridad, ni sus pies ni su vestido estaban manchados, estaban limpios y seguían intactos, como si se tratara de una vestimenta nueva a recién estrenar. No sabía dónde se encontraba ni quién era, aunque aquellas cosas realmente no interesaban.

Lo que realmente importaba no eran nombres o números con lo cual identificarse en medio de una multitud, lo importante eran los sueños, metas y ambiciones que uno podía tener, aquello era lo que identificaba a cada ser, haciéndolos especiales, haciéndolos brillar por su propia y distinta luz. Muchos lo lograban, podían volar en su propio camino por el cielo, pero aquello sólo se podía hacer cuando realmente seguías un sueño. El seguirlo llevaba a cumplirlo, luchar por él y aferrarse a la idea de volverlo realidad, aquello era extender sus alas y echarse a volar.

Pero ella no podía, ella misma no se lo permitía. Había atado a sus propias alas con cadenas, lastimándose cada vez que quería despegar. Su poca confianza le hacía pegar sus pies al suelo por el miedo a volar, no se creía capaz. Para ella, su sueño no era algo más que un imposible deseo, sin embargo, su esperanza no se daba por vencida y volvía para lograr hacer que su luz brillara como nunca antes, haciendo que extendiera sus alas para abrir aquel manto negro del cielo y poder volar en una noche estrellada, pero siempre fallaba. Al querer extenderlas sus cadenas sonaban y aprisionaban sus plumas manchándolas de carmesí, lanzando al aire plegarias de dolor y sufrimiento. Anhelaba su sueño pero ella misma, pequeña masoquista, se lo impedía. Sus cadenas avanzaban, atándole manos y pies, sin embargo ella no hacía nada.

¿No sabes que esas cadenas están auto-impuestas? Rómpelas, quítalas, vuela.

Pero ella no podía despegarse del suelo, su miedo a romper sus alas era mayor que cualquier sueño. Temía despegar y caer cual pequeña ave que aprendía a volar, temía romper sus alas junto con sus sueños y condenarse a un mundo mundano como el de mucha gente más. Lo que la pequeña no sabía era que, de a poco y lentamente, estaba rompiendo sus propias alas con esas cadenas.

Pero tampoco sabía que aquellos otros se habían encadenado también, se habían encadenado a aquel mundo más sencillo, a aquel lugar donde se usaban sus pies para caminar en vez de sus alas para volar. Nadie podía verlas, nadie veía sus propias alas, se habían cegado por la comodidad de aquel mundo terrestre, prohibiéndose mirar el bello cielo que los envuelve.

 ¿Qué hacer? ¿Qué debo hacer?

Su soledad la inundaba, enterrándola en la oscuridad, siendo absorbida por ella, en una pelea interna por ver quién prevalecía sobre otra. Pero de repente, entre llantos y desesperanzas, la niña logró escuchar un sonido. El sonido se volvía recurrente, proveniente de una de una esquina, era como si algo golpeara sucesivamente una pared, como si alguien golpeara una puerta. La niña alzó su borrosa vista y pudo ver una pequeña barra de luz. Aquello realmente no era una barra, era simplemente la luz que se filtraba por debajo de la puerta, la oscuridad había terminado siendo una habitación vacía y melancólica. Se acerco lentamente a la puerta, haciendo sonar sus cadenas y, apoyando sus manos en ella  para ayudarse, posó su oreja contra esta. Hacía mucho tiempo que su curiosidad no salía y aquel ruido la había despejado de sus interminables lamentos.

¿Hola? ¿Hay alguien allí dentro? ¿Quieres volar?

Se escuchó desde fuera. La niña saltó alarmada hacia adentro, no se esperaba que alguien prestara atención a aquel cubo oscuro donde ella permanecía sellada.

Ven, sal de ahí, juguemos.

Esta vez la niña escuchaba con atención y timidez, era la voz de un animado niño desde fuera, podía escucharse en sus palabras como esbozaba una amplia sonrisa, quería divertirse.

No puedo…

Contestó ella con una voz débil, su confianza había sido aniquilada con el pasar del tiempo, quitándole cualquier emoción de intentar.

¿Por qué no puedes? ¡Ven! ¡Vuela conmigo, es divertido!

Insistió la voz del otro lado, la niña por su parte se pegaba a la puerta con una mirada llena de tristeza al saber que sus alas estaban atadas y aunque quisiera ella no podría hacerlo.

No puedo… No puedo volar.

Susurró, llegando al otro lado de la puerta, siendo escuchada por el niño.

¿Qué no puedes volar? ¡Pero si tú eres asombrosa!

La niña no contestó ante sus palabras, simplemente no creía en ellas, así que el niño siguió hablando.

El cielo esta hermoso ¿No quieres verlo?

Ella alzo la vista sorprendida, el cielo era lo que más anhelaba y ya comenzaba a olvidar lo bello que era, aquella habitación y aquellas cadenas solo lograban alejarla de lo que más adoraba, el cielo azul.

No dijo una palabra más, solo tragó preparándose para un nuevo paso, para animarse a algo más, arriesgándose solamente para ver aquel cielo que siempre había anhelado. Con ambas manitas tomo el picaporte y lo giró lentamente. La luz la cegó por un instante, y al mirar del otro lado, pudo ver como se encontraba un cielo azul hermoso y brillante, con nubes pomposas adornándolo, aquel mismo cielo que había visto hace tiempo, de quien se había privado por sus cadenas. Lo apreció por un instante desde la oscura habitación, volviendo su vista a quien la había llamado, aquel niño seguía delante de la puerta con una sonrisa dulce en el rostro. Sin embargo el niño ya no era un niño, sino que era un joven que extendía sus brazos a la niña, dándole la bienvenida. Aquel tenía unas enormes alas tan brillantes como su misma sonrisa, tan blancas como las mismas nubes, asombrando a la niña.

Volemos.

Su voz había cambiado pero su esencia no. La niña sonrió por primera vez en mucho tiempo y extendió los brazos al joven, saliendo de la oscuridad, entregándose a la luz. Al salir, sus cadenas se fueron desintegrando y su pequeño cuerpo de niña, ahora, se convertía en una joven, quien extendía unas grises alas al cielo azul, no eran igual de grandes y brillantes que las del joven pero quería creer que algún día las tendría. Se arrojo a sus brazos con confianza, mientras que la habitación oscura comenzó a desvanecerse, mostrándole que se encontraba en medio del cielo, que nunca había estado en el suelo, nunca se había logrado pegar a él. Y mientras lo abrazaba y agradecía con una escondida sonrisa, habló.

No, tú eres asombroso.

AzureWhere stories live. Discover now