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No era justo.

Colocó una mano en una de las barras de la escalera de mano que colgaba holgadamente desde arriba del árbol. Llegó a la base de la plataforma poco tiempo después, y se giró para recoger la escalerilla detrás de ella. Luego cerró la trampilla. Así nadie más subiría.

Soltó un suspiro, se abrochó más el cuello del abrigo. Las noches eran cada vez más heladas.

Abrió la puerta de la caseta. Dentro no hacía menos frío.

La casita del árbol era una estructura astutamente construida. Sobre las ramas de un roble fuerte, el suelo y las cuatro paredes de aglomerado encajaban como un guante, de un color adecuado que no desentonaba con la estética. El tronco atravesaba en una de las esquinas, de abajo a arriba. En la pared contraria, una ventana filtraba la penumbra a través de un trapo oscuro colocado a modo de cortinas.

Había papeles, por todas partes. Bocetos, dibujos, revistas y libros. Colgados con chinchetas a las paredes, descansando encima de una mesa de juguete, pequeña y de un verde vibrante, o incluso regados por el suelo.

En el centro se situaba un simple colchón, algo desgastado por el tiempo, aunque no por ello menos habitable. Olivia se sentó en él.

Se quedó un tiempo imanente, como en trance. Con las rodillas pegadas al pecho, observó distraídamente el vaho que le salía por la nariz.

Como el mástil atizado por una ventisca, cayó hacia atrás y su espalda se hundió en el lecho. Con otra humadera de suspiro, colocó un antebrazo por encima de su cara, tapando sus ojos.

No tardó mucho tiempo en romper a llorar. Las lágrimas poseían una calidez extraña contra la piel del rostro.

Había estado haciendo lo mismo por varias semanas ya. ¿No se cansaba?

Acudir allí cada vez que el ruido fuera demasiado... Demasiado porque faltaba. Un silencio demasiado pesado para sostenerlo. Ya nada tenía sentido.

Se dejó caer hacia un costado, con la manos cubriéndole la cara. Pronto quedó en el límite del suelo frío y un aire aún más gélido, echa una bola. Su pelo corto se le pegaba a la boca.

Los sollozos se hicieron más fuertes. Después, pararon.

Entre sus dedos, dejó en espacio suficiente para adivinar un ojillo verde en un mar rojo de congestión. Olivia observó la luz que se colaba por todas las direcciones.

No era justo. ¿Por qué el mundo continuaba girando?

Como cada noche desde que se escapaba a la casita del árbol, su voz ronca se sorprendió susurrando, en un tono piadoso.

—Dime...—decía—. Dios... por favor...

Y volvió a acallar, como si le diera vergüenza reclamar algo.

Apoyó sus manitas palidecientes a un lado de su cara. Cerró los ojos y otra nube blanca, más visible, salió disparada de su boca. Probablemente, como siempre, permanecería allí hasta que le ardiera las mejillas y la nariz, o se le entumecieran las puntas de los dedos.

Había algo placentero en escuchar aquel ruido, aquel que no faltaba, perteneciente a la madera húmeda de la estancia.


Un leve zumbido alcanzó sus oídos por detrás, aplacando la respiración natural de la arboleda. Al principio, Olivia no le dio demasiada importancia importancia, la chica siguió echa un ovillo, rodeada de constantes recordatorios de tiempos mejores, en una burbuja constituida por ella y su silencio.

Two Birds 🏹Dark PitWhere stories live. Discover now