Un perezoso amor

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Disclaimer: Digimon no me pertenece, sino a sus respectivos autores (Toei, Bandai, Akiyoshi Hongo, etc.)

Un perezoso amor

Dysania: dificultad para levantarse de la cama por la mañana.

El despertador sonaba a las siete. Un muchacho de veinte lo apagó de un golpe y siguió durmiendo.

Los clientes le reclamaban que no respetaba el horario y era un irresponsable. Pero en cuando probaban su ramen salían tan encantados olvidando que, en lugar de abrir a las ocho, abría a las diez. Sus amigos le decían que debería abrir al mediodía así no tenía problemas con la gente.

— ¿Y quedarme hasta después de las cuatro? Yo tomo siesta —respondió con una confianza tal que a nadie sorprendió. Takeru le dijo que ser responsable es parte del trabajo. Ken le dijo algo parecido y Daisuke frunció el ceño: no se iba a dejar intimidar por ninguno.

Por aquél entonces, su tienda empezaba a ser popular. Un día, un hombre de negocios quedó tan complacido por la atención del lugar, por la comida y la enérgica alegría del dueño que quiso preguntarle si no deseaba abrir otra sucursal. Y, por qué no, comenzar una cadena de restaurantes.

Consultó a Iori por las condiciones que le daban. Al de ojos verdes no le parecieron malas y lo aventuró a que se atreviera a jugarse. Después de todo, era abrir dos o tres puestos en varios lugares no tan alejados.

¿Quién hubiera creído que Motomiya iba a ser el primero en su familia de pasar exitoso? Hasta su hermana lo felicitó.

Sin embargo, aún seguía levantándose tarde.

Aquél día, luego de algunos años, iba a viajar a USA, ya que una firma había probado su comida y querían hablar de negocios con él. No sabía cómo iba a terminar todo, pero si tenía el apoyo de sus amigos y de Veemon, todo iba a estar bien. Así que armó una valija, mostró la mejor sonrisa que tenía y, saludando a sus amigos, se fue al otro lado del planeta.

Todo marchaba bien. Todo parecía sonreírle a Daisuke.

Hikari... —susurró en sueños, cuando se levantó de madrugada, durante el viaje. Veemon dormía plácidamente.

La menor de los Yagami se había dedicado a la fotografía: luego de haber salido victoriosa en un concurso, ganó una beca para estudiar en el extranjero, en Europa. Esporádicamente volvía a Japón para festividades y eso, pero casi no volvieron a verse. Con los años, Daisuke se había convencido de que lo suyo no era un capricho infantil de un niño de once años, era un profundo amor que con el tiempo se había convertido en un árbol tan frondoso que sus ramas se perdían por un inexistente cielo.

Sabía, incluso, que Takeru estaba en Francia porque le había gustado una carrera de letras allí y vivía con sus abuelos maternos de momento. Le frustraba la idea de que, probablemente, ellos dos se hubieran visto millares de veces, hubieran salido e incluso estaba convencido de que eran pareja y, cuando volvieran a Japón, les dirían iban a casarse o algo.

Él era un tonto. Un perezoso enamorado.

Cada día que él despertaba tarde, fantaseaba con la idea de que unos ojos rojos lo miraran con amor; imaginaba que había una mujer de cabello corto y aroma a jazmín; soñaba con que le decía "cinco minutos más" y ella se reía como un ángel, pues le cumplía el capricho de ser un dormilón.

Lloró.

Odiaba ser tan optimista, pues nunca podía ver la verdadera realidad: Hikari estaba en Europa, seguramente al lado de su Takeru, a quien conocía antes que él. Daisuke era un segundo, ella nunca lo habría tomado en serio y probablemente jamás le creería el eterno amor que le profesaba.

Un perezoso amorWhere stories live. Discover now