Suerte

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—¿Por qué me pongo así? estúpido, estúpido, estúpido.

Un Junior de quince años murmuraba para sí mismo, limpiándose con furia las lágrimas que solas se le escapaban a borbotones mientras caía sentado sobre el sucio piso del techo de su colegio. Estaba agitado por haber salido corriendo por los pasillos y se ahogaba con los sollozos que agitaban su pecho.
¿Por qué estaba tan mal? El día había estado yendo tan bien...
Se había quedado dormido, como siempre, pero Oscar había logrado esquivar el tránsito y acercarlo al colegio justo antes de que pasaran lista y llamaran su apellido.
Suerte.
A la profesora de geografía se le había dado por tomar lección en los últimos veinte minutos de la clase, llamándolos uno por uno en orden alfabético y el timbre sonó justo cuando Juampi Garcia acababa de sacarse un dos.
Suerte.
En el apuro por llegar a clases, se había olvidado la billetera y la lonchera que Javiera le preparaba todos los días con el almuerzo, pero su amiga Agus había traído más sanguchitos de los que ella podía comer y le había compartido.
Suerte, otra vez.
Junior era un chico con suerte. Tenía un montón de amigos, dos hermanos un poco rompe bolas pero que, en su mayoría, eran piolas y a su tío que era el mejor tío del mundo. Desde que había pegado el estirón antes de terminar el primario y con los entrenamientos de rugby, Junior sabía que se había convertido en un chico lindo. Incluso estaba por ponerse de novio con Sofi, una chica un curso mayor que él.
Todos sus amigos lo envidiaban. Entonces ¿por qué se sentía tan mal?
Con Blas ya casi ni se hablaba ¿por qué verlo con una chica le dió tantas ganas de llorar?
A junior le gustaban las chicas. Eso era seguro.
Sofí era linda, tenía un pelo negro largo y hermoso y unos ojos azules muy lindos. Dante decía que tenía suerte porque ni él había logrado que Sofí le diera bola. Romeo le había dicho que estaba orgulloso de que su hermanito menor las tuviera a todas muertas.
¿Por qué entonces tenía tantas ganas de vomitar?
Blas le daba ganas de vomitar. Desde chico.
Bueno, no le daba ganas de vomitar. Blas no era vomitivo, para nada. Era fachero, sus ojos verdes eran más claros que los de Sofí y tenía rulos. Siempre le habían gustado esos rulos. Le daban ganas de vomitar. Le producían cosquillas en las puntas de los dedos y cuando era más chico y Blas dejaba que se los tocara, sentía que se moría porque siempre estaban suaves y olían a coco.
Blas nunca tendría que haber dejado que Junior pusiera sus manos en su pelo, pensó ocultando su rostro entre sus manos para ver si así dejaba de llorar.
Blas no tenía idea del monstruo que había despertado en Junior la primera vez que le dijo "hola" cuando llegó a casa de la mano de Dante, hace ya tantos años. El monstruo que crecía más y más y más cada vez que Blas lo defendía de sus hermanos, lo invitaba a jugar con él o le sonreía y le acariciaba la cabeza, como se le había hecho costumbre por aquellas épocas.
El monstruo era celoso y avaro. Se ponía molesto y caprichoso cuando no tenía la atención de Blas y si él le regalaba un poco de esa tan preciada atención a alguien más, se enojaba y no había nada con que contentarlo.
Excepto, claro, con Blas.
Y Junior era muy chico, nunca se había cuestionado por qué lo necesitaba tanto. A él. A Blas. A un varón.
¿Por qué quería que viniera, lo encontrara en su escondite y le diera un abrazo? ¿Por qué quería tanto ese abrazo? ¿Qué estaba mal en él?
Junior sabía que sí era capaz de pedirlo, podría tener ese abrazo. Blas nunca le negó nada, siempre había sido especialmente bueno con él, más que con cualquier otra persona. Le traía regalos siempre que iba de viaje, se quedaba con él cuando sus hermanos no lo dejaban jugar, se preocupaba y lo cuidaba cuando estaba enfermo.
Cuando eran más chicos, Dante siempre lo cargaba y decía que Junior era "su bebé", y Junior estaba encantado con eso. Amaba ser el bebé de Blas y eso ahora mismo lo ponía enfermo.
Con el tiempo había aprendido que esos sentimientos no eran normales, nunca lo fueron, pero no había sido consciente de eso durante esas épocas.
Cuando tenía trece y Blas se fue dos años a vivir a Canadá se dió cuenta de que lo que sentía por él era malo, no era normal y lo iba a destruir si continuaba creciendo.
Nunca estuvo tan mal como cuando Blas se fue.
Pero con el tiempo se fue recomponiendo y cuando volvió lo ignoró con todas sus fuerzas y por más que se moría por hablarle en los recreos o llamarlo cuando llegaba de entrenar, no lo hizo. Y estaba orgulloso de sí mismo y de su fuerza de voluntad.
Por eso no entendía por qué le importaba tanto verlo con una chica ahora que había logrado matar al monstruo.
Odiaba a esa chica que le daba besos a Blas tan libremente, como si fuera de ella. Blas no era de ella. Y no tenía derecho a tocarlo, mucho menos a besarlo.
Junior nunca se había sentido con ganas de dar besos. Una vez se lo comentó a Romeo y él le dijo "es normal, pendejo, sos chico todavía". Pero Junior se sorprendió al encontrarse queriendo un beso de Blas.
Queriéndolo como no había querido nada en su vida.
Que bueno que nadie podía leer su mente, pensó con ironía.

SuerteWhere stories live. Discover now