12.

4.2K 709 326
                                    


Sherlock.


—¡Sherlock! Hay un chico que vino a visitarte—dijo la señora Hudson después de dar un par de golpecitos con los nudillos a la puerta del universitario.—Es rubio, nunca lo había visto antes contigo. ¿Es tu novio, querido?

Sherlock entornó los ojos, como si la amable anciana hubiese dicho lo peor del mundo, casi como si le hubiese deseado la muerte.

—Es un compañero de clase—se limitó a responder—hágalo pasar, por favor.

—No soy tu ama de casa, querido—Pero la mujer asintió y minutos después, John Watson se encontraba en el marco de la puerta, preguntándose si sería prudente pasar al interior así como así. Sherlock, finalmente, le hizo un ademán con la mano para pedirle que pasara y tomara asiento. John lo hizo, y después de varios segundos de incómodo silencio, se dispuso a hablar.

—¿Ella es tu abuela?—le preguntó, refiriéndose a la anciana que lo había recibido, curvando sus labios en una curiosa sonrisa.

—Es mi casera.

—Se porta bastante hogareña para que sea sólo tu casera—repuso.

—Es una casera muy entrometida.

—A mí me pareció simpática—John, por alguna razón, le molestó que Sherlock le llamara de esa manera a la adorable señora que lo había recibido con tanto cariño. Podía jurar que había una relación más familiar entre ellos dos de lo que Sherlock admitía, pero no dijo nada más. No era de su incumbencia las relaciones personales de un simple conocido (a pesar de tratarse de su alma gemela), y no quería ser entrometido.—¿Y quién es Victor Trevor?

El cuerpo de Sherlock se crispó ante la mención del nombre de su mejor amigo, pero no respondió nada; únicamente miró a John con la rabia en sus cerúleos ojos. La imagen de Victor se imprimió dentro de su cabeza, su rojizo cabello, su piel moteada de pecas, su sonrisa ladina y los sagaces comentarios. El color se le subió al rostro.

No entendía porqué exactamente John Watson le hacía tanto enojar, si el rubio no era grosero u hosco, tampoco lo definiría como molesto aunque sí algo estúpido. John sólo le preguntó algo sin importancia y Holmes lo miraba como si fuera el monstruo más horrendo de todo Londres. De repente, la culpa le hizo suspirar.

—Es un conocido.

—¿De la infancia?

—No.

—Oh—el silencio reemplazó las voces de ambos hombres. Un silencio incómodo y tan tangible que podría cortarse con un cuchillo. John carraspeó y comenzó a marcar un ritmo con sus pies.—Uh, ¿el proyecto...?

—Será el mismo que presenté pero con algunas modificaciones para que pueda utilizarse en la medicina general—respondió antes de que John pudiese completar la pregunta. Sherlock se acercó frente el rubio para finalmente sentarse en uno de los sillones libres.

—Entonces tenemos menos trabajo que los demás—John sonrió, aliviado de no tener que comenzar desde cero, menos con un compañero de trabajo tan peculiar como lo era el azabache. Supuso que si fuera decisión de Holmes, habría trabajado solo y sin apuros. Y vaya que tenía razón. Colaborar con terceros sólo hacía las cosas más complicadas.

Toda correlación entre compañeros resultaba ser un trabajo extenuado, lo que le hizo pensar en cómo su amistad con Victor Trevor logró florecer pese a sus escasas habilidades para la conversación recíproca y, sobretodo, amena.

—Así es—respondió finalmente—Por lo que podemos terminar con todo en una semana a lo mucho. Lo único que tendríamos que hacer sería pasar el proyecto a escrito.

—Bien. Me han dicho que soy bueno redactando.

—Seguro que sí—el sarcasmo adornó la voz del azabache. John fue capaz de notarlo, pero hizo caso omiso a ello. No quería molestarse más con Sherlock.

—Mh, ¿Sherlock?—incitó el estudiante de medicina, como quien sabe la respuesta anticipada.—¿Podemos hablar sobre nuestras marcas?

Sherlock lo esperaba. En realidad, creyó que Watson se había tardado en volver a mencionarlo. Bufó, pero esta vez le dedicó una mirada de interés al pobre rubio quien yacía sentado frente a él, con mirada expectante y curiosa. Era menester poner las cartas sobre la mesa: No quería ser pareja de John Watson.

Se podría decir que al menos Sherlock era feliz deslumbrándose con los bucles bermejos y el fino rostro moteado de pecas semejantes a constelaciones de un artista con el ímpetu desbordante de rebeldía. Podría conformarse a sólo mirar ese par de glaucos ojos, limitándose a los pensamientos llevaderos en las concavidades de su imaginación.

—Oye, sé que es raro...—agregó John al no obtener respuesta.—Es decir, no es que me gustes, apenas te conozco, y por lo que a mí respecta, no soy gay.

"Pero me han dicho que no estaría de más tratar de ser amigos. He sido muy paciente contigo pero lo único que haces es rechazarme. No sé qué es lo que hice para ganarme tu desprecio, Sherlock, pero quiero enmendarlo. El que nos hayan puesto juntos como compañeros de equipo fue como una clase de señal para corregir las cosas, ¿no lo crees?

John estaba sonriendo, un poco nervioso. Lo entendía, después de todo era su alma gemela. No podría escaparse del inminente destino aunque no fuera capaz de comprender el porqué debían estar juntos.

Sherlock decidió fijar su mirada en los azules ojos de John por un momento más antes de responder. Supuso que debía decir algo, no podía dejarle todas las palabras encargadas a la boca ajena.

—Yo no tengo amigos, John.

John suspiró, a punto de decir algo más.

—Pero puedo invitarte a tomar algo—finalizó.





DON'T YOU KNOW. Where stories live. Discover now