Prólogo.

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Daniel.

Hace un meses que no veía a Sara y eso me mataba, había pedido cambio de horario en la escuela por lo tanto no tenía la oportunidad de verla y cuando la veía eran solo segundos.

Cuando la veía sentía el sentimiento de culpa y eso me impedía hablarle, no quería ser egoísta tal vez a ella nunca le hizo bien estar conmigo.
Sin embargo, no había día en el que yo no pudiera pensar una vida junto a ella.

—¡Pero anímate, tío! —mi amigo me sacudió por los hombros— ¡que hoy es nuestro último día de clases, chaval! —sonrió con una felicidad extremadamente enorme— me alegra tanto no haber suspendido nada.

—Me alegro por ti —contesté tratando de sonreír.— yo he suspendido mate. —suelto un suspiro de frustración.

—Creo que van a hacer una lista de todos los salones y lo pegarán en el pasillo principal de la escuela —mi amigo comenta y lo miró extrañado. ¿Cómo por qué? Al ver mi cara me lo empieza a explicar— lo qué pasa es que dicen que muchos no han suspendido pues por eso, que se quieren largar de esta escuela, entonces para no hacer varios grupos juntarán a todos los salones para crear un solo grupo —hace un ademán con las manos.

—Vale, igual me parece extraño, ¿no? —preguntó dándole un mordisco a mi almuerzo.

—Sí, pero tú no te preocupes porque ha suspendido tu hermano. Que suerte tenéis ustedes dos, siempre juntos tío, ¿no os cansáis de verse la cara siempre y a cada momento? —sonrío con esa pregunta porque siempre nos la hacen. Y la verdad es que no. Ni un poquito.

—Para nada —habló mirándole y el sonríe.

—Voy a extrañar esta cafetería, todos nos conocimos aquí, creo que ya me he puesto sentimental —comienza a reírse y medio me le uno.

—Yo también —pronunció con un suspiro que no tenía pensado soltar.

Y claro que sí, tantos momentos que pasé con Sara, las peleas, las risas, los besos, las caricias, los celos... en fin.

—No te pongas nostálgico, tío.

La campana suena avisando que tenemos que regresar a clases y así hacemos.

Suspiro y me levanto de mi asiento para dirigirme a la biblioteca a dormir un buen rato hasta que las clases finalicen, no estoy dispuesto a entrar a clases porque no haremos nada, básicamente hemos terminado todo.

Al llegar escucho una risa que hace que mi corazón de un vuelco enorme, es ella. Haciendo que en mi mente y en mi estomago revivan cosas que no había querido admitir que aun seguían.

Trato de huir pero empujo a alguien.

—Perdona. —le recojo los libros y la miro.

Era ella.

—No te preocupes —trata de sonreír— y muchas gracias.

Mi respiración se corta, escuchar su voz después de seis meses era simplemente, impresionante.

—¿A donde ibas con tanta prisa? —Sara pregunta tratando de sacar tema de conversación, con una mirada tan inigualable y una sonrisa hermosa, como siempre.

Justo lo que no quería.
¿Cómo le explicas a alguien que no quieres hablar con ella porque cada vez que los sentimientos que tienes hacía ella son más fuertes cuando la tienes cerca?
Simplemente no puedes, así que decido contestar.

—A clases. —respondo con torpeza— me tengo que ir, ¿vale? —le doy un beso en la mejilla el cual ella acepta.

Y ahí estoy yo, huyendo de mis sentimientos.
No espero a que responda y me voy.

Las clases terminaron y veo qué hay un grupo pequeño de personas enfrente de la lista de las personas que suspendieron una materia. Me dirijo hacia ahí y veo que está mi gemelo abrazado de su novia, Ann y también Sara.

Me busco en la lista de mate y veo que efectivamente la he reprobado. Al igual que Sara.

—Creo que el destino los quiere juntos —Ann echa una burla dirigiéndose a Sara y a mi, mientras Jesús se ríe con ella.—Me parece sumamente curioso, justo como en los primeros días, que el profesor nos obligó a hacer un trabajo juntos y no queríamos. Empezamos y finalizamos juntos nosotros 4. —Ann siguió hablando.

Pero qué destino tan hijo de puta.

¿Cómo olvidar a los Oviedo? {Gemeliers}Where stories live. Discover now