Capítulo 21 | Lista de dementes.

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64 DÍAS ANTES DE LA BODA

Kathleen

—¡Kathleen! —me reprendió Marcia, con el ceño fruncido, y la voz cargada de preocupación.

Había tenido demasiado. Las semanas en Arlington habían sido una montaña rusa de emociones. Sentía que ya no podía con mi vida, y como al parecer la solución de mis problemas en la actualidad, era llorar.

Supongo que lloraba porque eso me servía para drenar los sentimientos que me carcomían por dentro.

Sin embargo, sólo fue poner un pie dentro de mi departamento en San Diego, para derrumbarme y eso parecía ser extremo.

Había hecho tantas cosas mal en Arlington, que sentía que estaban asfixiándome. Ni siquiera me despedí de mi padre, no tuve la valentía. Incluso aunque intenté encararlo varias veces; lo veía llegar con los hombros hundidos y la mirada perdida, y temía como fuese a reaccionar. Evité a Alex y a Dexter durante todo el vuelo, incluso hice que no tuvieran opción más que sentarse juntos en el avión, y así yo irme hacia el otro extremo donde Dexter seguro iba a tomar asiento para dejarnos solos a Alex y a mí.

No me importó la credibilidad que podríamos perder, no me importó nada, porque lo que había sucedido, había terminado de poner mi mundo patas arriba, más de lo que ya estaba si eso era posible. Cuando mis ojos se toparon con los iris azules de Alexander por primera vez en el día, una serie de sensaciones arrolladoras atacaron mi anatomía, al punto en que me robaron el aliento.

No recordaba muy bien lo que había sucedido, hasta que intercambiábamos miradas, y entonces podía rememorar con precisión cada toque, cada embestida, cada beso y cada roce de su mandíbula contra mi cuello. Mi corazón comenzaba a latir tan rápido, que podía escucharlo retumbar en mis oídos.

Quizá el trato había llegado tan lejos, que yo también terminé creyéndomelo, sin embargo... Eso no significaba nada, ¿Cierto?

Estaba tan confundida. La realidad y la mentira se mezclaron de tal forma que había perdido la capacidad de distinguir cual era cual, y eso también me agobiaba.

—¿Por qué lloras ahora? —inquirió Marcia, acomodando en un rincón, las maletas que yo había dejado en medio del paso, para luego coger la jaula de mi hámster y depositarla sobre la mesita de café—. Primero, no hablas en todo el camino y ahora estallas en llanto. Estás peor que yo, y eso que soy una embarazada hormonal —agregó, negando con la cabeza e inclinándose ligeramente sobre mí, para quitarme el cabello de la cara.

Inhalé, intentando tranquilizarme a mí misma para poder hablar. No obstante, no funcionó. No podía parar de sollozar, no cuando los hechos se arremolinaban en mi mente súbitamente en cualquier instante.

Además, no creía que decirle a Marcia fuese la mejor idea. Ella sólo lo celebraría, tal vez no el asunto con mi padre, pero sí el que hubiese "roto" mi promesa de castidad mental. Y eso era lo que menos necesitaba, cuando más me arrepentía de ello por razones contrarias a las que debería.

Porque, en el fondo, el haberme entregado a Alex Montgomery de esa manera tan íntima, me gustó. No podía negarlo, había sido increíble. Quizás sufriese de lagunas mentales cuando me embriagaba, pero eso no era algo que podía olvidarse tan fácilmente, teniendo en cuenta lo asombroso que fue.

Y tenía ésta extraña presión en el pecho y en la boca del estómago, que me instaba a expresarlo en voz alta. Guardármelo para mí estaba matándome por dentro, y aunque mi amiga de raíces latinas no me parecía la persona idónea con la que compartirlo, necesitaba hacerlo bajo cualquier circunstancia.

Hasta después de la boda ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant