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Entro a mi pastelería a paso rápido, evitando tocar los cuerpos sudorosos de las personas. Me dirijo al baño y me encierro ahí mientras me limpio rápidamente todo lugar que se vio mojado por el vómito de Kevin. Por suerte siempre traigo un cambio de ropa, así que cambio mi vestido floreado por un short de jean y una camisa blanca.

Me miro al espejo. Mis ojos están rojos por el llanto de impotencia que estoy intentando retener. Nunca me sentí tan humillada en mi vida, ni siquiera cuando el nerd del curso me rechazó me sentí tan mal.

De tan solo pensar en la risa histérica del idiota cuando me vomitó, las miradas divertidas de mis amigas y la pastelería llena de gente borracha se me forma un nudo en la garganta que no puedo desatar ni aunque me aclare la voz. Estoy muy enojada. Cuatro horas me fui y hacen un desastre con mi negocio. Lo peor de todo es que no me siento humillada por la fiesta que están haciendo, sino por haber sentido algo extraño cuando Kevin se pegó a mí, esbozando esa maldita media sonrisa seductora, me hizo perder la razón por un instante, ¡y lo odio! No puedo desviarme de ese pensamiento.

Respiro hondo, vuelvo a mojarme la cara y salgo para acabar todo de una buena vez. No me importa que me digan mala onda, en mi pastelería mando yo y estas cosas no se hacen.

Apago la música electrónica que está sonando a todo volumen. La gente abuchea, pero no me importa nada. Aplaudo reiteradas veces para llamar la atención y hacer que todos se callen.

—¡Todos a casa! —digo—. ¡La fiesta terminó!

Dando leves empujoncitos saco a los que no quieren irse por voluntad propia, hasta que solamente quedan Romina, Cinthia y Kevin casi desmayado en la vereda.

—Esto es un papelón —alego—. ¿Cómo pasó esto? ¿Cómo en cuatro horas se desmadró todo a tal punto de que se emborracharon?

—Se nos fue de las manos... —responde Cinthia—. Es que cuando te llevó el policía, vinieron tus enemigos a reírse en nuestras caras, entonces no nos quedó otra que decir que estábamos bien sin vos y que hoy se haría una fiesta para celebrar el éxito del cupcake de Cupido, aprovechando que acá había varias parejas.

—¿De quién fue la idea? —interrogo. La rubia mira de reojo a Romina y río entre dientes—. ¿De quién más sino? Es obvio que es la de la que peor ideas tiene. Romina, ¿cómo puede ser que nunca se te ocurra algo bueno?

—Me ofendés, Olivia. Quizás no soy una cerebrito como Cinthia, pero siempre soy yo la que está salvando las papas.

Suspiro, me froto los ojos y me hago masajes en la sien para intentar calmarme.

—¿Y cómo llegó ese idiota hasta ese punto? —pregunto señalando a Kevin, quien ya se encuentra completamente dormido.

—¡Pobrecito! ¡No le digas idiota! —dice Romina y la miro con las cejas arqueadas—. Es súper tierno, ¿por qué no salís con él?

—¿Qué bicho te picó? ¿Cómo voy a salir con mi enemigo? Primero, es mi competencia. Segundo, está por casarse y tercero, ¡no es mi tipo! —Ellas estallan en carcajadas y las miro con expresión seria.

—¡Ay, Oli! ¡Claro que es tu tipo! Siempre te gustaron los morenos con ojos café y altos, de esos que te hacen parecer más enana de lo que sos. Y este es el mejor de todos los que tuviste —replica Cinthia, sonriendo de oreja a oreja. Ruedo los ojos y niego con la cabeza.

—No me conocen para nada. Mi gusto es alguien como Joaquín, ojos verdes, rubio, sonrisa perfecta, cuerpo atlético —digo enumerando con los dedos.

—Esteban Etcheverri, Pedro Ramírez, Javier Rosas y Benjamín Araoz. Todos esos fueron tus novios y todos eran iguales. Morochos, ojos negros, altos y feos —responde la colorada y me encojo de hombros—. No digas que Kevin no es tu tipo, porque sí lo es. Aunque, pensándolo bien, realmente te gustan los feos y ese chico es lindo, así que puede ser que no estés mintiendo.

El cupcake de CupidoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ