II

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La mayoría de las personas que estaban resguardadas en el búnker eran muy inteligentes. Apenas terminó la transmisión del presidente, se dividieron en grupos y se repartieron las tareas. Algunas familias se encargarían de la limpieza, otras de la seguridad, las pocas que quedaban se encargarían de verificar que haya alimentos de reserva y de repartir los víveres para que alcancen por el tiempo que estuvieran ahí.

Los jefes de cada grupo eran los cabecillas de la familia, así sea padre o abuelo, la jerarquía la tenía el mayor. No importaba el físico, la edad o la fuerza que pudieran ejercer, sino que lo más importante eran la experiencia y la inteligencia, esa era la base para poder prosperar y continuar con las generaciones de intelectuales.

Mediante el método de separarse tareas, el lugar estaba funcionando. No volvieron a tener novedades del exterior desde el día que fueron evacuados, el presidente no había vuelto a dar señales de vida, no tenían noción del tiempo y se dieron cuenta que ni siquiera tenían seguridad a su alrededor. Estaban abandonados en el búnker.

En cuestión de días fueron creando leyes para mantener la convivencia, votaron al delegado que más sabio creían y continuaron implementando las reglas que, supuestamente, beneficiarían a toda la comunidad. Pero las dudas seguían rondando por sus mentes, ¿dónde estaban las fuerzas de seguridad? ¿Por qué no tenían noticias del mundo exterior? ¿Qué era lo que había pasado? ¿Qué era aquella interferencia?

Cada vez se formulaban más preguntas, pero no recibían ninguna respuesta. ¿Qué sentido tenía poseer intelecto si en momentos así no servía para nada?

Una tarde, hartos de estar encerrados sin saber qué estaba sucediendo afuera, decidieron abrir una pequeña caja misteriosa, por lo menos para matar un poco el tiempo. Esta caja contenía un aparato antiguo, que los más sabios llamaron radio estéreo, y se sorprendieron cuando la encendieron.

—¡Funciona! —dijo el delegado de la comunidad con entusiasmo.

El hombre movió la perilla con sumo cuidado para que no se rompa, ya que estaba muy frágil a causa de la antigüedad, e intentó localizar una estación que funcione. Vaya tontos, ¿cómo iba a haber antenas de radio cuando estas ya no existían más?

Por la frustración de no haber pensado en eso antes, decidieron tirar la máquina al piso con furia y se fueron a cenar.

En cuanto desaparecieron por la puerta, el equipo comenzó a emitir un leve ruido, un silbido que cada vez fue haciéndose más alto, a tal punto de llegar hasta los oídos de las familias que se encontraban en el otro extremo del lugar. El delegado corrió hacia el origen del sonido, completamente impresionado de la situación. No entendía si había sido el golpe o si fue solo casualidad, pero el silbido fue transformándose poco a poco en una extraña interferencia.

Los hombres sabios se reunieron en la sala, pidieron que los dejen solos e intentaron escuchar lo que decían aquellas voces. Parecían códigos, que por el momento no podían descifrar.

Interferencia 3.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora