Mi marido está mejor que mi amante

102 14 19
                                    


Con la cara llena de asombro y la boca abierta, me sorprendió el descubrimiento terrible: Me estaba volviendo a enamorar de mi marido. Esto no sería un problema, si no fuera porque se me presentaba un conflicto —no sabía que hacer con mi amante.

Todo esto empezó porque Jorge, mi marido, se fue convirtiendo con el tiempo es esto que era hoy, un gordito de 40 años, desaliñado, sin una pizca de encanto masculino. Su idea de una gran noche consistía en un sillón, una película de acción y un plato de cualquier cosa comestible y no tanto; sonidos guturales por toda respuesta y monosílabos de vez en cuando, como para hacer que me escuchaba.

Sin hijos, dedicada a una casa en la que luego de limpiar sobre lo limpio ya no me quedaba mucho por hacer. Almuerzo con amigas los jueves, donde compartíamos experiencias casi calcadas.

En uno de esos almuerzos, Paula, mi amiga, que alojaba a su primo por unos días, lo invitó a almorzar con nosotras para no dejarlo solo en casa ya que no conocía la ciudad. Este muchacho apenas pasaba de los 30 años y estaba terminando su Doctorado en Filosofía. Durante la conversación surgió que venía a cerrar la venta de un terreno de sus padres. Era interesante, afectado al hablar, pulcro, elegante, con un gesto de desdén,  pero unos ojos negros que prometían infiernos.

En 10 años de matrimonio, era la primera vez que alguien me saludaba portando una rosa en la mano. Se sabe que las comparaciones son malas y mi marido... llevaba todas las de perder. La charla fue muy amena. Si los hombres escucharan lo que decimos, sabrían porque nos enamoramos, pero el esfuerzo del civil termina cuando llegamos a casa como matrimonio. A Paula la aburría la filosofía y se fue a casa. Yo,  por mi parte, volví a ser la mujer interesante que ya ni recordaba que había existido.

El segundo encuentro ( ya sin Paula) fue dos días después y al aire libre. Para todo tenía una teoría y muchas posibles explicaciones "¡Ma, sí!, decí lo que quieras, si yo no te voy a tomar examen" —susurraba mi amiga por lo bajo, cada vez que sufría sus relatos.

 Al final de la semana todavía no se había ido a Rosario, Paula estaba impaciente y yo imaginaba las 33.000 maneras de deshacerme de mi marido sin demasiada sangre. Pero he aquí que ocurrió un hecho curioso. Después del tercer encuentro, mis murallas habían cedido muy satisfactoriamente. Sin embargo, Maxi —como le gustaba que lo llamaran— se estaba poniendo un poco pesado, sumergido en largas divagaciones a cerca de cuanto filósofo antiguo existía, buscando sentido a palabras que yo ni siquiera conocía. Además, me estaba dando cuenta que no se bañaba tan seguido como pretendía, sino que se ahogaba en una nube de desodorante masculino con notas de madera, cuero y no se que otra cosa que me producía picazón en la nariz y dermatitis en todo lugar de fricción...Y, para colmo, Jorge pasaba por una de sus etapas de "oso cariñoso" en la que quería muchos abrazos, angustiado por la protagonista femenina de su novela actual que se estaba quedando ciega. ¡Dulce Jorge! sensible a una ficción que finalizó una década atrás y desconectado de su propia realidad de hombre engañado.

Pero un día cualquiera se levantó decidido, iba a comenzar a ir al gimnasio, caminar en el tiempo libre y no se cuanta cosa más. Al parecer, le estaban comentando con cierta insistencia lo linda que yo estaba y me empezó a prestar atención, a lo mejor por miedo a que alguien mas lo notara. Extrañamente mantuvo firme su voluntad— bajó 20 kilos—, podían verse músculos que había olvidado que allí estaban. Bronceado y con la actitud ganadora de otra época ya no pensaba contestar las llamadas de Maxi ni de ir a las citas que indefectiblemente terminaban analizando el "Banquete" de Platón. Él seguía insistiendo  y yo, que estaba estrenando el nuevo cuerpo de mi marido, no tenía intensiones de volver a verlo. De pronto los roles se habían invertido, mi amante era extremadamente aburrido  y mi marido "sí" estaba para el banquete. Además, su nueva actitud venía de la mano de invitaciones al cine y a bailar con amigos.

¿Si tenía remordimientos? No. Porque al que le había sido infiel se había muerto, atragantado con papas fritas en el sillón de la sala y este hombre era el que soñé tener un día. No creo que estuviese mal pero si así fuera, ahora lo estoy disfrutando... luego, Dios dirá.

Cuentos de humor-amor -negroWhere stories live. Discover now