Introducción

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Quizás haya alguien que sepa qué es lo que ocurrió para que el mundo sea como lo es ahora; pero no Bárbara. Ella tenía la conciencia de un pasado mejor, huellas en forma de carteles sonrientes sosteniendo latas de bebidas gaseosas, imágenes de plástico con ciudades que brillaban en la oscuridad de la noche y estaban tan cubiertas de personas, como lo están ahora de polvo y huesos. Poseía algunos vagos recuerdos de cómo eran las cosas, pero también fue demasiado joven para entender la ola de caos que vino después. 

Creció en un orfanato y su educación pudo ser mucho mejor: prácticamente no conoció la privacidad allí, ni tampoco la saciedad, incluso podría jurar que todos sus primeros años los pasó con sueño, incapaz de salir del mundo de la vigilia por demasiado tiempo. Luego vinieron los cambios inexplicables y de repente, ella estaba sola y sucia en un mundo hostil, lleno de enormes edificios grises y vacíos, de hombres malvados y disparos. 

Vagó por aquel desierto de concreto, tratando de trabar amistad con los niños que se encontraban en su misma situación; pero resultó siendo abandonada a menudo, odiada o traicionada. Luego de pasar a formar parte de un grupo de pequeños bandidos, un hombre se acercó a ofrecerles un par de billetes sucios por ella.

Y ellos aceptaron.

A eso le siguieron los peores años de su vida, encadenada y usada repetidas veces en una habitación horrible, extremadamente pequeña; el resto de aquella intrincada casa suburbana se utilizaba para -lo que años mas tarde repasó en su cabeza y descubrió qué era- cocinar drogas de algún tipo. Aquel hedor que emitían las nubes químicas la mantenía calmada, somnolienta: ya el insomnio no era un problema; y la peste era casi un favor para ella cuando los hombres venían a divertirse con su cuerpo. 

No estaba segura de la edad que tenía ni al entrar ni al escapar de ese lugar, ni cuanto tiempo pasó allí, pero pudo adivinar que ahora poseía alrededor de dieciocho años. Su cuerpo se había desarrollado de una forma atípica y que hubiese sido considerado generosa en otros tiempos, pero que ahora significaba una condena: era bonita, muy pálida, de pechos grandes y una cintura pronunciada. Aquellos años en la cautividad y la mala alimentación habían detenido su crecimiento, de modo que medía menos de un metro y sesenta centímetros. Si ya era terrible ser bella en aquel lugar, ser tan fácil de dominar de forma física era aún peor.

Pasó los siguientes años bajo aquel cielo siempre gris, sobreviviendo por su cuenta nuevamente, como un animal carroñero. Sus experiencias la había hecho dura, paranoica; la mano de un hombre adulto en su hombro ya era razón suficiente para que responda con una agresión o huyendo desesperadamente.

Probablemente, esa haya sido la actitud correcta la mayor parte de las veces que ocurrió. Las veces que no lo hizo, que decidió confiar y hacer una excepción, acabaron en mas abusos que le desencantaron de la idea de volver a confiar en otro hombre nunca mas.

La Ciudad de Los CondenadosWhere stories live. Discover now