Capítulo 10

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El viejo reloj de la sala marcaba exactamente las doce de la noche, Remedios, Ángeles y Consuelo se tronaban los dedos sumamente preocupadas, ya era demasiado tarde y Nacho no acostumbraba a estar fuera a esas horas y menos sin comunicárselo cuando menos a su madre. Parado en la entrada, a la espera de que llegara, Gustavo aguardaba la aparición del ranchero. Luego de la incómoda plática de la tarde, un extraño sentimiento le anudó los pensamientos logrando dejarlo aún más confundido de lo que ya estaba. Su mirada se dirigía al enorme paisaje oscuro que tenía al frente. Ese lugar que de día le parecía a veces un paraíso, por las noches se mostraba tétrico y desolador. La luz de la entrada de la casa apenas y llegaba a alumbrar un par de metros más allá.

Algo que le gustaba de San Margarito era que prácticamente todas las noches podía contemplar fácilmente el hermoso cielo estrellado, de lo bueno de la oscuridad de aquel lugar. El citadino, con un arma en la mano derecha y con la cara mirando al cielo, pensaba cuánto había cambiado su vida en esos meses. No olvidaba que el motivo para esconderse era un crimen, había asesinado a un hombre por culpa de la traición de la que iba a ser su esposa, pero algo había cambiado, al recordar su rostro, al decir su nombre, su corazón ya no latía como antes, no podía olvidarla, sería imposible hacerlo en tan poco tiempo, relativamente, sin embargo no era lo mismo de antes, ya no profesaba ese inmenso amor por ella. No solo la distancia es capaz de asesinar un amor, la traición, la decepción y sobre todo nuevos sentimientos eran capaces de borrar las heridas de un viejo romance.

La noche anterior la recordaba como un recuerdo vívido, por increíble que pareciera, podía sentir el aliento del ranchero en su cara, sus gruesos labios apoderándose de los suyos, le resultaba incómodo recordarlo y no sentir repulsión, le incomodaba preocuparse por el paradero de ese sinvergüenza, le incomodaba sentirse como se sentía.

– ¿Nada, Tavito? – la voz de Remedios hizo que pausara sus pensamientos.

– Nada, no se aparece, lo mejor será que lo vaya a buscar – dijo viéndola a los ojos, realmente estaba preocupado.

– Pero ¿Qué pudo haberle pasado? ¿Lo viste en algún momento? – la mayor con ojos cristalizados le preguntó, haciendo que inevitablemente regresara a aquel momento en la gruta, instantáneamente la sangre comenzó a bombearle con más rapidez que antes.

– Sí, sí...– contestó desviando la mirada, una tremenda incomodidad le impedía seguir viéndola a la cara – Lo vi en la tarde por la gruta, pla... platicamos un momento y él se quedó ahí – terminaba su relato cuando la anciana Consuelo se acercó.

– ¿No aparece mi chamaco verdá? – con semblante compungido la mujer indagaba.

– No Consuelito, nada del Nacho, Tavito dice que es mejor ir a buscarlo – la madre del ausente respondió.

– ¿Pero ónde? ¿On tará ese chamaco? mi Nachito, ¿Onde andará? – las veía, las comprendía, Gustavo las entendía porque aunque no lo demostrara, estaba igual o más preocupado, sobre todo por la plática de unas horas antes, le daba pánico pensar que el ranchero pudiera cometer una locura luego de lo que pasó, ya sea por asco o por vergüenza.

– No sé, pero voy a buscarlo, ya no podemos seguir con esta incertidumbre – harto de esperar, Gustavo habló enérgico y dispuso sus pasos rumbo al establo, sacaría un caballo e iría a buscar al ranchero así sea que tuviera que buscar debajo de todas las piedras que encontrara a su paso.

– ¡Pérame chamaco! te traigo un foco pa' que te alumbres y no te vaigan a perder los chaneques*– acomodándose el reboso que llevaba puesto, Consuelo corrió dentro de la casa para buscar lo necesario.

Entre MachosWhere stories live. Discover now