A espaldas de la iglesia

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–Eres el tonto más grande del mundo– la voz de Tony se escuchó entre el bullicio del parque y el sonido del viento agitando las hojas de los árboles. La respuesta de Stephen empezó con una sonrisa llena de culpa y su mirada plantándose en los pasos de ambos

–Lo sé, lo siento

–No puedes pedir disculpas por algo que no es tu culpa pero si te juntaras más conmigo...– miraba hacia abajo de la misma forma que su amigo, inclinó la cabeza ligeramente al terminar la oración tan solo para mirarle de reojo y descubrir que bajo ese hermoso sonrojo se describía una sonrisa dulce e inocente. Lo único que salió de su persona fue un suspiro suave y profundo.

–Creo que eso sólo lo empeoraría, el tonto más grande del mundo saliendo con el segundo tonto más grande del mundo es la receta del caos, Stark– las risas que acompañaban la breve conversación se sentían cada vez más nerviosas pues ésta se dirigía con gran velocidad a donde ambos querían llevarla; pedirse una cita.

Aunque las muestras de afecto no eran algo que conocieran a detalle, tenían una vaga idea de cómo se hacía, a su manera, por supuesto. Y para apaciguar un poco las cosas, sin darse cuenta, María Stark había puesto su granito de arena con aquella flor que le había dado a Tony y que su despistado hijo había metido sin un gramo de cuidado en el bolsillo de su sudadera.

Ambos miraban sus pasos, no se atrevían a sostener sus miradas al mismo tiempo que una conversación. Las miradas cambiaban de sus pies, al asfalto, las hojas en el piso y, periódicamente, a la mano que se mecía suavemente tan cerca de la suya. Para alejar la tentación, el moreno guardó su mano en el suéter encontrando la flor que María le había dado.

–E-esto es para ti– su voz era suave y tímida, su mano ligeramente temblorosa se acercaba a un punto visible entre ellos con la pequeña flor, una rosa violeta maltratada.

Aquello dejó a Stephen con el corazón enternecido; el rostro del moreno se veía sonrosado de manera encantadora, lo escondía sin mucho éxito con una ligera inclinación de cabeza, desviando la mirada lo más lejos posible de la flor. Un delicioso y reconfortante calor llamó toda su atención a la mano que se colocaba sobre la suya para tomar la flor y la curiosidad por saber si lo que ocurría era cierto le hizo levantar la mirada hasta encontrarse con la de Stephen.

Sonrieron por lo que pareció un instante brevísimo, mientras sentían el suave roce de sus manos con la rosa en medio de éstas.

–Gracias– susurró el pelinegro tomando la flor y separando sus manos.

Continuaron caminando en silencio durante un par de minutos, Stephen miraba los pétalos maltratados y Tony acariciaba discretamente su mano en el lugar del toque, el viento frío soplaba sobre sus rostros quemándolos de frío para que el sonrojo se disimulara y se sintieran más cómodos al verse fijamente.

El joven heredero de industrias Stark hizo el primero movimiento para aligerar el ambiente, entró al pasto y se acercó a un árbol para sentarse sobre su nacimiento. Miró a Stephen desde su lugar, este último lo miró divertido y se sentó a su lado.

–¿Harvard? – perdieron sus miradas enfrente de cada uno

–Sólo si consigo el lugar, la entrevista fue hace rato. Me fue bastante bien, confío en que obtendré la plaza.

–¿Qué pasa si no la consigues?

–¿De qué hablas, Stark? Claro que la voy a conseguir.

–Ugh, eres peor que yo, Strange.

–Soy mejor que tú– ambos voltearon a mirarse. La confianza de los últimos días en el dormitorio seguía latente pero había algo más, un calor que inundaba sus mejillas y no necesariamente era consecuencia de la risa que compartían. Ese algo los estaba jalando cada vez más cerca entre sí.

Nuestra vida antes de todoWhere stories live. Discover now